El Internet que nos cambió la vida

El Internet que nos cambió la vida (EFE)

Rayco Bejarano

Washington DC —

Uber, AirBnb, Tinder o Spotify son nombres por los que si nos hubieran preguntado por ellos hace diez años bien podríamos haber respondido que se trataba de algún cóctel en un local de moda o el nombre de una nueva colección de ropa de Zara. Sin embargo, hoy son bien conocidos y juntos suman millones de usuarios en todo el mundo, no si antes haberse enfrentado a duras críticas y procesos judiciales que todavía siguen impidiendo su despliegue global.

La expansión de la telefonía móvil hace aproximadamente quince años y el posterior boom de Internet no han supuesto solamente una revolución en la forma en la que nos comunicamos, sino en varios y diversos aspectos de nuestro día a día. Ya casi nadie se acuerda de aquellos sms de 140 caracteres que usábamos para no tener que hacer una llamada que siempre era más cara. Unos sms que muchas compañías telefónicas actuales ofrecen con el calificativo de “ilimitados” dentro de sus paquetes de precios a sabiendas que es como ofrecer un discman de regalo por comprar más de 50 euros en cualquier supermercado: por mucho que te lo regalen no lo vas a terminar utilizando.

La proliferación de los móviles, más tarde convertidos en smartphones, junto con el enorme auge del acceso a la red desde estas extensiones de ordenadores no solo ha hecho proliferar cientos de miles de aplicaciones para mantenernos entretenidos durante el día y llenarnos la memoria de nuestro teléfono en cuestión de días, sino que también ha valido para modificar conductas y pautas a la hora de viajar, movernos, salir de casa para comer algo o incluso, relacionarnos.

Hace unos años la llegada de las compañías aéreas de lowcost dejaban asombrados a propios y extraños. Absurdas e incomprensibles normas entonces, algunas perduran hasta nuestros días, que hacían que coger un avión se convirtiera en toda una odisea. Hoy es técnicamente imposible por ejemplo poder viajar en un avión de Ryanair o Easyjet sin haberse conectado previamente a Internet. Porque si usted no se ha leído las condiciones de la compañía en su página web, para lo que obviamente necesita una conexión al suministro, no se habrá enterado de que es usted quien tiene que imprimir su propia tarjeta de embarque y de las medidas y peso que debe llevar su equipaje. De no consultar esta “vaga” información, la broma puede salir por un pico.

Esto es solo un ejemplo de tantos de cómo Internet ha venido a cambiar algunos de los paradigmas que parecían fijos de por vida. Y si no pregúntese cómo se organizaban unas vacaciones hace 15 años: agencia de viajes, folletos de 500 páginas de destinos turístico y, si acaso, alguna guía en papel de nuestro destino. Hoy en día podemos pasar unas vacaciones en cualquier parte del mundo sin tener que recurrir a ninguno de estos pasos. Basta con una conexión a la red y una tarjeta bancaria, con dinero suficiente eso sí, para poder planear y adquirir sus vacaciones de ensueño sin moverse del sofá de su casa.

Tampoco la forma en la que nos movemos dentro de las propias ciudades ha pasado inadvertida ante esta marea de cambios. En la gran mayoría de las grandes ciudades de nuestro país, y también del resto del mundo, las aplicaciones web y móviles para conocer el minuto exacto para que pase nuestra guagua por la parada son de uso generalizado. El único problema que puede acarrear el uso de este tipo de aplicaciones es que una vez tengamos el gusto de conocerlas, ya no podremos separarnos de ellas nunca más.

Otro abanico de aplicaciones nos ayudan a mantenernos activos en nuestro día a día. Estas aplicaciones no solo cuentan nuestros pasos, kilómetros, escalones… en un día, si no que nos permiten visualizar los datos para así darnos cuenta de nuestro progreso, o retroceso también. Por si fuera poco podemos retar a nuestros conocidos con la misma aplicación a ver quién correo más kilómetros en un día o cuál es el que consigue dar más pasos durante una jornada.

Un cambio más controvertido, al menos en España, es el que pasa el sector del taxi. La expansión de aplicaciones como Uber y similares ha sido inevitable en muchos países pero sin embargo, ha sido frenado de lleno en España por el legislador.

Uber es una aplicación móvil que permite solicitar un coche privado para que lo transporte a donde usted quiera. El teléfono utiliza el servicio GPS para averiguar su posición y le informa de los diferentes coches, con sus chóferes incluidos, que están disponibles cerca de usted para realizar su viaje. La aplicación es fácil de utilizar y solo exige el registro del usuario y la inclusión de una tarjeta de crédito para gestionar los pagos.

Esto supone una competencia directa con un sector tan reivindicativo como es el del taxi en España. Ante la llegada de este nuevo servicio a nuestro país, que supondría una mayor oferta donde elegir para el usuario y un consiguiente descenso de los precios, provocó que taxistas de Madrid, Barcelona y Valencia, ciudades en las que inicialmente se lanzó Uber, pusieran el grito en el cielo ante la amenaza de que se pudiera poner en jaque su supremacía en el transporte privado de pasajeros.

En abril de 2014 desembarcó por primera vez en España y su periplo duró tan solo nueve meses. En diciembre de ese mismo año un juzgado de Madrid decreta el cese de las actividades de la compañía en nuestro país. Uber denunció entonces esta suspensión y la realidad a día de hoy es que la compañía sigues sin poder operar dentro de nuestras fronteras.

Tampoco gustó en exceso a las compañías peninsulares de líneas regulares de guaguas la aparición de la web Blablacar, una página que permite desplazarse de una ciudad a otra compartiendo los gastos entre varios usuarios. Así, si una persona que tiene un coche y va a desplazarse, por ejemplo, desde Granada hasta Valencia, y que además va solo, puede publicar su anuncio en la web con el precio que ha de pagar quien quiera hacer el mismo viaje. De esta forma el conductor consigue repartir entre el número de viajeros final el coste de la gasolina, y los usuarios que deciden hacer el viaje con él disfrutarán de un viaje más rápido y probablemente más barato que si lo hiciera en guagua o en tren.

Canarias no se ha mantenido al margen del boom de esta web y existen usuarios registrados que ofrecen a compartir su coche por un módico precio. Así, haciendo una búsqueda aleatoria, encontramos viajes de ida entre Mesa y López, en Las Palmas de Gran Canaria, y Maspalomas por un módico precio de dos euros. Un precio bastante inferior a los 6,80 euros que tenemos que desembolsar para hacer el viaje en Global e infinitamente menor a lo que nos saldría el mismo trayecto en taxi e incluso llevando nuestro propio coche.

La opción de compartir gastos en un viaje entre ciudades no es nada nuevo en otras partes del mundo. En EEUU, por ejemplo, existen varias compañías de coches basadas en esta idea. El usuario se registra en la web pagando una cuota anual que ronda los 70 dólares, aproximadamente unos 63 euros, y unas semanas después recibe una tarjeta en su casa. Con esa tarjeta puede acceder a todos los coches que la compañía en sí tiene repartidos por la ciudad y sin preocuparse por su mantenimiento y mucho menos por la gasolina. Por norma general cobran al usuario por tiempo de uso independientemente del kilometraje.

El aparcamiento dentro de la propia ciudad no supone un problema ya que estas compañías cuentan con sitios reservados a lo largo de todo su trazado en los que los usuarios pueden dejar su vehículo sin sufrir la tediosa tarea de buscar aparcamiento en el centro de las grandes ciudades. Para saber la disponibilidad de vehículos y también de plazas de aparcamiento el usuario solo tiene que descargarse una aplicación que le indica a tiempo real el “stock” de coches y la calle en la que se encuentran.

Cuando el cartel de “hotel lleno” no supone un problema

Mencionábamos al inicio de este reportaje la forma en la que ha cambiado el modo de viajar y también de reservar o planear unas vacaciones. El alojamiento en el punto de destino no ha quedado al margen de los cambios que han sufrido sectores como el del transporte aéreo o urbano.

A hoteles, apartamentos y resorts les ha salido un duro competidor, especialmente en los entornos urbanos. Los hoteles seguirán existiendo siempre, o eso creemos, pero poco a poco la oferta de alojamiento se diversifica al tiempo que las tendencias de los usuarios se van transformando.

Aplicaciones como Airbnb permiten al usuario encontrar alojamiento en una habitación en muchas de las ciudades más destacadas en cada país. No sólo se puede encontrar una habitación para quedarse en una casa compartida, sino que también se puede acceder a pisos enteros, casas y apartamentos. De esta forma, el hecho de alojarse no supone llegar a la habitación del hotel y relacionase con el resto de los huéspedes solo en el momento del desayuno o en la piscina. El uso de Airbnb permite, en el caso de casas compartidas, estar en contacto con otras personas que igualmente se encuentran de paso por la ciudad o con el mismo dueño de la casa que ha decidido alquilar una de sus habitaciones sobrantes. Como con casi todo, queda al gusto del consumidor si alojarse en las comodidades que los buenos hoteles suelen ofrecer u optar por una habitación más económica en la que se pueden compartir experiencias en primera persona con otros viajeros pero eso sí, con la posibilidad de sufrir las incomodidades propias que surgen a la hora de compartir una casa con desconocidos.

Airbnb se extiende por 34.000 ciudades de un total de 190 países donde compite con otras fórmulas de alojamiento y donde España no ha quedado al margen. Así, realizando una búsqueda que nos sirva para comparar este servicio con un alojamiento convencional encontramos que para la semana del 19 al 25 de octubre de este mismo año, un alojamiento para dos personas en la ciudad de Barcelona nos puede salir por unos 40€ la noche en pleno centro de la ciudad condal. Habitación propia en casa compartida en la que se comparte también las zonas comunes. En el caso de los hoteles, por el mismo precio solo encontramos acceso a albergues y pensiones generalmente con una baja calificación por parte de los usuarios. Si queremos encontrar algo céntrico en un hotel con una media de tres estrellas y media para el mismo periodo el presupuesto rebasa los 100 euros por noche.

Controversia en el sector del alojamiento

Cada vez que llega un nuevo competidor a cualquier sector, los operadores habituales lo interpretan como una amenaza, mientras que los usuarios lo ven como una mayor oferta para elegir. Sucedió así con la llegada de las compañías aéreas lowcost, que incluso a los pocos años de su aterrizaje en España, algunas consiguieron colocarse en los puestos de cabeza entre las más usadas por los viajeros. Tampoco la llegada de Uber y otras formas de transporte alternativo ha contentado al sector del transporte discrecional y del taxi.

Airbnb no ha quedado al margen de la polémica y ya se ha abierto la veda entre el sector hotelero y esta compañía. En ciudades como Amsterdam la compañía ha comenzado a aplicar un impuesto turístico a las pernoctaciones que los usuarios hagan en la ciudad usando sus servicios. Así, el alojamiento particular se equipara al sector hotelero de la ciudad que ya venía aplicando este impuesto a sus huéspedes. Amsterdam se convirtió así en la primera ciudad de toda Europa en aplicar ese impuesto, siguiendo el camino que la compañía ya utilizaba en Estados Unidos.

París ha conseguido también un acuerdo similar con la compañía y comenzará a aplicar un impuesto de 0,83 céntimos de euro por huésped y noche que irán destinados a las arcas municipales.

La compañía busca ahora alcanzar un acuerdo similar con Barcelona donde la Generalitat le impuso una multa de 30.000 euros por ofrecer pisos turísticos ilegales. El nuevo grupo de Gobierno municipal liderado por Ada Colau ha propuesto la condonación a los pisos turísticos de la deuda si estos inmuebles son destinados a alquileres sociales.

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