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Salvar de la extinción una especie no basta para medir su salud: el lobo solo se ha recuperado un 38%

El lobo gris, catalogado en la Lista Roja de la UICN como “preocupación menor”.

Guillermo Prudencio

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Los ecólogos han acuñado el término “síndrome de las referencias cambiantes”, por el que una sociedad asume como natural la ausencia o la escasez de animales que fueron abundantes. Pocos casos hay tan representativos de ello como el lobo, el gran depredador europeo: está volviendo a sus territorios perdidos, pero solo se encuentra al 38% de su recuperación plena. El dato parte de un análisis preliminar de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), elaborado con un nuevo estándar científico que pone cifras al declive de las especies y marca una hoja de ruta para que vuelvan a prosperar. 

Es el llamado Estatus Verde de las especies, que va a dar una nueva dimensión a la Lista Roja de especies amenazadas de la UICN: el inventario global de las especies en riesgo de extinción, una herramienta que ha marcado hasta ahora los esfuerzos de conservación de la biodiversidad. La Lista Roja es en realidad mucho más que una simple lista. Los criterios de la UICN acaban guiando las políticas de conservación de los gobiernos, influyendo en cómo y dónde se invierten los escasos recursos disponibles. 

Ahora, en un momento crítico, en medio de lo que se considera la sexta extinción masiva de la historia de la Tierra, los expertos de la UICN plantean que el riesgo de extinción no es suficiente para evaluar la salud de las especies. El lobo europeo, por ejemplo, no está considerado amenazado por la Lista Roja (está catalogado como “preocupación menor”) y poco a poco ha ido volviendo a algunos lugares donde fue exterminado. Y sin embargo, su evaluación del Estatus Verde desvela que está muy lejos aún de una recuperación completa, con poblaciones muy menguadas tras siglos de persecución. 

“Es posible que una especie no esté cerca de la extinción, lo que significa que puede que no se hubiese considerado una prioridad alta de conservación. Pero quizás esa misma especie ha desaparecido de gran parte de su área de distribución, lo que supone que su función ecológica allí se ha perdido”, comenta la vicepresidenta de conservación de especies del Wildlife Conservation Society, Elizabeth Bennett, que ha participado en la elaboración de la nueva herramienta. “Evitar la extinción es crítico, pero insuficiente”, subraya. 

En 1964, cuando despuntaban las primeras iniciativas globales para salvar la vida salvaje en peligro, se publicó la primera edición de la Lista Roja con una selección de 204 mamíferos y 312 aves de todo el planeta consideradas escasas. Con los años, ese inventario se convirtió en un “barómetro de la vida”, con información científica precisa sobre el área ocupada por las especies, su población, su hábitat y ecología, sus amenazas y las acciones de conservación en marcha. 

Hasta la fecha se ha evaluado el estado de 138.300 especies con categorías que van desde “preocupación menor”, cuando ya no se considera amenazada, hasta extinta. Ahora los conservacionistas van un paso más allá. Imaginando un mundo en que el resto de seres vivos no solo sobreviven, sino que prosperan, en 2012 el Congreso Mundial de la UICN propuso desarrollar una Lista Verde de las especies, que complementara la Lista Roja. Entonces, los expertos de la institución comenzaron a desarrollar un estándar científico y objetivo para evaluar esa mejora del estado de la biodiversidad: el nombre cambió, para evitar la interpretación de que una especie en una “Lista Verde” ya no necesita atención, y surgió el llamado Estatus Verde de las especies. El fruto de ese largo trabajo se presentó en julio de 2021, en un artículo de la revista Conservation Biology, que aplicaba por primera vez (de manera preliminar) los criterios del Estatus Verde a 181 especies de todo el mundo, con aportaciones de varios centenares de científicos. 

El análisis evalúa lo cerca que está una especie de su “recuperación total”: parte del área histórica que ocupaba antes de su declive y las clasifica en siete categorías, en función de si sigue ausente de esos viejos territorios o si sus poblaciones están creciendo. Una novedad relevante es que las especies ya no se consideran como compartimentos aislados, sino que se evalúan dentro de un todo. Así, para considerar plenamente restaurada una especie, esta debe ser capaz de cumplir sus funciones ecológicas dentro del ecosistema. Que el lobo mantenga a los hervíboros a raya, el buitre limpie el monte de carroñas, o el manglar siga protegiendo las costas, por ejemplo. 

“Sin especies existiendo a un nivel ecológicamente funcional perderemos estabilidad en los ecosistemas, y perderemos los servicios ecosistémicos de los que dependemos los seres humanos”, apunta Molly Grace, una investigadora de la Universidad de Oxford que dirige el grupo de trabajo de la UICN sobre el Estatus Verde.  

Visto así, a muchas especies no les va tan bien como podría parecer. Además del lobo, otra de las especies evaluadas es la ballena gris: clasificada como “preocupación menor” en la Lista Roja, porque su supervivencia a nivel global no corre peligro, se considera tan sólo al 33,3% de su recuperación. Aunque la caza masiva por la industria ballenera cesó hace décadas, su población sigue mermada y se recupera lentamente. 

El biólogo Juan Carlos Blanco, también miembro de la UICN, considera que así se añade una “perspectiva nueva” a la conservación. “No basta evitar que las especies se extingan, hay que intentar recuperarlas de forma decente”. Para Blanco, que en los años 90 elaboró el Libro Rojo de los Vertebrados de España, la Lista Roja “es la Unidad de Cuidados Intensivos que intenta evitar la muerte del paciente (la extinción), pero ahora se añade una Unidad de Rehabilitación que marca el camino de la recuperación”. 

Esa “unidad de rehabilitación”, el Estatus Verde, completa su diagnóstico con cuatro métricas que permiten analizar el impacto de las acciones de conservación que se han realizado hasta la fecha, evaluar las consecuencias de detener esas acciones, y predecir sus efectos a diez años y un siglo vista. 

Aunque los conservacionistas advierten que no es realista alcanzar una recuperación del 100% para algunas especies en toda su área histórica —por la destrucción masiva de ecosistemas y los cambios en el clima—, existen casos aparentemente perdidos que, con las medidas adecuadas, podrían volver a prosperar. Por ejemplo, el rinoceronte de Sumatra, atrapado en la categoría “en peligro crítico” de la Lista Roja —a un paso de la extinción en libertad, con menos de 100 ejemplares en la naturaleza— tiene un potencial de recuperación “alto” según su evaluación del Estatus Verde. Eso significa que podría llegar a la mitad de su recuperación total en un siglo, pues cientos de ellos podrían reintroducirse en zonas de Sumatra y Borneo libres de deforestación si se mantiene la lucha contra la caza furtiva y siguen mejorando los programas de cría en cautividad. 

Los resultados del Estatus Verde muestran que otras muchas especies podrían cambiar su suerte. Por ejemplo, si sigue la tendencia actual el lobo europeo podría llegar a un 75% de recuperación, casi el doble de su estado actual. Y el cóndor de California, salvado de la extinción por los esfuerzos conservacionistas pero todavía considerado “en peligro crítico”, también podría resurgir hasta el 75% a finales de siglo si no se deja de ayudar a la especie. 

El nuevo estándar ya ha sido adoptado oficialmente por la UICN en su reciente congreso mundial, y se espera que las primeras evaluaciones oficiales (las presentadas hasta ahora son preliminares) se publiquen este mes de diciembre: como en el caso de la Lista Roja, los análisis estarán abiertos a debate científico.

Más allá de ofrecer una potente herramienta a los científicos y gestores, sus impulsores pretenden lograr un cambio de narrativa: uno que muestre que no todo está perdido, que es posible hacer las paces con la naturaleza y recuperar la diversidad de la vida salvaje. Se trata de recuperar la esperanza en un campo dominado por las malas noticias. Una carta publicada en la revista del Instituto Americano de Ciencias Biológicas hablaba de una “cultura de la desesperación” en el gremio, con la biología de la conservación convertida “en uno de los campos científicos más deprimentes”.  

“Creo que tenemos que ver las cosas con justicia, y es que los humanos están teniendo un efecto negativo en la naturaleza, eso es cierto. Pero también tenemos que ser capaces de celebrar los éxitos cuando se producen. Si no escuchamos historias sobre cómo funciona la conservación, y hay muchas historias sobre ello, creo que la gente se desmotivará y ni siquiera lo intentará”, reflexiona la zoóloga Molly Grace. 

El biólogo Juan Carlos Blanco insiste en la misma línea. “Es cierto que la biología de la conservación consiste muchas veces en certificar el desastre que experimenta la biodiversidad en la Tierra. Pero también estamos viendo muchos éxitos, sobre todo en los países más desarrollados, los que son capaces de invertir más fondos en conservación”, señala este conservacionista, y añade: “En el Estatus Verde hay un mensaje de optimismo pero también un recordatorio, que falta un largo camino hasta recuperar el papel ecológico que estas especies desempeñaban en el pasado”. 

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