El gran reemplazo
Que nadie se confunda. El contenido de este artículo ni es un alegato en contra de la inmigración y las minorías étnicas ni una apología de la raza blanca. El reemplazo al que me refiero es de otra índole y tiene que ver con la irrupción, de un tiempo a esta parte, de una nueva forma de acudir a la montaña o de practicar el montañismo. Como algunos ya habrán sospechado, me estoy refiriendo al turismo de montaña.
Aunque soy incapaz de fechar con exactitud el inicio de esta modalidad turística, me atrevería a señalar que, en nuestro país, su popularización está asociada al estallido de la pandemia de covid-19. Probablemente, la semilla ya estaba sembrada, pero los estados de alarma y las diferentes modalidades de confinamiento a las que nos vimos sometidos durante aquellos interminables meses de 2020 y 2021 hicieron que, personas que jamás se habían interesado por las actividades al aire libre, buscaran refugio o una vía de escape en las mismas. Dos datos: durante 2020, el alquiler de autocaravanas se incrementó en un 30% con respecto al año anterior y en un 15% el de las intervenciones estivales del GREIM en el Pirineo aragonés. Estas y otras informaciones, como las que apuntan al crecimiento sostenido de las pernoctaciones en los refugios dependientes de las diferentes federaciones de montaña, indican que el turismo de montaña es una realidad que, si nada cambia, va a seguir consolidándose y expandiéndose durante los próximos años.
Aunque no deseo caer ni en el alarmismo, ni en una concepción restrictiva o elitista de este deporte, no solamente tengo la impresión de que el turismo de montaña tiene más de lo primero que de lo segundo, sino que, además, me inquieta la posibilidad de que esta práctica llegue alguna vez a suplantar al montañismo convencional como ya lo ha hecho en algunas áreas de Picos de Europa o del Pirineo Central. Evidentemente, nuestra expulsión de estos dos entornos no tiene tanto que ver con este tipo de visitantes como con la implantación, por parte de los refugios, de un sistema que otorga más derechos a los excursionistas que han adquirido el forfait que se les exige para dormir en los alojamientos que jalonan Carros de Foc o El Anillo de Picos que a los que aparecen de improviso y sin reserva. Imagino que los promotores de cualquiera de estos dos recorridos y sus múltiples variantes pensarán que la iniciativa ha constituido todo un éxito, sobre todo de índole económica, porque de ese modo han logrado lo que se proponían: garantizar la ocupación, obtener cuantiosos beneficios y generar un efecto llamada entre los jóvenes o no tan jóvenes que buscan un producto diferente. Sin embargo, no puedo evitar pensar que también están contribuyendo a la masificación y mercantilización de la montaña y, en definitiva, a su degradación porque tanto Carros como El Anillo son ofertados en las agencias del sector como un destino, circuito, paquete o experiencia turística más, una más entre otras muchas.
El ejemplo que acabo de exponer es un síntoma de lo que está sucediendo y de por dónde pueden ir las cosas en el futuro. Tal vez ha llegado el momento de decir adiós al montañismo de toda la vida, al compromiso y la entrega que le suelen acompañar, y abrazar una nueva versión del mismo en el que este tipo de conductas o “aproximaciones” se conviertan en la norma. Sin embargo, no puedo resistirme a expresar ciertas reservas porque, para mí personalmente, la montaña ha sido una escuela de vida, un refugio y un lugar de aprendizaje
Realmente desconozco qué es lo que buscan los turistas que han comenzado a frecuentarla, pero sospecho que su concepción es meramente instrumental, que la montaña es utilizada como medio para alcanzar sus objetivos, objetivos relacionados con el ejercicio físico, el ocio, el consumo de experiencias, el bienestar, la superación personal y su difusión a través de las redes. Desde luego no hay nada de malo en todo ello, pero creo que la práctica del montañismo posee una serie de rasgos irreductibles que no deberían encapsularse ni banalizarse ni comercializarse y que, al paso que vamos, corren el riesgo de desvanecerse.
La mejor prueba de cuanto decimos la tenemos en Inès Benazzouz, alias Inoxtag, un youtuber franco-argelino de 22 años con 7 millones de seguidores que el pasado 21 de mayo coronó la cima del Everest un año y medio después de anunciar en las redes sociales que lo escalaría. Kaizen, el documental en el que narra su hazaña no solamente ha obtenido un éxito internacional aplastante –cerca de 40 millones de visualizaciones–, también es un canto a la superación, es decir, a la inanidad y los lugares comunes. Durante su metraje puede comprobarse que el tal Inès es un hijo de su tiempo, un joven de éxito prematuro obsesionado por las redes sociales y sin apenas contacto con la realidad, y que con dinero, con mucho dinero, puede hacerse casi cualquier cosa. Aunque su propósito, o el del realizador del film, es convencernos de que nos encontramos ante un suceso épico que merece ser admirado, lo cierto es que no puede ser más banal y egocéntrico. Si dejamos a un lado su retórica vacía, lo que nos encontramos es… el retrato de un turista de montaña para el que lo menos importante es, precisamente, esta última. El Everest es reducido a la condición de escenario o set de rodaje y, lo que es peor, termina por desdibujarse hasta convertirse en un mero producto, en una mercancía muy valiosa que sólo está al alcance de unos cuantos privilegiados, entre los que figura el influencer Benazzouz. Así que, a menos que el mundo se pare, menuda nos espera…
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