Cuando Suances se convirtió en una “burbuja diplomática” internacional

La sublevación del 18 julio de 1936 dejó atrapados en Santander a centenares de turistas, estudiantes y visitantes extranjeros, que se vieron obligados a buscar cualquier medio para regresar a sus países de origen y abandonar un país que se adentraba en una guerra civil de resultado incierto.

A mediados de octubre, y pese a las numerosas evacuaciones llevadas a cabo por buques internacionales desde el puerto, aún permanecían en la región gran parte del cuerpo consular acreditado, algunas decenas de profesionales extranjeros con sus familias y numerosos indianos de vacaciones por toda la provincia.

Tras el fracaso del pronunciamiento, y la violencia y el descontrol desatado posteriormente contra todo sospechoso de ser partidario de los sublevados, las autoridades republicanas impulsaron la creación de un área protegida, habilitada como un recinto seguro, dotado de extraterritorialidad y regido por el derecho internacional.

Se optó por Suances como sede de esta “burbuja diplomática” debido a la existencia de buenas infraestructuras turísticas y a su situación estratégica. La villa estaba bien comunicada por carretera, aunque relativamente apartada de la capital y de sus, cada vez, mayores peligros.

En Cantabria se optó por la villa costera de Suances porque estaba bien comunicada, a poca distancia de la capital y era razonablemente fácil asegurar la protección de los refugiados en el hotel Acacio

En muy poco tiempo el hotel Acacio fue acondicionado para sus nuevas funciones y su perímetro rodeado con una tapia y alambre de espino para impedir que se produjeran asaltos por parte de grupos de incontrolados. De la seguridad y custodia de los refugiados se encargaron efectivos de la Guardia de Asalto, que restringieron el acceso, asegurándose de que nadie sin acreditación pudiera entrar al recinto.

A la nueva zona diplomática fueron llegando hasta casi cuatrocientos ciudadanos, procedentes de Alemania, Argentina, Bélgica, Bolivia, Brasil, Checoslovaquia, Chile, Colombia, Costa Rica, Cuba, Dinamarca, Estados Unidos, Francia, Grecia, Italia, México, Perú, Reino Unido, Suiza, Uruguay y Venezuela; entre ellos, más de un centenar de niños y adolescentes.

Muchos eran emigrantes que habían retornado de Latinoamérica, o hijos de estos que estaban disfrutando en la provincia de una temporada de vacaciones. Incluso había quien, aunque ya instalado en la región con sus negocios o disfrutando de su retiro, decidió utilizar su segunda nacionalidad para tratar de abandonar una España en guerra, en la que veían amenazados sus vidas y sus intereses.

Al igual que en el resto de legaciones diplomáticas diseminadas por todo el país, la zona libre internacional de Suances acogió también a algunos españoles partidarios de los sublevados, que se sentían “señalados” y perseguidos por las milicias frente populistas.

En medio de las dudas, temores y esperanzas, la vida cotidiana de aquella colonia de refugiados diplomáticos discurrió con monotonía, hasta finales de agosto de 1937, cuando las tropas franquistas tomaron Cantabria, poniendo fin a la legitimidad republicana y también a aquella insólita experiencia diplomática que había durado diez meses.

Reflejo en la prensa de la época

Un reportaje del diario El Cantábrico, publicado el miércoles 21 de octubre de 1936, permite conocer mejor cómo era la vida cotidiana de aquella 'zona neutral': “Suances villa de verano, llena de lindos chalets, quintas y hoteles de viajeros, que en esta época del año permanecen vacíos y mudos ante el mar azul que dice todos los días su fuerte sinfonía de espuma. Uno de esos hoteles es el que ha escogido el Cuerpo Consular para hacer la zona internacional. Por la parte anterior caen sus balcones sobre la carretera que va al faro, y por la posterior sobre la espléndida playa, que es admiración de todos los que visitan el lindo pueblecito costero”, arrancaba el texto.

“Se ha cerrado la finca con alta tapia y fuerte alambrada, de modo que rodee al hotel un parque sencillo para juego de los niños de la colonia. También en el parque hacen las señoras sus labores de gancho o leen a sus autores favoritos. Los hombres, haciendo uso de la tarjeta que les da derecho de entrar y salir de la zona, se van a la tienda de enfrente a jugar sus partidas de cartas o de dominó, que son el recurso por excelencia en los pueblos contra el aburrimiento que suele invadir a los que llegan de la ciudad.”, relata este reportaje.