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La cloaca

Ingémino Padrón

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Quiso el destino que el despilfarro de “la celebración” del centenario del nacimiento de César Manrique que organiza el Cabildo de Lanzarote coincida en el tiempo con la ratificación e incremento de las condenas judiciales contra Francisco J. Chavanel y sus secuaces, fundamentalmente el grupo mediático Lancelot, del que es propietario Juan Francisco Rosa. Esta coincidencia facilita la comprensión de una vieja forma de proceder de la cloaca conejera, en la que bastaría con sustituir el nombre del periodista Chavanel por el del cuestionado y desacreditado profesor de arte Fernando Castro Borrego.

La cloaca ha desplegado de nuevo los mismos métodos e idénticos procedimientos, que consisten en traer de fuera a alguien estrellado, es decir, una supuesta estrella en franca decadencia para que actúe como ariete al servicio de los mismos intereses. Ayer, se recurrió al decaído Chavanel contra el juez Pamparacuatro y el fiscal Stampa, tratando de manchar la instrucción del Caso Unión para tapar la corrupción y a sus autores; hoy se echa mano de un desprestigiado Castro Borrego contra César Manrique y la fundación que creó para preservar su obra y su pensamiento.

El objetivo que persigue la sentina es la manipulación y la tergiversación de la realidad con la excusa del centenario del artista. Se introduce así un nuevo relato que consiste en rebajar la dimensión artística de César Manrique, situarlo al lado de los especuladores y los agresores contra el territorio, negar la legitimidad de su fundación para gestionar y reivindicar al artista y, por último, banalizar el debate con el argumento de que lo importante es la isla, su paisaje y su paisanaje, y no el artista.

En estas tareas de construcción de una realidad paralela se afanan, junto a Castro Borrego, algunos personajes de la vida local adscritos al régimen de la vulgaridad cultural instaurado por Coalición Canaria —Juan Gopar, Félix Hormiga, Ildefonso Aguilar, Rubén Acosta, Carmensa de la Hoz…—, quienes, junto a otros colaboradores, tratan de igualar a César Manrique con la mediocridad. Sus intenciones no se prestan a equívocos, al intentar rebajar a César tanto para arrebatarle su condición de artista cuanto la innegable dimensión universal de sus propuestas. Para Castro Borrego y compañía, en la charca todos son artistas, incluso Brito y Soto, sus dos grandes referencias.

Tras el apunte realizado por Agustín Espinosa, Lanzarote buscaba un autor, y es la lectura que hace César Manrique la que lo legitima para estampar su firma y le da autoría con su obra: no es la cosa en sí, “es la cosa en mí”. Francisco Calvo Serraller observó que César Manrique “era más que un destacado artista plástico entre los surgidos en nuestro país tras la guerra civil. Es verdad que se dio a conocer primero como pintor y escultor, alcanzando un notable prestigio como un brillante seguidor del informalismo matérico español de los años cincuenta, pero, junto a estas cualidades, demostró también pronto poseer inquietudes no limitadas al espacio del marco de un cuadro”.

El historiador, ensayista, crítico de arte y catedrático universitario español que dirigió el Museo del Prado, al referirse sobre la estancia de César Manrique en Nueva York, ha señalado que “fue allí donde se suscitaron sus primeras preocupaciones acerca de la integración entre arte y naturaleza, mucho antes de que se pusiera de moda el ecologismo. De regreso a España, César Manrique se entregó a la que sería la gran obra de su vida, su obra de arte total: a Lanzarote, su isla natal”.

Debe ser difícil para Castro Borrego digerir que una autoridad de la talla de Calvo Serraller haya situado a César Manrique a tamaña altura, y que el escritor y catedrático de Literatura Nilo Palenzuela lo haya desenmascarado hace escasas fechas: “Hay críticos de arte que en Canarias han desarrollado buena parte de su obra en las cocinas del poder político e institucional. Siempre han estado ahí. Pertenecen al paisaje. En este entorno se halla el perfil de Fernando Castro Borrego”. Ante el silencio de los corderos, abrumador en Canarias, la pluma de Nilo Palenzuela es la excepción que se ha alzado para poner cada cosa en su sitio.

Castro y sus coros y danzas, a los que se ha sumado con indisimulado entusiasmo Marcial Martín, faltan a la verdad cuando afirman que el Cabildo siempre ha colaborado con César Manrique, ya que hubo episodios de estrecha cooperación, como bajo la presidencia de José Ramírez (1960-1974), otros de escasa o nula cooperación, así fue bajo la presidencia de Antonio Lorenzo (1979-1983) y otros de menosprecio, desprecio y abierta agresión hacia el artista, como sucedió tras la llegada de Dimas Martín a la presidencia, en 1991.

No se debe pasar por alto que los actos del centenario que “celebra” el Cabildo de Lanzarote, con la colaboración del Gobierno de Canarias, están siendo instrumentalizados por Coalición Canaria para desarrollar su campaña electoral al más puro estilo populista conejero: pan y circo a tutiplén. Estos actos ilegítimos son la pantalla tras la que se oculta una vendetta de los enemigos de César Manrique y de su fundación, los especuladores y los devoradores del territorio y los aniquiladores del testamento del artista y sus cortesanos: los variopintos artistas locales que viven a la sombra del presupuesto público.

Comandados por Castro Borrego, los habitantes de la cloaca han salido de cacería contra César Manrique y la fundación, el mismo acoso al que sometieron al juez Pamparacuatro, al fiscal Stampa, a los investigadores judiciales de la UCO y a los denunciantes del Caso Unión. Habrá que estar atentos a los nuevos actores del sumidero, de a tanto el metro, para determinar en su momento cuánto nos cuesta este despilfarro de recursos públicos para agredir la memoria de César y a la institución que la custodia, además de anotar este episodio en sus trayectorias.

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