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Literatura de montaña

Por Íñigo Jáuregui Ezquibela

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Las montañas son las principales protagonistas de centenares de libros tanto de ficción como de no ficción. Su presencia en el mercado editorial es un fenómeno que, en nuestro país, se remonta a la década de los 40 cuando la editorial barcelonesa Juventud, especializada en temas náuticos, decidió ampliar y abrir su catálogo de publicaciones a géneros que, hasta entonces, no habían suscitado excesivo interés ni entre los lectores ni entre las empresas del ramo. Fue entonces cuando la montaña tuvo la oportunidad de hacerse un hueco en los escaparates de las librerías nacionales y de hacerlo a través de un subgénero propio. Las primeras producciones de esta temática tan novedosa tuvieron carácter limitado y esporádico motivado por la incertidumbre y la imposibilidad de predecir la reacción de los lectores. Sin embargo, los resultados debieron ser relativamente satisfactorios porque poco tiempo después, a comienzos de los 50, los responsables de Juventud decidieron apostar por esta línea editorial a través de la creación de un sello o una sección específica que fue bautizada con el nombre de “Colección Edelwiss”. Esta decisión acarreó la publicación de infinidad de títulos hasta entonces inéditos, la traducción de grandes clásicos de la literatura de montaña y un incremento sostenido en el número y la periodicidad de los lanzamientos. Como muestra del gran trabajo realizado durante estos primeros años, basta recordar algunas de las obras publicadas por aquel entonces como Cumbres pirenaicas (1951), Por las cumbres (1952), Introducción a la montaña (1952), Montañas del Pacífico (1952), Annapurna (1953), Escaladas en los Andes (1953), La montaña no quiso (1953) o Ascensión al Everest (1954).

Desconocemos cuáles fueron los motivos últimos que hicieron que la editorial fundada por José Zendrera en 1923 decidiera embarcarse en esta aventura pionera, aunque sospechamos que nada tenían que ver con el altruismo. A pesar de ello, la iniciativa no cayó en saco roto porque, además de prolongarse a lo largo de varias décadas y ser fuente de inspiración para otros proyectos posteriores, hizo posible que los alpinistas nacionales recuperaran el tiempo perdido y cobraran conocimiento de los logros e innovaciones técnicas alcanzadas por sus homólogos europeos.

Por lo que llevamos escrito, da la impresión de que todo el mundo parece tener las cosas claras con respecto a esta clase de literatura. Las apariencias engañan. En realidad, nadie parece saber muy bien qué es, en qué consiste, qué autores o contenidos merecen ser incluidos en semejante literatura. Buscar estas respuestas a través de la web o en páginas especializadas es una pérdida de tiempo. Nadie parece ser capaz de definir su significado, saber hasta dónde alcanza o establecer con exactitud las características y las variantes existentes dentro de dicho género. Las referencias existentes son extremadamente vagas y las voces autorizadas brillan por su ausencia o se limitan, como sucede con el escritor David Torres, a realizar declaraciones tan gratuitas como la siguiente: “la literatura de montaña es un género que está recién nacido, está todo por hacer, está esperando a su Conrad y a su Melville (…) la ficción no ha entrado en este territorio magnífico con toda la fuerza que debería” ( https://billardeletras.com/recursos-lectores/el-viaje-hecho-literatura-entrevista-a-david-torres).

A pesar de todo ello, ninguna de estas dificultades ha impedido la convocatoria de diversos certámenes nacionales e internacionales (Banff, Boardman-Tasker, Desnivel, Passy, Nankervis-Bamford, Zijin…) destinados a dar a conocer este tipo de obras, la proliferación de novedades asociadas a esta etiqueta o que las distribuidoras y las grandes librerías se sirvan de ella en sus archivos, folletos, o rótulos para organizar sus secciones, identificar sus fondos y orientar a los clientes. Por tanto, podríamos afirmar que los factores que más han contribuido a la consolidación de este fenómeno no han sido ni los críticos, ni los eruditos especializados en teoría literaria sino el mercado y los consumidores.

Para finalizar, sólo nos cabe añadir que los libros en los que las montañas –y todo lo que las rodea– juegan un papel protagonista o significativo no se limitan a describir proezas o desafíos físicos presididos por la tenacidad y el coraje. Los autores que se aventuras en sus paisajes extremos para compartir sus experiencias no sólo las describen, sino que enriquecen nuestra comprensión de la realidad en el más amplio sentido del término. Sus páginas también tienen la capacidad de hurgar en el espíritu y la sensibilidad humanas o de interpelar a los lectores para que reflexionen sobre el significado profundo de sus propias experiencias y de su conexión con estas formidables realidades geológicas. Al final, la literatura de montaña es una llamada a la aventura, una invitación a explorar los paisajes más espectaculares de nuestro mundo y un recordatorio de la ilimitada capacidad que posee el espíritu humano para explorar y afrontar nuevos retos. En las páginas de estas obras, los lectores pueden hallar inspiración, refugio, modelos a quien imitar y una pasión compartida que trasciende el tiempo y el espacio.

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