Mi homenaje a los Amigos Canarios de la Ópera

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Por haber sido capaces de sacar adelante una gran temporada con tan poco, pero con tantas dificultades. Para ellos se me ha ocurrido esta digresión. 

A veces se tiene de forma caprichosa la pulsión irrefrenable por llevar ciertos temas a un ranking a modo de hit-parade. A veces esta tarea es posible y a veces no. Sería alocado intentar elegir el mejor libro de la historia. Elegir entre Conrad, Dickens o Faulkner produce pasión de ánimo. Es un esfuerzo inútil. Otra cosa es que obra maestra es del mayor de tus gustos. Si nos adentramos en la música y concretamente en la ópera, cada cual puede intentarlo conscientes de que hace falta un elector olímpico que pretenda saber demasiado de demasiadas óperas. Y no es mi caso.

Una primera aproximación la conseguimos mediante los maître a jouer, permítaseme el barbarismo, que se han pronunciado de forma terminante. Vale como es natural el criterio de autoridad de Ricardo Muti que se llevaría a un largo viaje a Don Giovanni y a Falstaff. 

En las salas de conciertos hay gentes que las llenan tan solo y nada menos que porque les gusta lo que ven y lo que oyen, y estos resultan ser la mayoría del público. Otros, que resultan ser unos pocos, reconocen todo lo que pasa en escena. Tienen acceso al detalle. Estos últimos saben cuándo falla la trompa o cuando un rubato no es más que un truco. En el límite están los loggionisti de la Scala de Milán que son un número reducido pero prescindible de aficionados tipo hooligans que asisten a la representación partitura en mano acechando si alguien se salta una nota para montar la gran bronca. Es mi opinión que para tener el estatuto de melómano hay que saber leer la partitura. Como yo no se leer una partitura, me ubico con esa mayoría que apela al gusto, pero tengo respeto y envidia por aquellos que sí lo hacen.

Conozco de dos personas que van a verse reconocidas en estas líneas si leen este artículo y cuyas preferencias residen en un caso en Orfeo, Don Giovanni y Tristán y otro que ubica sus preferencias también Orfeo con Cosi fan Tutte y Falstaff.

Por la época de la cuarentena oí mucha opera y yo también elegí bajo la disposición de ánimo de “tener paciencia y barajar”.

Y mi elección fue La Mujer sin Sombra porque esa música no es para gustar sino para emocionar. O temblar. Esta ópera es una sucesión de regalos camerísticos que te llegan al alma y de arranques sinfónicos que te hacen temblar. Con un continuo canto de excelencia.

Es muy difícil verla porque hacen falta 120 virtuosos en el foso, un director musical soberbio y cinco cantantes excelentes. Sin derecho a fallo. Si no se cuenta con eso, entiendo que es mejor no intentarlo.

En los últimos tiempos Solti y Thielemann son los directores musicales que con más éxito se ha introducido en ese almacén de golosinas que es la partitura de La Mujer sin Sombra.

Esta obra que transcurre en el reino de los espíritus y al tiempo en el reino de los humanos tiene un antecedente en la Flauta Mágica: dos parejas y una reina de la noche. Pero aquí, en esta ópera, aparece el mortal más humano que se reconoce en cualquier ópera: el humilde Barak, el tintorero.

Fui afortunado en 2011 porque la disfruté con la orquesta de Viena y Cristian Thielemann. Algo que no me va a volver a pasar. Con sus cinco cantantes localizados en la excelencia, no más que los secundarios.

Si tenemos orquesta, director musical y cantantes, hay que tener una última precaución: que el regidor no lo descarrile todo. Pero uno de los regidores mas competentes y conceptuales del momento se encargó de descarrilar el tren de golosinas. No puede un regidor, aunque se llame Christof Loy, presentar ante 2.200 personas una trama que precisa para su comprensión de un seminario explicativo previo. En la versión a la que me refiero, los personajes a veces de este mundo y a veces del otro se convierten en esa versión a la que me refiero en cantantes que vestidos de calle y con los tics de los humanos, acuden a ensayar la obra en versión concierto para darle una oportunidad al personaje del emperador que es un debutante. Fue nuestro regidor más lejos y atravesó el artificio del teatro dentro del teatro. Conforme avanzaba la función, los personajes se salen del papel de ficción que interpretan para ser ellos mismos, actuando ya vestidos de calle. 

Realmente al final se rebela lo que era: un ensayo general de La Mujer sin Sombra. Yo lo entendí horas mas tardes en el hotel. Para salvar los muebles, el director musical también empezó a pasar de lo que se representaba y se concentró en la partitura con un éxito total.

El año que viene programan los amigos nuestros de la ópera los Cuentos de Hoffmann, que junto con el Caballero de la Rosa y Don Giovanni yo los incluiría tantas veces como pudiera. Pero el escritor borracho es muy exigente. Es como el diablo que aparece con cara de conejo. Las referencias anteriores son irrepetibles. Son Krauss, Domingo o Shicoff. Esperando a Hoffmann. Junio 2022.

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