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El viaje a Suiza de José Luis González con el que huyó de la pobreza extrema en los años 70

José Luis González Osanz emigró a Suiza en 1972 en busca de trabajo

Naiare Rodríguez Pérez

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José Luis González Osanz, que ahora tiene 74 años, se ha pasado toda su vida trabajando y huyendo de unas condiciones pobres que se basaban en robar comida para sobrevivir en España, algo que le llevó a coger un billete de tren desde Zuera hasta Suiza de manera ilegal a principios de los años setenta.

“No tengo ningún recuerdo especial de cuando era pequeño. Solo puedo decir que éramos cuatro hermanos y que teníamos que trabajar para poder vivir. No soñaba con nada. No daba tiempo para jugar. En el colegio teníamos dos únicos libros para pasar todo el año”, explica González, quien repite de manera continuada su rutina cíclica entre el monte y el trabajo cuando era pequeño.

En su día a día buscaba “normalizar” la economía de la familia, cuyo padre era pastor y apenas ganaba dinero para comer. Esta falta de alimento los llevaba a comer cada día en el asilo social del pueblo e ir a robar fruta cuando salían a la calle, un objetivo que solo tenía freno los domingos cuando, con la única peseta que les sobraba de la semana, acudían al cine.

Los años 50 y 60 de España estaban marcados por el mercado negro, el estraperlo y el hundimiento de la producción agrícola por el desarrollo industrial y la coyuntura internacional, que se protagonizaba también por el éxodo rural y a otros países y por una Alemania afianzada como tercera potencia económica mundial detrás de Estados Unidos y Japón.

Según confiesa González, de pequeño “solo quería aprender un oficio, ya fuera en el campo, como pastor o en la construcción”, pero de mayor, concretamente en 1972 con 24 años, vio una “oportunidad” en otros países al no tener dinero, trabajo ni contratos regulados en España. Por ello, decidió hablar con un “conocido”, que le ofreció datos sobre la emigración a países como Alemania, Francia o Suiza.

“Nos fuimos sin nada hasta Suiza. Creo que estuvimos doce horas en tren haciendo parada en Irún y cuando llegamos el contrato nominativo estaba en alemán. No entendíamos nada. Uno de los grandes problemas era el idioma, aunque encontramos a un intérprete que nos ayudó a llegar a la casa donde teníamos que estar el primer mes”, asegura.

Mano de obra barata

En los años 60, dos millones de españoles se fueron del país impulsados por la necesidad y el aislamiento que ahogaba en España a pesar de no contar con contratos de trabajo firmados y ser analfabetos en su mayoría. Se iban para unos meses y algunos estuvieron hasta cuarenta años a pesar de llegar con incertidumbre y solo intuir que trabajarían como mano de obra barata en el mundo obrero e industrial.

En el caso de José Luis González Osanz su destino fue Rüti, un municipio de 12.000 habitantes de Suiza que lo esperaba hasta el 22 de diciembre de 1973, momento en el que finalizó su contrato y regresó al pueblo. Entre los datos, la Confederación Helvética, con un 38,5% del total, fue el territorio que recibió mayor volumen de inmigrantes españoles entre 1962 y 1977 mientras que el régimen de Franco miró hacia un lado y empezó a enriquecerse con la entrada de divisas del extranjero.

Estas migraciones fueron gestionadas a través del Instituto Español de Emigración (IEE) creado a finales de los años cincuenta por medio de convenios bilaterales como el firmado con Suiza en marzo de 1961. Esto permitió que en los años setenta, hubiera casi 400.000 españoles trabajando en el país ignorando la xenofobia y el rechazo que afloró a raíz de la crisis del petróleo de estos años.

“Después del primer mes nos cambiaron a un campamento con barracones con casas de madera como en la mili. Allí había calefactores, parecía un hotel. Compartíamos habitación cuatro españoles así que la integración fue mejor y todo cambió para bien”, explica González, que también recuerda su sueldo de cinco francos la hora.

En esta zona de descanso había italianos, españoles y griegos, con quienes intentaban comunicarse para “hacer grupo” y comer fuera los fines de semana, una de las actividades de ocio que solían repetir. Esto despejó sus dudas sobre si volver a España, ya que los principios eran “difíciles” por la falta de entendimiento entre ellos y con los jefes y la diferencia en el trabajo porque, tal y como explica, “los extranjeros picaban, mientras que los suizos eran maquinistas”.

Como obreros sin cualificación profesional, los que llegaban hasta allí trabajaban en condiciones extremas, vivían en alojamientos insalubres, ganaban salarios inferiores a los nacionales y estaban muy lejos de una posibilidad de integración en la sociedad que los recibía.

Él, que en su vuelta conoció a la que ahora es su mujer y tuvo a su hija Gloria, fue uno de los tantos españoles que se vieron obligados a irse de España para prosperar personal y profesionalmente. A pesar de ello, la mayoría consiguió su objetivo que era ahorrar y enviar unas divisas a España para poder volver y rehacer sus vidas desde sus lugares de origen, cerca de sus familias y teniendo tiempo para construir las suyas.

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