“La violencia de género está relacionada con algunos embarazos de adolescentes”
Relatos de madres adolescentes en la España actual es el título de la investigación elaborada en la Universidad de Zaragoza por la antropóloga Ana Lucía Hernández Cordero (Ciudad de Guatemala, Guatemala, 1975) y el sociólogo Alessandro Gentile. En su enfoque teórico, optaron por analizar la visión más subjetiva de la maternidad, destacando que es una experiencia muy heterogénea.
¿Cómo ha evolucionado en los últimos años la maternidad entre adolescentes?
En la revisión estadística que hemos hecho en el informe, es muy llamativo que en estos momentos estamos en los mismos niveles que hace 20 años. Las tasas más altas de fecundidad entre adolescentes se registraron entre 2004 y 2008, coincidiendo con el aumento de la población migrante en España, pero desde entonces han vuelto a bajar para volver a los niveles de finales de los 90.
¿Cómo son actualmente las madres españolas adolescentes?
Nosotros hemos hecho un estudio cualitativo, con lo que tenemos los datos del grupo al que entrevistamos. Nuestras 32 entrevistadas habían tenido a sus hijos entre los 14 y los 19 años y todas habían crecido en España. Sobre su nivel de estudios, podemos decir que 13 finalizaron la etapa escolar con el título de la ESO, dos con el Bachillerato, tres con una Formación Profesional de Grado Medio, una está terminando estudios superiores de Teatro y Danza y dos han cursado estudios universitarios. No es importante solo la formación que tienen ahora, sino lo que significó el embarazo para sus estudios. Pues bien, 14 de las adolescentes tuvieron que interrumpir su formación al quedarse embarazadas; en un caso, incluso el propio colegio, un centro concertado, invitó a su alumna a no continuar con su Bachillerato. Frente a eso, nueve chicas pudieron continuar con sus estudios sin interrupción y seis los retomaron después. Esa formación está muy relacionada con la situación laboral posterior de estas madres adolescentes, aunque, en general, podemos decir que son chicas que están en paro o con trabajos sumamente precarios. De todas nuestras entrevistadas, solo una tenía un contrato indefinido de trabajo. Por otra parte, en la mayoría de las entrevistadas el embarazo se había producido de forma no planificada, porque no habían medido las consecuencias de sus comportamientos sexuales de riesgo.
¿Cómo se explica que sigan produciéndose estos embarazos no planificados si hay acceso a medios anticonceptivos?
Ellas conocían los métodos anticonceptivos y tenían acceso a ellos, pero no los utilizaban, los utilizaban poco o los utilizaban de manera equivocada. Aquí influye que durante la adolescencia no hay conciencia de los riesgos que se toman; está extendida la idea de que “esto no me va a pasar a mí”. En realidad, es un comportamiento irresponsable frente al conocimiento que tienen de lo que puede pasar, pero las adolescentes nos decían literalmente que confiaban en que no les había pasado antes y que creían que no se iban a quedar embarazadas hasta que se quedaron. Dentro del grupo de adolescentes que no planificaron su embarazo, hay que resaltar que hay cinco jóvenes cuyo embarazo fue producto de relaciones violentas, de relaciones afectivas tóxicas en las que el padre se negaba al uso de métodos anticonceptivos. Este es uno de los principales hallazgos de nuestra investigación porque creo que hasta ahora no se había conseguido relacionar la maternidad adolescente con la violencia de género. Aquí entra en juego todo el mito del amor romántico, que provoca que las adolescentes acepten este tipo de relaciones.
¿Por qué toleran estas adolescentes que sus parejas se nieguen a utilizar anticonceptivos?
La explicación es que están dentro de una relación de pareja violenta, tóxica, a la que llegan como un escape a la situación personal que están viviendo como adolescentes. A pesar de la violencia que están sufriendo, estas adolescentes siguen depositando en sus parejas el rol del príncipe que les va a solucionar sus problemas. Se enamoran, con una idea errónea de lo que es el amor, se crea una dependencia muy negativa para ellas y acaban aceptando estos episodios de violencia. También es importante señalar que todas las entrevistadas que habían tenido relaciones violentas han salido de esa relación cuando la pareja empieza a amenazar o a violentar a sus hijos. Es decir, los hijos son el motor por el que ellas consiguen salir de esta relación.
¿Piensa que puede haber más embarazos producto de estas relaciones tóxicas en la adolescencia que en la edad adulta?
Los datos de centros de investigaciones feministas nos dicen que la violencia en las parejas adolescentes está aumentando; es probable que aumente la maternidad adolescente como consecuencia de este tipo de relaciones. En nuestro estudio no son la mayoría, pero sí es un dato relevante: son 5 casos de las 32 entrevistas que hemos hecho. Nuestro estudio es cualitativo, no es representativo de la sociedad.
¿Hay un perfil de las parejas de estas madres adolescentes?
Un dato importante es que, en la mayoría de los casos, en 20 de los 32, las parejas de estas madres adolescentes eran mayores que ellas, tenían entre 20 y 28 años en el momento en el que se convierten en padres. La mayoría había dejado los estudios y se dedicaba a trabajos precarios; de hecho, muchos de ellos empezaron la búsqueda de trabajo a raíz del embarazo no planificado. De todas formas, eso no significa que una vez que llegó a nacer el bebé asumieran la responsabilidad de su manutención económica.
¿No intentan hacerse cargo de esos bebés?
No. En alguons casos, las parejas deciden enfrentar la llegada del hijo juntos, en otras ocasiones cada uno viviendo en casa de sus padres... pero después estas familias no terminan de cuajar. De nuestras entrevistadas que no habían planificado el embarazo, han sido muy pocas las que han llegado a formar una nueva familia. Incluso entre las entrevistadas que sí buscaron la maternidad, no todas han creado esa familia porque los padres, una vez que ha llegado el nacimiento real, viendo el compromiso que se les venía encima, han decidido escapar, dejando a la joven sola y asumiendo ella la responsabilidad de esa decisión que se había tomado en pareja.
Entonces, ¿quién apoya a estas chicas?
La familia de origen es la que se convierte en el principal sostén, con el apoyo económico y afectivo que necesitan. De hecho, en nuestro estudio hemos entrevistado también a profesionales y nos hemos encontrado con que no existen recursos públicos para ayuda y apoyo a las adolescentes madres.
¿Piensa que estas madres están invisibilizadas?
Sí. Nosotros nos preocupamos mucho por hacer visible esta experiencia maternal porque consideramos que hay mucho estigma y que, por eso, las madres intentan no ser visibles. Además, las madres nos dicen que, como menores que tienen a cargo a un niño, no son reconocidas como sujetas de derechos. Sería el caso de una joven madre adolescente que vive en casa de sus padres, que tiene la intención de emanciparse para formar su propio hogar monoparental, pero que no se le reconocen prestaciones porque, a la hora de analizar los ingresos, se incluye a la madre adolescente dentro de la familia de su padre, no la tienen en cuenta como una unidad familiar independiente. Tampoco existen recursos especializados para madres adolescentes. Por tanto, se les está invisibilizando.
¿Cómo viven esta enorme responsabilidad unas madres tan jóvenes?
Estas jóvenes han conseguido hacer una reflexión de la experiencia que han vivido y, aunque reconocen las dificultades, hacen una valoración positiva. Consiguen ver que la experiencia de la maternidad les ha ayudado a madurar. Además, reclaman ser reconocidas como adultas, asumiendo que la maternidad ha sido el mecanismo por el que han transitado hacia esa vida adulta. De hecho, nos hicieron muy explícito su malestar con respecto al estigma con el que tienen que vivir años después de ser madres adolescentes, un estigma que para ellas significa ser la joven irresponsable que tiene un hijo y que se lo deja a la madre para vivir la vida de adolescente. Ellas dicen que esa idea es falsa, que ellas han asumido la responsabilidad de ese hijo como un compromiso de responsabilidad hacia sus propios actos, pero también como un símbolo de su adultez.