Pueblo chico

Todo eso se fue a la porra tiempo ha. La oferta alojativa, que se dice, se ha quedado obsoleta, los malos bufets han sustituido a los restaurantes de lujo y los hombres orquesta, con órganos electrónicos de melodías pregrabadas amenizan los bailes para el turismo social de la tercera edad en salas con moquetas que pasaron de moda hace dos décadas y mobiliario que se cae en pedazos y muestra las señales del vandalismo de los otros clientes habituales; los adolescentes de los viajes de fin de curso. Hablo en general, porque hay un par de excepciones. El declive imparable y lamentable del Puerto de la Cruz tiene mucho que ver con su incapacidad para desmarcarse del modelo turístico general del Archipiélago. Porque es otra cosa. Ese desmarque tendría que haber sido protagonizado por la clase política y empresarial. Pero, el aspecto infernal de este pueblo chico que va proa al marisco desde hace tanto tiempo y que le impide despegar, comienza por los problemas sempiternos del propio ayuntamiento en el que los personalismos siempre han tenido más peso que el bien común y la prosperidad de la localidad. Ahora, allí, han pactado la socialista Lola Padrón y la popular Eva Navarro. Doña Dolores ha alcanzado la alcaldía gracias a la ojeriza que Eva le tiene al anterior alcalde, Marcos Brito, con quien ha mantenido agarradas históricas. Un pueblo así –cuna del socialismo en Tenerife, por cierto- no se merece depender de rencillas y de venganzas personales. Y no digo que Lola y Eva no lo vayan a hacer bien. Digo sólo que lo particular aquí, los sentimientos y rencores, son más importantes que la política, la ideología y los programas. Eso no puede ser bueno.

José H. Chela