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ENTREVISTA

Bob Pop: “Dentro de poco la sanidad pública va a quedar para mantenernos con vida o simplemente liquidarnos”

Bob Pop durante la entrevista en Avilés

Irene Sierra

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El sábado 29 de abril, el auditorio del Centro Niemeyer de Avilés se levantó para aplaudir y despedir los ‘Días Ajenos’ de Bob Pop (Madrid, 1971), un monólogo teatral donde el escritor se sincera con el público para compartir aquellas experiencias que, en sus propias palabras, “le han puesto en su sitio”.

Con una generosidad que estremece y un humor que es capaz de quitarle hierro a la confesión más dura, Bob Pop trasladó al público asturiano su pasión por la lectura, pero sobre todo la capacidad para analizar de forma brillante las cosas que suceden a su alrededor.

Acompañado de su marido Mauro, quien está presente para tenderle la mano cada vez que lo necesita, Bob Pop nos recibe en el hotel donde se aloja para hablar de su faceta más creativa, la enfermedad que padece y su opinión sobre los avances en materia de derechos LGTBI.

'Días Ajenos', además de una obra de teatro, es un libro donde relaciona sus diarios personales con las experiencias registradas por autores como Andy Warhol, Leon Tolstoi o Susan Sontag en los suyos. ¿Qué mensaje quería trasladar al público cuando pensó en hacer esta adaptación?

Buscaba hacer una invitación a la lectura y, más particularmente, a mi lectura. Quería que la gente compartiera conmigo los libros que me han marcado y que, también, supieran quién era yo a través de mis lecturas y diarios personales.  

¿Todas las funciones son iguales o hay siempre un punto de improvisación?

Improviso todo el tiempo. Es necesario porque cada ciudad es diferente, la energía del público que te encuentras también e, incluso, yo mismo. De una función a otra me han pasado cosas que me gusta incorporar al monólogo, compartirlas y ver cómo funcionan sobre el escenario.  

Su obra está marcada por el contenido autobiográfico, ¿es de los que sufre o disfruta escribiendo?

Dorothy Parker decía que no le gustaba escribir, sino haber escrito. A mí me pasa igual, con la diferencia de que intento pasármelo bien. Subirme a un escenario es una forma de escribir sin perder el disfrute y eso me encanta porque improvisando he llegado a lugares que jamás hubiese descubierto desde la soledad de mi casa. Aun así, creo que para disfrutar de la escritura es clave disponer de un espacio de calma y concentración. 

Sobre su nuevo libro, 'Días simétricos', podemos leer en el tuit fijado en su perfil que “cree que es bueno”. ¿Ha superado el síndrome del impostor que tantas veces ha mencionado o aún está en ello?

Es que en realidad no es un síndrome. Todos somos impostores cuando escribimos. Yo mismo soy mucho más honesto como lector que como escritor, porque llego mucho más lejos de lo que me atrevo como autor. Sin embargo, creo que ‘Días simétricos’ es bueno precisamente porque he sido más honesto y menos impostor que nunca. Se trata de una actualización de los diarios de ‘Días Ajenos’ que viene acompañada de unos nuevos diarios que escribí durante un año completo. El resultado es una obra simétrica, donde se contrapone el Bob que escribió ‘Días Ajenos’ hace unos años, con quién soy ahora.

¿Cuántos años tienen que pasar o cuántas cosas debe publicar una persona para sentir que el espacio que ocupa es legítimo?

Creo que es importante resaltar que nadie se merece ningún tipo de espacio. No estás en ningún sitio por tus méritos. Gran parte de las cosas que nos suceden dependen de la suerte, de los privilegios o de las compañías. No me siento impostor porque tampoco me siento merecedor de nada. Me limito a aprovechar un espacio y colarme donde me dejan. Para mí ocupar un espacio es ser consciente de que tengo un altavoz que me permite hablar de las cosas que me parecen importantes, ser útil para la gente que me escucha. 

¿Analizarse y ser tan consciente de lo que le sucede a uno mismo ayuda a identificar algunos de los problemas colectivos que denuncia?

Sí, y desde varias perspectivas. Soy muy consciente de los privilegios que tengo. De hecho, una de las reflexiones que hago en ‘Días simétricos’ habla precisamente de cómo la tragedia, el drama o los reveses vitales que he vivido me han encontrado siempre en un lugar muy cómodo desde el que luchar o resignarme a ellas. Por otro lado, como mucha gente del colectivo LGTBI de mi generación, vengo de los márgenes y, lejos de querer salir de ellos, lo que busco es ampliarlos para que entre más gente. Yo no quiero que nadie me normalice (odio esa expresión), busco que cada vez más cosas dejen de parecernos anormales. A su vez, vivir con esclerosis múltiple y tener la movilidad reducida me ha acercado a otros márgenes. Es cierto que no soy capaz de entender según qué cosas, pero una situación así te ayuda a empatizar y entender que no hay un modelo de vida, que hay muchas circunstancias muy distintas.

Todavía hoy, lo primero que hago cuando llego a un sitio es un barrido visual para identificar dónde está el peligro

A pesar de que soy una persona que trabaja mucho desde el humor, soy consciente de que no es una herramienta para todo el mundo. Cuando hay tanta rabia, tanto dolor, es muy cretino pedirle a la gente que encima se lo tome a risa. Yo he optado por el humor porque me ayuda a pasármelo bien y hacerle la vida más agradable a las personas que me rodean, pero me parece igual de legítimo que alguien en una situación similar decida quedarse en su casa llorando o haciendo cócteles molotov y lanzándolos a la calle.

Hace unos días, en el programa de Jordi Évole sobre Rodrigo Cuevas, este último reconocía que todavía hoy, en 2023, hay ocasiones y espacios donde de repente le salta un chip que le advierte de que es mejor reprimirse y no mostrarse tal cual es. ¿Se ve reflejado en esta declaración?

Soy súper fan de Rodrigo Cuevas y, sí, entendí perfectamente a lo que se refería, aunque he de decir que yo cada vez soy más insensato en ese sentido. A pesar de eso, todavía hoy, lo primero que hago cuando llego a un sitio es un barrido visual para identificar dónde está el peligro. Soy como una espía alemana de los años 40, pero más moderna. 

¿Con los años ha aprendido a fiarse más de ese instinto subconsciente que nos alerta de ciertas actitudes o personas?

No, quizás todo lo contrario. Con el paso del tiempo me he ido quitando prejuicios porque, a veces, ese instinto de protección, también nos pone frente a la necesidad de ser queridos. Muchas veces no es que dejemos de ser quienes somos para evitar el peligro, dejamos de ser quienes somos para que nos quieran. Lograr que no me importe que una persona no me quiera me ha costado mucho, pero me ha enseñado a tener muy claro quién quiero que me quiera

A pesar de los avances legislativos que estamos viviendo en materia de derechos LGTBI, ¿cómo evalúa la tolerancia a pie de calle?, ¿hemos avanzado o retrocedido?

Aborrezco la palabra tolerancia, porque da la sensación de partir de una superioridad moral. A mí no tiene que tolerarme nadie, lo que quiero es que me respeten. Al margen de este matiz, sí que percibo que han cambiado mucho las cosas y que ahora hay más referentes, lo que por desgracia genera toda esa agresividad y ranciedumbre facha que nos llega. Sin embargo, creo es una buena señal, porque significa que tanto en términos de feminismo como en derechos LGTBI estamos avanzando.

Hay una escena en la segunda temporada de la serie 'The White Lotus' donde Daphne le dice a Ethan: “Llega un momento en la vida en el que tienes que hacer todo lo posible para no sentirte una víctima”. Cuando una persona ha sufrido abusos como los que usted retrata en ‘Maricón Perdido’ ¿es difícil no instalarse en ese rol?

Uno no puede evitar ser víctima, pero sí presentarse como tal. Ser víctima no te da derecho a nada, ni te hace tener la razón. Prefiero la rabia al victimismo, creo que desde ahí se construyen muchas más cosas. 

¿El humor es clave para no victimizarse?

Sí, porque es una forma de mirar la realidad desde otro punto de vista y entender que nada es como nos dicen que tiene que ser. El humor nos desmonta, nos hace más ligeros y permeables. Es un lugar desde donde reposar, retomar fuerzas y seguir luchando por cambiar las cosas.

Convive con la esclerosis múltiple desde hace unos 30 años. ¿Qué ha aprendido sobre sí mismo desde que le diagnosticaron con 22 años?

La enfermedad me ha enseñado a no rebelarme contra lo inevitable. Entender que no somos dueños de nuestro futuro y que hacer planes es un poco absurdo. Y, por supuesto, a comprender mejor el dolor de los demás.

¿Se sigue infantilizando a los enfermos?

Es irremediable. No es tanto que nos infantilicen, sino que, como somos personas dependientes, todavía identificamos la dependencia con lo infantil. Aun así, creo que también está en nuestra mano evitarlo. Por ejemplo, en mi caso, hay cosas que no puedo hacer o para las que necesito ayuda, pero eso no quiere decir que no tenga la cabeza de adulto para poder tomar mis propias decisiones.

Los pensamientos bajoneros tienen que ver con la expectativa y la proyección de futuro. Cuando vives en presente continuo, eso desaparece

¿Cuesta asumir esa vulnerabilidad y dejarse cuidar?

A mí me ha costado, pero creo que gracias a mi marido, mis amigos y toda la gente que me quiere, ha sido muy fácil. Me lo han puesto increíblemente fácil.

¿Cuál ha sido el pensamiento más bajo que ha tenido a lo largo de todo este tiempo?

Ninguno. Los pensamientos bajoneros tienen que ver con la expectativa y la proyección de futuro. Cuando vives en presente continuo, eso desaparece. Al no tener la necesidad de proyectar en el futuro, se desvanecen un montón de miedos. A veces pienso que estoy enajenado, que me he chiflado y que he desarrollado esta actitud por supervivencia, pero creo que simplemente se debe a que estoy trabajando sobre ello, que lo puedo compartir, que me divierto y que tengo una buena vida.

Hace unas semanas, durante una intervención en ‘Carne Cruda’, comentaba que en alguna ocasión ha dejado de ir al especialista de la Seguridad Social por no quitarle la cita a una persona que económicamente no puede permitirse ir a un médico privado como usted.

Más que por el médico en sí, me siento culpable por utilizar los servicios de cuidado a domicilio. Me pregunto ¿por qué voy a usar un recurso público que realmente puedo pagar? ¿Para qué se lo voy a quitar a otra persona que no se lo puede permitir? Además, cuando sabes cuáles son las condiciones laborales de los cuidadores y las cuidadoras, también te lo replanteas. Si dedico mis recursos a contratar a mi cuidador, me aseguro de que está bien pagado y que trabaja en unas condiciones dignas.

Estamos viviendo una auténtica distopía. Habrá personas que vivan 60 años y otros hasta los 110. Es una especie de eugenesia, como un holocausto, pero de clase

Por el contrario, si recurro a los servicios públicos, que muchas veces están subcontratados a empresas privadas, no sé qué grado de explotación están viviendo esas personas y cómo yo estoy siendo cómplice de un sistema tan perverso. A su vez, también pienso que esta actitud es egoísta porque hace que no esté luchando porque mejoren las condiciones para todo el mundo. Es contradictorio y algo que no paro de reflexionar últimamente.

¿Cómo percibe la evolución de la sanidad pública desde que le diagnosticaron la enfermedad hasta ahora? ¿Cómo la ve de aquí a diez años?

Yo vivo en Barcelona y la tendencia es hacia una privatización constante. Voy a un hospital público donde las máquinas de citas son de una aseguradora privada. La sensación es que, cada vez, todo es menos público. Me encuentro con fisioterapeutas, médicos y enfermeras que me cuentan sus condiciones y me doy cuenta de que nos están empujando hacia lo privado. Además, sucede una cosa muy peligrosa y es que, como enfermo, esta degradación de la sanidad pública te lleva a que tú percibas que tampoco mereces tanto la pena, que a nadie le importa que tú estés bien. Y eso es muy duro. Hablamos mucho de muerte digna, pero parece que nos estamos olvidando de la vida digna. El otro día reflexionaba y pensaba que, en realidad, estamos viviendo una auténtica distopía. Dentro de poco, la sanidad pública va a quedar solo para mantenernos con vida o simplemente liquidarnos, mientras que la privada hará que aquellos con muchos recursos puedan curarse y cuidarse. Habrá personas que vivan 60 años y otros hasta los 110. Es una especie de eugenesia, como un holocausto, pero de clase.

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