Santander no es una ciudad habitable para solteros. Demasiada belleza. Aquí hay demasiada belleza. Lo ha decidido mi encéfalo, que ha decretado la prohibición de pasear sola en las noches de viento sur de Reina Victoria al Chiqui entre las ocho de la tarde y las diez de la noche. El viento sur, me digo, es el viento sur, me repito, que pone brava a la ciudad. El cielo que se desliza en fonemas, las olas despeinadas al crecer la marea, y ahí que te ves alarmada, sube el paso, niña, porque has comenzado a sentir un cosquilleo en la mano derecha. Que se quiere agarrar a algo. Se mueven los dedos en todas las direcciones y justo en el momento en que quieres controlar el asunto el brazo entero se estira ajeno al funcionamiento del resto del cuerpo y se extiende en busca de otro ser humano.
Loca, para. Algo está pasando. Sudores fríos. Pulso descompasado. Respira, María. ¿Cuántos años tienes? Leches, tengo 37. ¿Dónde está la mano que se sujeta habitualmente a esta mano? Reza. Deja, que no sabes. Pues cuenta. Uno, dos, tres, cuatro, cinco… Relájate, coño. Está de vacaciones. La mano está de vacaciones. Respiro aliviada. Pienso cosas. No, no estoy soltera. Me río sola; yo no siento pánico por estos asuntos, claro. Soy independiente, madre, tengo amigos, demasiados amigos que no dejan de vibrar dentro del bolsillo del vaquero. Tengo una casa. Tengo un coche. Voy, vengo. Hay una horda de parejas alrededor. Bajan las pulsaciones. La mano ha dejado de buscar a su compañera habitual. De dos en dos. De dos en dos. De dos en dos. Aquí van todos de dos en dos.
La soledad en una ciudad tan bonita es un quejido lento. De todas formas, en Santander los 40 son los nuevos 30. Que no lo digo yo. Lo dice el Registro Civil y lo dicen los dueños del Grog. Que nos estamos divorciando por encima de la capacidad que tenemos de generar nuevas parejas. ¡Ah, la endogamia! Imposible evitarla aquí. Entiéndalo, cada vez somos menos y cada vez nos divorciamos más. Estamos relacionados a través de las arterias de la ciudad en oraciones subordinadas. Largas, adjetivadas. Un plomo, vaya.
Más de cuatro parejas al día decidieron darse el 'no, no quiero' en Cantabria el año pasado. Los motivos no siempre se quedan en casa, pero el resultado de los mismos es de 3.500 nuevas personas solteras. Pero esto no es nada si tenemos en cuenta que más de 10.800 paisanos están dados de alta en la web de citas Ashley Madison. Ya saben, gente que busca vida más allá del tedio que les provoca el matrimonio. No se fíen de quien duerme a su lado. Santander (con 5.591 usuarios), Torrelavega (1.359), Castro Urdiales (751) y el apacible pueblo de El Astillero (258) encabezan esta enumeración de infieles patrios. Cosas que no hay que contar, cantaría Nacho Vegas en este párrafo de nuestra vida. Jamás. Y ahí la tienen: una lista de mentiras fabricada con perfiles y direcciones electrónicas a la vista de cualquiera. Incluidos los afectados.
¿Qué por qué les cuento esto? Bien sencillo. Nos esperan varias suradas hasta el mes de diciembre. Mantengan la calma. La bahía saltará en mil tonalidades, cientos de hojas secas cubrirán la Cuesta de las Viudas, volarán sombrillas, las faldas bailarán solas y el paseo de siempre por el perfil marítimo de Santander llenará de ponzoña a los solteros recién estrenados, que acogerán con entusiasmo en sus oídos uno de los himnos de Xoel, 'Todo lo que merezcas'. Demasiada belleza. Aquí hay demasiada belleza. Quizá ahí esté la conclusión. Quizá, después de leer los datos, consumido nuestro verano de separaciones desastrosas, quizá, no estemos tan mal en esa soledad que nos lleva a sintonizar con la ciudad. Porque Santander puede llegar a ser la pareja perfecta.
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