'Crónicas secretas de la Guerra Civil en Cantabria' propone un acercamiento a uno de los momentos socialmente más traumáticos y disruptivos de la historia reciente, y lo hace mediante un puzle de secuencias históricas reforzadas por abundante documentación gráfica y visual, en muchos casos totalmente inédita. Estos artículos abordan numerosos acontecimientos y situaciones que nos ayudan a entender una etapa tan cercana como oscura, todavía hoy llena de episodios desconocidos y poco explorados, y forman parte de un extenso trabajo de investigación en formato de libro firmado por el sociólogo, editor y escritor Esteban Ruiz.
Secuencias de la sublevación: cántabros en la Olimpiada Popular que nunca se celebró
A principios de agosto de 1936 estaba prevista la inauguración oficial de los Juegos Olímpicos de Berlín, organizados como una demostración propagandística del poderío de la nueva Alemania nazi. Su celebración abrió un intenso debate internacional: mientras algunos países y atletas apostaron por el boicot, otros creyeron que la mejor manera de plantarle cara al nazismo era batirlo en las diferentes pruebas deportivas. En el caso de España, el Gobierno del Frente Popular, elegido apenas seis meses antes, decidió no enviar deportistas y organizar, en un tiempo récord, la Olimpiada Popular de Barcelona: un evento deportivo y cultural alternativo que iba a contar con la participación de cerca de 6.000 atletas procedentes de 22 países.
En Cantabria, la Olimpiada Popular generó un gran interés, y un grupo de 35 artistas y creadores, entre los que se encontraban Mauro Muriedas, José Luis Hidalgo, Eduardo Pisano, Charines, Miguel Guerra Calderón y algunos otros jóvenes procedentes de toda la provincia se prepararon para acudir a Barcelona. Todos ellos formaban un grupo de idealistas, preocupados por sus proyectos artísticos y culturales, e interesados en conocer y compartir experiencias con otros jóvenes llegados de otros puntos del mundo.
La inauguración de la Olimpiada Popular estaba prevista para el domingo 19 de julio de 1936, adelantándose así a los Juegos Olímpicos oficiales que tendrían a Hitler como anfitrión. El sábado 18 de julio, y mientras los expedicionarios cántabros preparaban su viaje en autobús, empezaron a llegar las primeras noticias del levantamiento militar en África.
Tras algunas dudas iniciales, el grupo decidió empezar su viaje a Barcelona. Al día siguiente, mientras atravesaban una España en cuyas ciudades se detectaban movimientos de tropas en los cuarteles y actividad miliciana en las calles, los titulares del diario El Cantábrico daban cuenta de que en Santander reinaba la calma, y Manuel Llano, en su habitual columna dominical, elogiaba la iniciativa: “Buen camino, ese camino griego de la Olimpiada Popular de Barcelona, tan plena de buenos propósitos, enseñando pauta de armonía para todos los elementos educativos. Es algo así como una asamblea de juventud en la que cada afición encuentra un estímulo, un cordial acogimiento (…) Ahora nos acercamos más a Grecia. En Olimpia, además de la carrera, de la gimnasia, de la danza, recitó Píndaro sus poesías, expuso Equión sus cuadros, Herodoto leyó sus Historias, Lisias pronunció sus discursos”.
Para la expedición montañesa, el viaje a la Ciudad Condal no estuvo exento de riesgos. A su paso por Zaragoza, el autobús fue detenido por un control de los militares sublevados, quienes procedieron a revisar sus documentos, y a inspeccionar minuciosamente el vehículo. Tras mostrar sus credenciales 'olímpicas' y después de algunas negociaciones, el grupo pudo continuar su camino, dejando atrás una ciudad que ya estaba bajo el control de las tropas rebeldes.
Mientras tanto, y ante el agravamiento de la situación, el Gobierno de la República decidió suspender la Olimpiada Popular, transformando la sede de la Villa Olímpica y el Estadio de Montjuic en centros de reclutamiento y organización de milicias. A pesar de que muchos atletas nunca llegaron a viajar a Barcelona, algunos centenares de participantes ya se encontraban en la ciudad, o iban llegando de forma escalonada en medio de la confusión, entre ellos, la delegación cántabra.
En medio de la incredulidad más absoluta, el grupo se alojó provisionalmente en el pabellón rumano, abandonado precipitadamente por su delegación, y acabaron siendo encuadrados en una milicia que, tras diferentes avatares, fue enviada a defender Madrid. Tras su llegada a la capital, y ante la carencia de armas suficientes para equiparlos, todos ellos quedaron abandonados a su suerte, en una ciudad que vivía también una situación caótica.
Sin dinero y sin saber muy bien a dónde ir, el grupo se dispersó y tres torrelaveguenses, Mauro Muriedas, Eduardo Pisano y José Luis Hidalgo, decidieron visitar a su paisano José Gutiérrez Solana para pedirle ayuda. A pesar de su fama de huraño y malhumorado, el pintor los acogió con efusión y, aunque vivía con bastante precariedad, a la hora de la despedida metió en el bolsillo de cada uno de ellos un billete de 50 pesetas, deseándoles buena suerte en su viaje de vuelta a casa.
Con esa pequeña cantidad, y sus credenciales olímpicas como única protección, Mauro Muriedas y Eduardo Pisano regresaron a Barcelona, donde fueron testigos del agravamiento de la situación. Fue entonces cuando tomaron la decisión de atravesar la frontera francesa, en compañía de un pequeño grupo de 'olímpicos', para tratar de reingresar por Hendaya y dirigirse a Torrelavega, donde la ausencia de noticias había generado honda preocupación entre sus familiares y amigos.
Una vez en territorio francés, Muriedas y Pisano se dirigieron a Irún, cuyo puente internacional estaba siendo barrido por el intercambio de disparos entre los sublevados y las milicias leales a la República. A pesar de que las autoridades francesas trataron de disuadirles de su idea, los dos artistas lograron cruzar la frontera de forma clandestina, siendo testigos de excepción de la caída de San Sebastián en manos de las tropas franquistas, antes de regresar a sus casas en Torrelavega, y poner fin a su rocambolesca aventura olímpica.
El destino de ambos fue bien diferente. Mientras que Mauro permaneció en Torrelavega tras la caída de la Republica y la llegada de la dictadura, realizando allí su obra escultórica, Pisano se exilió al sur de Francia, fue capturado por los alemanes y obligado a trabajar en la construcción del muro atlántico.Tras el desembarco aliado y la liberación de Francia, abrió un estudio de pintura en Montparnasse, convirtiéndose en un miembro destacado de la Escuela de París.
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'Crónicas secretas de la Guerra Civil en Cantabria' propone un acercamiento a uno de los momentos socialmente más traumáticos y disruptivos de la historia reciente, y lo hace mediante un puzle de secuencias históricas reforzadas por abundante documentación gráfica y visual, en muchos casos totalmente inédita. Estos artículos abordan numerosos acontecimientos y situaciones que nos ayudan a entender una etapa tan cercana como oscura, todavía hoy llena de episodios desconocidos y poco explorados, y forman parte de un extenso trabajo de investigación en formato de libro firmado por el sociólogo, editor y escritor Esteban Ruiz.
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