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Las olas de refugiados hacia las costas del Viejo Continente no cesan. Cada día llegan miles de refugiados por el Mediterráneo a Europa, procedentes de países en guerra, de las vecinas Asia y África.
La mayoría de los refugiados vienen de Siria, país que lleva cuatro años sumergido en una feroz guerra civil. La gente ya está desesperada y no ve ninguna salida al conflicto sirio, por ello miles de sirios arriesgan su vida en busca de un futuro mejor en Europa. Los refugiados no sólo corren el riesgo de ahogarse en el Mediterráneo, sino se enfrentan a varios peligros en su larga travesía hacia Europa.
En el noroeste sirio, sólo en la región de Efrîn (los Montes Kurdos), 9 ciudadanos fueron abatidos por los soldados turcos cuando intentaban cruzar la frontera, otros 114 ciudadanos fueron agredidos y golpeados brutalmente en la frontera por los mismos soldados.
Mi tío Ali cruzó la frontera con Turquía hace dos años, vivía con su mujer y sus dos hijos en Estambul y esperaba el momento oportuno para emprender su viaje hacia Europa, soñaba con cruzar el mar para llegar luego a un país que le puede acoger de manera decente. No tuvo suerte, “Qué culpa tuvo para morir en el Mediterráneo” preguntaría su mujer durante mucho tiempo. Ali falleció el pasado mes de julio, tenía 37 años.
Otros tres jóvenes kurdos sirios lograron alcanzar la otra orilla del Mediterráneo, viajaban a pie en noviembre del año pasado y se perdieron en los bosques entre Bulgaria y Serbia, querían llegar a Alemania pero las temperaturas gélidas de aquél noviembe acabaron con ellos.
Otro joven kurdo, licenciado en filología inglesa, atendía a los medios internacionales como traductor durante la batalla de Kobanê, y después de la liberación de esta ciudad se marchó a Europa, después de pasar por varios países europeos murió en Hungría en un accidente de tráfico mientras intentaba escapar de la policía que le perseguía.
Otros logran su objetivo, un amigo mío de la época universitaria, estaba viviendo hasta hace poco en Alepo, pero ya no podía aguantar más las situación bélica que se vive a diario en esta ciudad. Las bombas del régimen sirio y la oposición islamista no dejan de caer sobre los pocos residentes que quedan en Alepo. Podría haberse refugiado en los Montes Kurdos, 60 km al oeste de Alepo, pero esta región sufre un embargo económico por Turquía y los yihadistas de al-Qaeda. Él se decantó por refugiarse en Europa, hizo la misma ruta que hacen la mayoría de los refugiados sirios, tardó un mes en su viaje y acaba de pedir el asilo en los Países Bajos. Sin embargo, su preocupación no termina aquí, tiene que esperar hasta que le concedan el estatuto de refugiado para poder traer a su familia que sigue viviendo bajo las bombas en Alepo.
Dramáticas son las imágenes que vimos la semana pasada de la actuación policial macedonia contra los refugiados en la frontera con Grecia. A estos refugiados, que habrán visto de todo, solo les faltaba ver a los antidisturbios macedonos recibiéndoles con porras y gases lacrimógenos.
Europa no puede dar la espalda a los refugiados, ninguna barrera puede impedir que la gente huya de la violencia y la pobreza. Europa debe dejar de invertir en fabricar más armas y exportarlas a Oriente Próximo y los países africanos, la Unión Europea tiene que invertir en el desarrollo económico y social de los vecinos de la otra orilla del Mediterráneo. La UE debe presionar a los países de Oriente Próximo para que respeten los derechos humanos, no sólo pensar en su interés económico.
En pocas palabras, mientras continúa la represión en países como Eriteria, Irán y Turquía, mientras haya guerras en Afganistán, Irak, Somalia, Libiya y Siria, los refugiados seguirán arribando a las costas europeas. Europa debe asumir su responsabilidad con los refugiados y trabajar intensamente para que llegue la paz pronto a muchos países de Oriente Próximo y África.