Tadrart Acacus
Entre todas las dimensiones y facetas que presentan las montañas, existe una que resulta sorprendente o, cuando menos, poco habitual y de la que nos vamos a ocupar a continuación. El aspecto al que nos referimos tiene que ver con el hecho de que algunas de ellas han acabado convirtiéndose en galerías de arte o museos al aire libre por obra y gracia de las comunidades humanas que, en el pasado, se dedicaron sistemáticamente a decorarlas con pinturas, murales y petroglifos. Durante este proceso, que se prolongó durante varios milenios, sus paredes y refugios, convertidos en lienzos, se cubrieron de representaciones antropo y zoomorfas que han sobrevivido hasta la actualidad. Los ejemplos de esta modalidad artística, además de ser muy numerosos, se hallan distribuidos a lo largo y ancho de todo el mundo extendiéndose desde Australia (Uluru/Ayers Rock) hasta Namibia (Brandberg y Twyfelfontein) o desde Argelia (Tassili n´Ajjer) hasta Colombia (Chiribiquete y La Lindosa).
El caso en el que nos vamos a detener es bastante menos conocido que cualquiera de los anteriores y se localiza en el norte del continente africano, en una zona desértica situada al sudoeste de la República de Libia conocida con el nombre de Fezzan que pasa por ser la región más árida y remota de todo el Sahara. El nombre de la cordillera en cuestión es Tadrart Acacus (montañas Acacus) y constituye una prolongación de la meseta de Tassili que se sitúa al otro lado de la frontera, en territorio argelino. Su superficie, que alcanza los 5.000 km2, cuenta con una red de cañones y uadis por los que raramente circula el agua y con una amplia muestra de dunas móviles. La principal ciudad, Ghat, alcanza los 25.000 habitantes y está situada al oeste, junto al perímetro exterior del macizo, en un cruce de rutas caravaneras. Una parte significativa de esta población está compuesta por miembros de la tribu tuareg kel Tadrart que, hasta hace unas décadas, vivían del pastoreo y algunos cultivos ocasionales. Más tarde y gracias a la irrupción de una incipiente industria turística comenzaron a ser contratados como guías y conductores.
El aislamiento y la desolación que reinan en este paraje dominado por el basalto y la arenisca no fueron un obstáculo para que en 1985 la UNESCO lo declarara Patrimonio de la Humanidad por las razones que hemos adelantado más arriba. Sus pinturas rupestres figurativas, que decoran las paredes de muchas de las formaciones rocosas existentes a orillas de los uadis, no tienen nada que envidiar a las halladas en las restantes cadenas montañosas que salpican el corazón del Sahara (Hoggar, Tassili, Tibesti).
Una de sus particularidades consiste en el hecho de que el inventario de sitios arqueológicos en los que se han detectado estas imágenes asciende a 707 y que los mismos se hallan dispersos por la mayor parte de este territorio. En el noroeste, junto al uadi Senaddar, se esconde Tin´lalay y sus grabados eróticos. En el centro, en las inmediaciones del uadi Teshuinat, aparece la mayor concentración de arte rupestre de toda la región y Uan Muhuggiag, el lugar en el que en 1958 el profesor Fabrizio Mori descubrió la momia de un niño y pinturas de figuras humanas con cabeza de chacal. Finalmente, hacia el sur, sobresalen los yacimientos de Fozzigiaren y Takarkori.
Los investigadores que conocen el terreno afirman que lo que ahora es desierto fue, en su día, una sabana por la que corrían los ríos y en la que crecían bosques y abundantes gramíneas. Los cientos de efigies humanas y animales que decoran los abrigos y la base de los acantilados rocosos así lo testifican. En su opinión, documentan fielmente la sucesión de acontecimientos que tuvo lugar en el período que va desde el año 12.000 hasta el 100 a. C., es decir, entre el Pleistoceno tardío y la desertización definitiva de toda la zona. Los cambios y adaptaciones que se sucedieron durante ese lapso temporal, que obedecen a la creciente escasez de lluvias estacionales y precipitaciones, afectaron tanto a la fauna y a la flora como a las comunidades humanas, un fenómeno que aparece fielmente reflejado en estas pinturas parietales. Las más antiguas contienen jirafas, elefantes, rinocerontes, diferentes especies de gacelas y un amplio muestrario de bestias salvajes mientras que las correspondientes al Neolítico sustituyen los animales anteriores por especies domésticas: ganado lanar, vacuno y equino, y las más cercanas en el tiempo se limitan a mostrar camellos.
La secuencia anterior, además de ilustrar el impacto de las alteraciones climatológicas en los ecosistemas, pone de manifiesto la fragilidad de todo cuanto nos rodea incluidos nosotros mismos y las estructuras sociales que hemos construido. Aunque los negacionistas climáticos se empeñen en negar la mayor, es evidente que nos encontramos a las puertas de un cambio irreversible cuyas consecuencias son muy difíciles de prever. No hay marcha atrás, ni medidas paliativas, ni mecanismos capaces de aminorar el impacto. Ante la inacción y la falta de voluntad política, lo único que nos cabe esperar es adaptarnos a lo que quiera que esté por venir, hacer todo lo posible por superar la prueba de estrés a la que nosotros o nuestros descendientes se van a ver sometidos a no mucho tardar. Veremos que resulta de todo ello.
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