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Te mando un WhatsApp

Aplicaciones de redes sociales en un teléfono móvil

Mariano Gistaín

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El otro, cuanto menos exista, mejor. Cuanto menos presencia menos exigencia. Parecen lemas electorales. Lo son. Lo serían. En democracia todo lo que se dice es lema electoral y comercial. La “y” ya no une, excluye. La “y” es casi una “o”. Hay que ir viendo estos epiyblasfenómenos porque ya están aquí y pronto se irán. 

Hay una ventaja cuando los seres queridos no nos ven porque están respondiendo al WhatsApp como si les fuera la vida en ello –¡incluso al email!–. O viceversa: cuando tú o yo (o ambas), enfrascadas en el tiktokeo, no atendemos a los seres queridos.

No hacer ni caso a nadie próximo, la inminencia de los cuerpos se acabó. Es algo mutuo, recíproco, universal. Es lo que nos pasa. 

Ni caso a los seres queridos en la corta distancia. Hay alguna ventaja. Podemos enunciarla: 

–Si no me hacen caso soy por fin libre. 

Si no me hacen caso, si nadie repara en mí, puedo hacer por fin lo que quiera. Ya no físicamente, que también, sino en general. La libertad de la soledad en compañía nunca había llegado a tanto.

Es una experiencia abismatoria total. Si nadie me atiende estoy solo en el universo cercano. Por el otro extremo, ¿qué ventajas tiene no atender a los seres queridos de proximidad? Porque la destención a lo corpóreo es recíproca, o mejor, universal. Hay que repetirlo un poco. 

Es verdad que alguna vez tiene que ver con el resquemor: ¡Si tú no me haces caso yo tampoco te lo hago a ti, hala!. Pero es otra cosa. Un fenómeno de la subépoca, los móviles, las mensajerías… ¡los datos!

Somos datos yendo y viniendo, nos estamos desmaterializando. Al corresponsal que está lejos, al que quizá no hemos visto nunca y quizá no queremos ver jamás, le podemos otorgar una existencia de tercera, aunque sea nuestro hijo, nuestro padre, etc. Sin duda es un alivio. 

La reductibilidad de los seres queridos a meros emoticonos relaja bastante la pesadez de los vínculos, esa tensión permanente que ya ha volado. Ya no existe. El vínculo fuerte se ha roto. Quizá hacía falta un poco de despojamiento, quizá la utilidad del móvil es otra. En vez de comunicar, incomunicar. 

Buen rollo con este icono que ya no es nadie ni nada. Y en lo físico, en el cuerpo a cuerpo atómico, el tiktokeo empecinado, la fascinación por las miniletritas… si estuviéramos chateando con Dios no estaríamos tan absortos y concentrados. ¡Y luego dicen que la concentración no existe, que la hemos perdido!

El móvil nos ha liberado de la humanidad, tanto de la inmediata como de la que está lejos. Todo lo aprovecha la evolución (que pensamos que solo fungía en los de Atapuerca). ¿A veces no nos preguntamos fugazmente cómo podríamos reconquistar la atención de los próximos? Todo es fugazmente. (La mitad de las palabras ya sobran hace tiempo, pero es un vicio). 

La Evolución tira desde el futuro sin que sepamos a dónde nos lleva.

Si conseguimos llamar la atención de los antes llamados seres queridos de proximidad habremos hecho (realizado, en la horrible jerga actual) una proeza y nuestra evolución (propia íntima y de la especie, ya que el progreso individual se comparte en el acto) nos gratificará con lo más parecido a la felicidad… 

¡Enhorabuena, has obtenido la atención de los seres queridos que ya se han olvidado de ti hace muchos GIGAS, miles de años/Teras. Ahora, ¿cómo mantenerla? ¿Sabrías mantener esa atención unos segundos más o su mirada vidriosa volverá sola al teclado, pantalla, lucecita…?

Da igual, el éxito empieza por alguna parte. La duración no es de este mundo. Fue bonito pero ya no es.

Lejanías compartidas por medio de una pantallita que nos libera y nos ata. 

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