Políticamente incorrecta
Amanezco el 30 de mayo, día de Canarias, pensando que volveremos a tener los próximos cuatro años una festividad autonómica tintada de tonos propagandísticos, como ocurría antaño. Ya, salvo que el autocuidado y el azar genético y vital me lleve a una vida de esas muy longevas, habré vivido más de la mitad de mi vida y he bregado bastante por mi adultez, así que sé que una realidad, cualquiera, es interpretada por cada persona de forma diferente, por ello lo que ahora escribo es mi sentir, sólo eso, no tiene que ser la realidad de otras y otros. Ayer, veintinueve de mayo de dos mil veintitrés, no podía más que sentir pena y hastío por los resultados electorales, pensaba en la inevitable vuelta a las promesas sobre la especulación del suelo isleño, turismo de masas, intercambio de protesta ciudadana por cochinos asados y parrandas de merengue y cumbia, y como decía mi amiga, vuelta a la franquicia cultural en todas las fiestas de todos los pueblos -aunque eso, en realidad, no ha cambiado mucho-. Vuelta a lo mismo, a sentir que esa ponzoña lo invade todo y que sólo podemos movernos por la marea del conformismo, el bueno, no está tan mal, podría ser peor, pero al menos soy funcionaria, qué más me da si es lo que quieren. Y con todo ello no podía sentirme más enfadada con los míos ¿Y quiénes son los y las mías? Pues nada menos que aquellas personas que al decidir invertir su tiempo y energía en la política de partido, cuando han expuesto su debate al público me han hecho sentir que su palabra es la mía, su palabra, hacer y parecer; y los he ido siguiendo por podcast, artículos y redes. Ahora sólo puedo ser políticamente incorrecta porque incorrecto es exteriorizar una opinión negativa sobre la gente que está en la trinchera cuando tú, ni siquiera, estás militando, cuando no tienes tiempo ni ganas de asambleas y crees que apoyas sus proyectos compartiendo alguna de sus intervenciones brillantes, o hablando a favor en público, y te autojustificas con esa fantasía. Sin embargo, ahora o, en realidad, desde hace unos meses, vengo sintiendo enfado con todos “los míos” y a lo que me dirige mi ánimo es a una reprimenda de madre, porque encuentro a todos y todas tan púberes; como si toda la historia nacional no los haya llevado a ninguna reflexión para avanzar hacia la madurez.
Estuve buscando, anoche, un documental que vi hace muchos años, antes de la irrupción del 15M; evidentemente no lo encontré. Exponía un estudio político sobre la deficiente capacidad comunicativa de la izquierda, hablando en términos de rédito electoral, no de debate, claro, en esta palestra la izquierda “de verdad” es la mejor, generalmente dotada de objetividad y respeto a la interlocución. Sin embargo, recuerdo que el programa me pareció esclarecedor. Desde mis diecisiete años me posicioné en la izquierda ideológica. Los diecisiete son esa edad en que tantas personas comienzan a tomar su propio rumbo decisional con la emoción de la cercana mayoría de edad. En aquellos años me emocionaba en conciertos de Taller Canario - también ellos hacían política: la identidad, descolonización, emigración… - y seguía debates políticos, recuerdo entender el discurso de Julio Anguita como el de mayor cordura; era inevitable no posicionarme, pensar quiénes eran los míos cuando escuchaba sus argumentos. Para mi sorpresa adolescente, el mensaje no llegaba igual a las demás personas, de hecho, calaba vagamente en poca población y el resto repetía el mantra del peligro comunista. Cuando Izquierda Unida pactó con el PSOE de Zapatero hubo años de florecimiento nacional, yo, al menos, lo viví así. Volvía la investigación, sí, con células madre también, a pesar del obispado, se legaliza el matrimonio homosexual, se inicia la ley de Identidad de Género y se creaba la tan necesitada Ley de Dependencia. De todas esas medidas algunas fueron propuestas directas de IU dentro del pacto; yo, que lo seguía de cerca, lo tenía claro, sin embargo, en el recordatorio común son leyes socialistas iniciadas en la etapa de Zapatero, Izquierda Unida no aparece ni difuminada en ese protagonismo, por lo que comprendí que aquel documental de análisis político que había visto era muy certero, la izquierda no sabía publicitarse. Tiempo más tarde irrumpió en los programas de debate Pablo Iglesias, con serenidad en los tiempos, informado en demasía respecto a sus rivales de diatriba, con una mochila cargada de datos objetivos y propuestas meditadas. El nuevo Julio Anguita, pero con un nuevo tirón. Aumentaba la audiencia televisiva, conectaban las personas que aclamaban su argumentario y sus detractores, pero no dejaba a nadie impasible. Pablo Iglesias sólo era la cara visible de un proyecto que comenzaba a emerger. Un proyecto colmado de gente preparada que ya había entendido que el ideario de la izquierda no podía quedarse en la melancolía de la canción de autor, sino que debía llegar al pueblo, que se tenía que devolver la conciencia de clase para que se perdiera la desorientación y cada quien luchara por lo suyo, y así se repitió, con sorpresa para “los otros”, con contundencia los términos de: clase obrera, los de arriba y los de abajo, la casta, identidad de pueblo, recuperación de la bandera… . Hubo errores, claro que los hubo, pero no comunicativos. Era la primera vez que la izquierda ganaba en esa capacidad. Y así, salidos de la nada, llegaron en, apenas, unos meses al Parlamento europeo. Todo un éxito y el principio del cambio. Lo que ocurrió a partir de entonces y una vez irrumpen en el Congreso, es historia cercana, la mayoría, con algo de conexión, la conoce, aunque todas la recordemos y relatemos de manera diferente. Desde Izquierda Unida, entiendo que con mucho debate interno y, tal vez, algunas cicatrices, se pensó que era necesario unir; Podemos compartía ideario y sumaba una buena capacidad comunicativa y desde el punto de vista de Podemos, Izquierda Unida tenía esa veteranía político-histórica. Lo importante era representar a los suyos, no idealizar siempre en la oposición, sino crear cambios en la sociedad; eso era lo verdaderamente importante. Para mí Izquierda Unida y Podemos, luego Unidas Podemos, representaban mi ideal de proyecto. Ha habido bastante buen hacer a nivel legislativo y es evidente que han tenido que lidiar con una maquinaria mediática ofuscada en su destrucción, de la que son rehenes nunca culpables. Pero también hubo reyertas pueriles, regaladas a sus rivales como se le regala leña al fuego para que perviva, y tristemente escisión y nueva escisión y otra vez, escisión. Desde que Manuela Carmena, presentada, por Podemos, a la alcaldía de Madrid como independiente, no quiso participar en la campaña de Unidas Podemos a las nacionales, algo no iba bien. Pero ¿cómo esa mujer que parecía tan coherente podía cometer la incoherencia de encabezar una lista propuesta por un partido en el que no creía?, y sí, sí creía, como era de pensar puesto que encabezó la lista y se convirtió en alcaldesa, ¿por qué no hacía la campaña?, ¿acaso prefería que ganara la derecha? El siguiente batacazo fue la fundación de Más Madrid por ella misma y creación de la primera gran escisión, luego decide llamar a Íñigo Errejón, un hombre de izquierdas, inteligente y gran estratega, pero que se equivoca, a mi parecer, porque abrió grandes heridas. Alberto Rodríguez sigue los mismos pasos, siente que hay una jerarquía interna no expositiva, pero sí en apoyo e importancia, en su partido UP, cuando lo expulsan de su escaño en el congreso y no es abiertamente defendido por los suyos. También siente que los intereses de Canarias quedan diluidos en Madrid, así que vuelve a la tierra y funda Proyecto Drago, mismo ideario social, verde, no especulativo y mirando hacia la tierra. Misma ideología, nuevas siglas. Casi de forma paralela en el tiempo o, tal vez, con algo de anticipación, Yolanda Díaz, ministra de Trabajo – otra de esas voces y mensajes que despiertan ilusión – une en un congreso a grandes mujeres de la izquierda, en algo que parece la promesa de un nuevo partido, y pronto se convierte en Sumar, plataforma ciudadana de izquierdas, pero ¿se presentaría a las elecciones con nombre propio?
En todo este batiburrillo de siglas, de mensajes similares y campañas diferentes, que si atendiéramos a sus haceres y sus programas los votaríamos a todos porque somos ciudadanas y ciudadanos de calle, no militantes, ni hinchas de un equipo de fútbol, llegamos al 28M. Y para que los que sí militan en esos partidos lo entiendan, les describo la siguiente situación:
Semanas antes de las elecciones sigo indecisa y no porque no tenga clara la ideología sino porque quienes la representan están separadas y separados por barreras tan absurdas como las siglas y símbolos de diferentes partidos. Me pregunto por qué, cómo han llegado a esto, a hacernos elegir entre un hermano, o hermana, u otra. En alguna de las listas se presentan personas conocidas, rigurosas todas a mi parecer y con gran valía, otras no las conozco y ya se sabe que la historia de la humanidad está trazada por el acercamiento al poder. De repente, algún proyecto con aspiraciones a grande, aunque aún en pañales, pueda verse parapetado por quienes de ideología sólo tienen ese acercamiento al poder, pero, claro, eso yo nunca lo voy a poder saber, así que debo elegir por programa, ¿por programa? ¿de verdad? Tan iguales que ya no sé si elegir por logotipo, mejor canción, o mejor tiktok de difusión ideológica. Todo un despropósito. Entonces entro al salón donde se encuentra mi mesa electoral, con mi carnet de identidad en mano. Hace calor, pero corre una breve brisa. Me acerco al cubículo de las papeletas, una estantería con selectores repleta de sobres de colores me espera. Intento dotar de discreción mis acciones, de normal me daría igual que las cortinas estuvieran descorridas porque no me importa vociferar lo que quiero votar, pero, claro, me toca elegir entre hermanas y hermanos, así que considero que debo ser discreta y corro las cortinas. La brisa parece no permitirme tal discreción porque las hace ondear como si se tratara de una bandera y yo, tímidamente en ese descubierto, con las papeletas hermanas colocadas sobre el estante, miro de soslayo en derredor con el temor de ser descubierta. Y así, en el segundo cero del día de las elecciones sigo divagando indecisa e insegura. ¿Por qué me hicieron esto? No puedo evitar pensar con esa miseria humana tan de mirarnos al ombligo.
El veintinueve de mayo sentí rabia. Rabia hacia los míos, por su eterno hacer pueril. Creo que lo hicieron, se han propuesto salir de la esfera decisional y lo están consiguiendo. Los adelantos sociales no son eternos y pueden reconvertirse en convivencias precarias y oscuras. En la historia, la de otros países y la nuestra propia, ya ha pasado. No siempre ha sido pagando mercenarios en países vecinos, también se ha llegado a la reconversión de derechos a través de las urnas y ustedes, como no se unan, como sigan dividiéndonos, lo van a lograr ahora en el tan cercano y vertiginoso veintitrés de julio.
Por aquí mi opinión a las y los que siento los míos.
Una opinión, seguro, políticamente incorrecta.
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