Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
La portada de mañana
Acceder
Sánchez busca romper la unidad del PP para reformar la financiación autonómica
La Fiscalía pide la declaración del marido de la número tres de Ayuso y otro testigo
Opinión - Así se desmonta un bulo de Vox en directo. Por Raquel Ejerique
Sobre este blog

Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

La balada de cualquier mar, la balada de todos los mares

Corto Maltés

Marcos Pereda

“Sólo un soñador es capaz de encontrar un sueño”, le dicen una vez a Corto Maltés. Si esa no es la mejor definición que yo jamás haya leído sobre lo que la literatura intenta enseñarnos seguramente se le acerca.

Corto había nacido en Malta, hijo de una gitana gibraltareña a la que relampagueaban los ojos y le ardían las yemas de los dedos entre magias y presagios. Su padre fue más normal, un natural de Cornualles que tuvo la desgracia de enamorarse de quién no debía en un mundo que no era el suyo. Pero, con todo, era nieto de un diablo, un diablo bretón que habitaba en lo más profundo de Tintagel, allí donde hacía y deshacía el mago Merlín…

Con estos antecedentes a Corto Maltés no le quedaba más opción que ser un místico o un cínico y, hombre de mundo, acabó escogiendo la segunda. La respuesta seca, cortante, cuelga siempre de sus labios con sabor a cigarro, a ron añejo en el Caribe, a vino de barricas viejas en la Gran Guerra. Y es, sin embargo, una objeción amable, casi naïf, la de esas personas que no se acaban de tomar demasiado en serio, que es, sin duda, la mejor forma de tomarse a uno mismo. O la única. La única decente, se entiende.

Se asombraba un día Michel de Montaigne de las múltiples cosas que hacemos con las manos. De todas sus aplicaciones. Manos para comer, para escribir, para coger una pluma, una moneda, para esgrimir una promesa. A Corto Maltés las manos le rumbean, nerviosas, en descorches de vidrio, le remembran entre las yemas de los dedos aromas de mil pieles femeninas, algunas con aromas de mares calmados, otras regusto en tormentas saladas.

A Corto Maltés le desdicen sus propios pasos, se niega a sí mismo para después vengarse de su ayer y ponerlo en su sitio. Y siempre, siempre, con la sonrisa en la boca. Aunque duela. Sobre todo cuando duele. Porque, si no duele, no merece la pena. Y si no se puede hacer sonriendo, creo que piensa el marinero, ni siquiera voy a preocuparme por intentarlo.

Y, así, todos hemos sido Corto Maltés, y si no hubiéramos debido serlo. Al menos intentarlo. Al menos vivir lo que él vive y como él vive. Y muere, si es que puede morir alguien que alberga tanta vida bajo su chaleco impoluto, bajo su chaquetón negro, reluciente, bajo las patillas gruesas, siempre un poco demasiado largas. Y todos hemos pensado tener como amigo a ese Rasputín traidor y genial, alguien más peligroso en tu bando que como enemigo, un asesino despiadado capaz de albergar solamente sentimientos positivos hacia uno mismo y, como mucho, hacia otra persona. Un ser despreciable, salvo cuando, precisamente, tú eres esa otra persona. Y entonces todo muta, cambia. Vive. Es.

Hugo Pratt fue todo lo que Corto Maltés no pudo ser. Principalmente, y casi únicamente, una persona de carne y hueso. Y caminó su acento italiano por los peores garitos de La Boca y de Barracas, y más tarde milongueó su nuevo acento argentino por entre las callejas serenísimas de la Venecia más oscura y olvidada, esas que obvian los turistas, esas que esconden, ya saben, el secreto mejor guardado de una ciudad que son muchas. Y luego fue soldado, y después dibujante, y un poco canalla siempre, y guionista, y se hizo amigo de cien genios, y quienes lo trataban a él decían “he conocido a un muchacho especial”. Y estudió a Mu, a los templarios, a Thule, leyó como nadie los mitos celtas, reescribió al bardo, a Malory, tomó leyendas de aquí y de allá y las agitó en un maravilloso cóctel de aventuras y sueños, de dignidad desbocada, peligro y finales, sí, inverosímiles. Y funcionó. Todo eso, y las mujeres, claro.

Porque hay muchas mujeres en Corto Maltés, mujeres de esas que le han dejado cuchilladas en el alma, que no se ven pero escuecen en noches de luna llena. Y el doble si, como en Buenos Aires, ves dos lunas. Algunos dicen que es Corto misógino cuando, a lo mejor, quieren decir solitario, y aun en eso se equivocan. Porque a Corto lo abandonan más veces que al contrario, a veces dispuesto a darle la espalda al mar (¿por cuánto tiempo?) pero queda solo con llamada de sirena que no piensa desflejarle el abrazo. Y donde hubo, no hay, y lágrimas de esas saladas que no se dejan caer, pero repican. De las que no se ven. Así llora Corto.

A estas alturas decir que las aventuras de Corto Maltés vienen en forma de cómic, o de novela gráfica, es casi baladí. Explicar que no son para niños, que el trazo firme, la pincelada difuminada de sus colores o la maravillosa poesía de sus diálogos es Arte con mayúsculas sería ocioso. Que soñar no es algo que se agote en la infancia. Que, quizás, soñando más podamos soñar mejor, y soñando mejor se puede hacer realidad lo que soñamos, que es siempre, o casi, lo que necesitamos. Porque, sí, es una necesidad. Creer en las quimeras. Intentar aprehenderlas. Si existen, disfrutémoslas. Si no existen, creémoslas. Como hace Corto Maltés. No se lo pierdan. Y sí, todo este texto lo pueden aplicar a cierta situación política. Ustedes mismos. Yo no se lo pienso reprochar.

Sobre este blog

Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Etiquetas
stats