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El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon. 

Las opiniones que aquí se expresan son las de quienes firman los artículos y no responden necesariamente a las de la redacción del diario.

Una niña de posguerra

Un niño y una niña leyendo unos libros de la biblioteca de Misiones Pedagógicas, hacia 1932. | Residencia de Estudiantes, Madrid.

Ángela Labordeta

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En estos días de confinamiento las conversaciones esdrujulean hasta el lugar donde nacen los recuerdos, aquellos que nos sostienen y que cuando nos llaman por nuestro nombre nos permiten reconstruir la escena que es la de nuestra vida. Mi madre tiene 81 años y a sí misma se reconoce como una niña de posguerra y no lo dice con pena ni con rencor, lo dice como se dicen las cosas que al recordarlas te traen la misma dosis de intranquilidad que de felicidad, la misma dosis de tristeza que de nostalgia. Mi madre recuerda que con cuatro o cinco años supo que los reyes eran su madre y su abuela y pensó que eso estaba bien, porque hasta ese momento le parecían unos tipos muy injustos y malvados, porque con ella, que siempre se portaba bien, se portaban muy mal y sin embargo con Amelia y su hermana, que eran cruelmente insoportables, se portaban extremadamente bien. Así que cuando supo que su madre y su abuela eran los reyes le pareció una magnífica noticia y las quiso todavía más y más cuando supo que ellas fabricaban con sus manos los regalos que cada seis de enero depositaban sobre su cama y aquellas muñecas, rellenas de serrín  y con un corazón de latido imborrable, eran la metáfora de todas las vidas que su madre y su abuela, viudas de guerra, habían vivido. Mi madre me dice que aquellas muñecas de faldones al aire llegaron a ser la envidia en su calle y en su barrio y hasta Amelia y su hermana la envidaron por esas muñecas que su papá, negociante de lo ajeno, jamás les pudo comprar por mucho dinero y contactos que tuviera. Mi madre recuerda las cosas como se recuerdan los recuerdos: seleccionando el dolor para que este sea menos doloroso y vistiendo la pena con faldones y corazones de serrín. Y a mí me gusta que lo haga así, porque no quiero ni puedo imaginar los silencios en una casa de mujeres valientes y de luto, donde una niña sin sonrisa se balanceaba ebria de vida en una vida que no sabía si le gustaba vivir

No sé cómo recordaremos estos tiempos de Covid. No sé si haremos de las ventanas y de los balcones una nueva forma de entendernos y de hacernos una sociedad algo mejor. Ojalá y ojalá la dulzura y atrocidad del pasado sean el recuerdo que nos permita un presente donde no haya llaves maestras, donde todos tengamos una salida a nuestro alcance y la palabra se vista de gala para invitarnos a bailar y no para castigarnos y ser ataúd de todo aquello que siendo niñas de posguerra ellas sintieron y han hecho hermoso.

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