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Las agresiones racistas cuando no eres, digamos, negro o asiático, suelen ser sutiles. Son comentarios, bromas, que son una agresión y un ataque, sí, pero pasa desapercibido normalmente por todos a nuestro alrededor. Los comentarios suelen ser “pero si pareces española”, o los tan tristes “panchito”, “pony payo” y similares que todos los latinoamericanos han escuchado una y mil veces. Sin olvidar que cuando tu tez es más blanca, se asume automáticamente que eres español y los comentarios racistas se escuchan sin cesar, aunque te duelan en lo más profundo de tu ser.
Bien, pues la sutileza se acabó. De la peor manera, cuando estás de vacaciones. Mis padres y yo cuando estamos juntos creamos una suerte de esfera chilena en un país del que estamos tan agradecidos de habernos acogido. Y así estábamos cenando en un pueblo en medio del País Vasco disfrutando de lo que más feliz nos hace, estar juntos en familia, hablando con nuestros modismos sin molestar a nadie. O eso creíamos.
El bar en el que estábamos cenando nos tuvo una hora esperando para servirnos la comida, por lo que el dueño finalmente vino a disculparse por la demora y decirnos que nos invitaban a cenar. Ojo: el hombre le echó a la culpa que, sorpresa, era también latinoamericana, concretamente cubana. Esto lo supimos después de que, pasada media hora, la chica viniese a disculparse por la tardanza y le preguntamos de dónde era y le dijimos de dónde éramos nosotros. Dentro de la narración de este hecho, mencionaré que mi padre interrumpió al dueño del bar para decirle que, en caso de una demora tan larga, normalmente se avisa al cliente.
Seguimos la cena con normalidad. Estamos terminando cuando viene un hombre y se acerca a nuestra mesa y nos dice, prácticamente de manera textual: “No sé cómo se hacen las cosas en vuestro país, pero aquí somos educados. El dueño vino a disculparse y te has comportado fatal. Aquí, en este país, hacemos las cosas de otra manera”. Como decimos en Chile: plop. Esto ya de por sí es una violación del espacio de cada uno de nosotros. En vez de ignorarle, le respondimos: “hemos agradecido el gesto al dueño”, “no hemos faltado el respeto a nadie”, “por favor no nos hable así”.
“Qué gilipollas sois los chilenos”. Así fue la respuesta de nuestro compañero de cena. Finalmente, su propio hijo se lo llevó lejos, porque las palabras, por supuesto, venían acompañados de una actitud manifiestamente agresiva y amenazadora. La camarera intentó intervenir, asustada, muerta de miedo.
Las palabras escritas, sin más, hacen parecer que este tipo de cosas “no son para tanto”. Para una familia, te arruinan un día, una semana, un mes. Te recuerdan que, a pesar de todo el esfuerzo hecho al integrarse en un país, hay gente que cree que tu lugar es con “otros”. Con los de otro país. Con los de fuera. La sensación de frustración permanente que tenemos los inmigrantes se expande, crece y no se detiene con estos episodios de agresión que son tan frecuentes. Nunca olvidaré el vídeo de una chica ecuatoriana al que un hombre en Barcelona le dio una patada en la cara en el metro. Yo tenía unos 20 años y sentí su miedo dentro de mis entrañas durante semanas. Este episodio ocurrió hace una semana. Sigo con el corazón en un puño.
He consultado con la Policía Nacional para ver qué podemos hacer frente a este tipo de situaciones. La realidad es que ni mis padres ni yo supimos qué hacer. Al contar lo ocurrido me explican que puede constituir un delito de odio y que lo que hay que hacer en esas circunstancias es lo siguiente:
Primero que nada, identificar que es un delito. “Muchas personas desconocen que este tipo de conductas están penalmente castigadas”, me explican desde el cuerpo. Un delito de odio, explican, es cualquier conducta delictiva motivada por “el odio y la discriminación” hacia la víctima, por situaciones que incluyen discapacidad, raza, origen étnico, país de procedencia, religión o creencias políticas, orientación e identidad sexual, y también exclusión social. Los delitos pueden ser a través de injurias, o insultos en este caso, o lesiones.
Lo segundo, es avisar a la Policía Nacional o a la Guardia Civil de que han ocurrido los hechos a través de teléfonos como el 091 o el 062. Si existe riesgo para la integridad física, acudirá una patrulla, igual que si se quiere denunciar el delito y para ello sea necesario identificar al autor de los hechos a través de cámaras o testigos. En el caso de que los insultos ocurran a través de las redes sociales, se deben capturar los mensajes y aportarlos como prueba.
“Es recomendable denunciar estos hechos y tratar de que la denuncia sea lo más explícita posible. No se deben omitir palabras concretas o comentarios dichos por el autor. Si es posible, aportar datos lo más preciso posibles sobre marcas, símbolos, anagramas, distintivos, tatuajes o vestimenta del autor de los hechos”, concluyen las fuentes policiales.
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