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El malestar de las ciudades

Toledo en su escaparate

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Pasada la resaca electoral y en un momento en el que lo normal será disponer de algún tiempo libre, les invito a leer un libro que sin duda les hará reflexionar sobre los orígenes, la naturaleza y las consecuencias de un malestar difuso que puede describirse en términos urbanísticos, pero que en fondo afecta a toda nuestra vida. 

En el mundo occidental, la ciudad postindustrial ha dejado de ser necesaria como espacio de trabajo, e intenta reconvertirse y sobrevivir vendiéndose a sí misma. Ya no es un medio para vivir y trabajar, sino un producto que debe ponerse en valor, y los potenciales clientes no pueden ser sus habitantes, sino los flujos de personas o inversores llegados de fuera: turistas, estudiantes, trabajadores nómadas, pensionistas desahogados, rentistas, etc. Todo vale con tal de mantener el movimiento del dinero y de los potenciales los clientes, porque sin ellos la ciudad pierde sustento, se deprecia y cae en la irrelevancia. 

Perdidas sus funciones tradicionales, las ciudades y sus gobiernos compiten entre sí para captar unos flujos aparentemente infinitos. Lo hacen con recursos culturales o de ocio, instalaciones, eventos o edificios espectaculares que tienen que renovarse constantemente como si se tratara de escaparates comerciales o decoraciones de discoteca, poniendo en valor cualquier patrimonio disponible para atraer a cuantos más clientes mejor, pero las modas cambian, los presupuestos se agotan y los decorados se quedan vacíos.  

Se privatiza el espacio y los servicios públicos, que son troceados para ofrecerlos a la inversión, porque en un sistema económico neoliberal todo lo que no puede monetizarse deja de tener valor. La ciudad que hemos construido poco a poco entre todos se vende de forma acelerada para mantener la ilusión del progreso y la fiesta del consumo.

En el fondo se trata de una economía depredadora similar a la de la época colonial, pero ahora las colonias ya no están en el otro lado del mundo sino en el interior, los colonizados somos nosotros y nuestros barrios, y la metrópoli extractora se dispersa en paraísos fiscales y distritos financieros internacionales, o se desterritorializa en la nube digital.

Los antiguos residentes se sienten expulsados, pierden el arraigo y se trasladan a unas periferias cada vez más dispersas. Se aíslan buscando soluciones individuales que solo pueden ser satisfactorias cuando los afectados disponen de inmensos recursos, es decir, casi nunca. Al final se pierde la noción del espacio común, la ciudad se diluye, las sociedades se debilitan y llega la decadencia.

La famosa frase de Margaret Thatcher, cuando dijo que no existe la sociedad, sino únicamente individuos y familias, podría traducirse en términos urbanísticos como que no existen las ciudades, sino únicamente viviendas e infraestructuras privadas para comunicar a los privilegiados que puedan pagarlas.

Jorge Dioni maneja conceptos complejos y los documenta con un capítulo final de lecturas complementarias que él mismo reconoce como sus fuentes de inspiración, pero como buen periodista, también completa su discurso con frecuentes referencias cinematográficas, de comics, acontecimientos deportivos o juegos de mesa de sobra conocidos que hacen la lectura más amena y facilitan la comprensión de los conceptos fundamentales.

Especialmente llamativa resulta su referencia a 'La residencia de los dioses', un episodio de Astérix y Obélix en el que los romanos pretenden acabar con la resistencia de la famosa aldea bretona construyendo un resort vacacional en sus inmediaciones. Una vez más, Goscinny y Uderzo dieron muestras de su genialidad.

El autor reconoce que no existen soluciones sencillas para cortar la espiral depredadora de la ciudad neoliberal más allá de un cambio del sistema económico, pero nos recuerda que el neoliberalismo no es una conspiración planetaria conducida por malvados ricachones, sino que se basa en nuestros sueños y nuestras fobias, y no puede funcionar sin nosotros.

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