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Sobre este blog

Íñigo Jáuregui Ezquibela es docente de profesión y antropólogo de vocación. El mayor legado que heredó de su padre fue la pasión por las montañas. Una pasión inmune al paso del tiempo y que revive cada vez que las visita o escribe sobre ellas y quienes las frecuentan o habitan.

Tadrart Acacus

Por Íñigo Jáuregui Ezquibela

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Íñigo Jáuregui Ezquibela es docente de profesión y antropólogo de vocación. El mayor legado que heredó de su padre fue la pasión por las montañas. Una pasión inmune al paso del tiempo y que revive cada vez que las visita o escribe sobre ellas y quienes las frecuentan o habitan.

Entre todas las dimensiones y facetas que presentan las montañas, existe una que resulta sorprendente o, cuando menos, poco habitual y de la que nos vamos a ocupar a continuación. El aspecto al que nos referimos tiene que ver con el hecho de que algunas de ellas han acabado convirtiéndose en galerías de arte o museos al aire libre por obra y gracia de las comunidades humanas que, en el pasado, se dedicaron sistemáticamente a decorarlas con pinturas, murales y petroglifos. Durante este proceso, que se prolongó durante varios milenios, sus paredes y refugios, convertidos en lienzos, se cubrieron de representaciones antropo y zoomorfas que han sobrevivido hasta la actualidad. Los ejemplos de esta modalidad artística, además de ser muy numerosos, se hallan distribuidos a lo largo y ancho de todo el mundo extendiéndose desde Australia (Uluru/Ayers Rock) hasta Namibia (Brandberg y Twyfelfontein) o desde Argelia (Tassili n´Ajjer) hasta Colombia (Chiribiquete y La Lindosa).

El caso en el que nos vamos a detener es bastante menos conocido que cualquiera de los anteriores y se localiza en el norte del continente africano, en una zona desértica situada al sudoeste de la República de Libia conocida con el nombre de Fezzan que pasa por ser la región más árida y remota de todo el Sahara. El nombre de la cordillera en cuestión es Tadrart Acacus (montañas Acacus) y constituye una prolongación de la meseta de Tassili que se sitúa al otro lado de la frontera, en territorio argelino. Su superficie, que alcanza los 5.000 km2, cuenta con una red de cañones y uadis por los que raramente circula el agua y con una amplia muestra de dunas móviles. La principal ciudad, Ghat, alcanza los 25.000 habitantes y está situada al oeste, junto al perímetro exterior del macizo, en un cruce de rutas caravaneras. Una parte significativa de esta población está compuesta por miembros de la tribu tuareg kel Tadrart que, hasta hace unas décadas, vivían del pastoreo y algunos cultivos ocasionales. Más tarde y gracias a la irrupción de una incipiente industria turística comenzaron a ser contratados como guías y conductores.

El aislamiento y la desolación que reinan en este paraje dominado por el basalto y la arenisca no fueron un obstáculo para que en 1985 la UNESCO lo declarara Patrimonio de la Humanidad por las razones que hemos adelantado más arriba. Sus pinturas rupestres figurativas, que decoran las paredes de muchas de las formaciones rocosas existentes a orillas de los uadis, no tienen nada que envidiar a las halladas en las restantes cadenas montañosas que salpican el corazón del Sahara (Hoggar, Tassili, Tibesti).