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Un rey a la medida de un sistema

juan carlos portada

Concha González - IU Valdepeñas

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Hubo un tiempo en que hasta la situación meteorológica se adaptaba a las necesidades del protocolo de la Casa Real. Las nubes que cubrían el cielo valdepeñero “se alejaron y dejaron un cielo azul y brillante”, pues según aseguraba el cronista del acto, “la naturaleza quería sumarse al magno acontecimiento”, que era descrito como “apoteósico recibimiento de Valdepeñas a S.M. el Rey”. Y como entoncesno se tenía en cuenta lo del lenguaje inclusivo, se añadía: “como el tiempo acompañaba, menos enfermos e impedidos, todo el mundo se echó a la calle”.

 ¡Cómo pasa el tiempo y cómo se nos vienen abajo las apoteosis! Estábamos ilusionados con eso de marchar todos a una, con nuestro “alcalde de honor” al frente, para encontrar un mundo mejor en el que “compartir el pan, el vino, la amistad y en definitiva, las bendiciones que Dios concedió a Castilla (sic)”. Nada dijo el dueño del «Bribón» de compartir las generosas aportaciones saudíes porque se entiende que eso eran asuntos privados. También era privadísimo el tren de vida que practicaba nuestro “alcalde perpetuo”, generando un estilo que no terminó de encajar en lo que suelen exigirte los que te examinan de liderazgo. Veamos: dicen los entendidos, no los politólogos de las tertulias, sino los que te forman desde conocimientos cuasi mágicos, como los que se derivan de un School Master y ‘trainer’ en programación neurolinguística, que el liderazgo debe entenderse como capacidad de influencia, intercambio y contribución entre líder y sujetos, que constituye un elemento decisorio en la producción de vínculos y relación entre distintos actores. 

El que llamamos ahora “el emérito” nos dejaba entrever sus travesuras en relación con el mundo. El demonio y la carne. Un espeso manto de connivencia acompañaba sus negocios, sus relaciones más que sospechosas y sus amoríos sin tregua. Ahora empezamos a tener que admitir que su liderazgo era tóxico, que “normalizaba” unas conductas impropias de la ejemplaridad que se proclamaba como consustancial al cargo que desempeñaba tan rumbera y rumbosamente. Viviendo de la mentira y en la mentira, el sistema se pudre de dinero y de impunidad pero sobre todo impide el debate sereno y profundo sobre cómo cambiar lo que nos corrompe aunque estemos a la distancia social adecuada de la pantalla de televisión de donde nos llegan los esputos y los clamorosos silencios, en medio de un batiburrillo de opiniones que tienen más de chismorreo que de análisis de los cómos y porqués de semejante espectáculo. 

No es una cuestión de comportamiento personal, con corona o sin ella. Es el capitalismo en versión cortijera, la doble moral burguesa, el oportunismo de los serviles y recogepelotas (ball boy, para los que estén dispuestos a aplaudir a los turistas de borrachera) y es la necesidad de articular una alternativa que supere las trampas de las sucesivas, “transiciones lampedusianas” con las que nos confunden nuestra visión política sobre este país, su encuadramiento geopolítico y el futuro de nuestra gente, la que tendrá que hacer un esfuerzo extraordinario de autoformación y de organización social para dar respuesta a la injusticia profunda y planificada de un sistema basado en la desigualdad.

Si no espabilamos tendremos “rey perpetuo” siempre, se llame como se llame. Y les colgamos medallas exageradas en su carácter honorífico porque nuestras normas sirven, sobre todo, a los que tienen buenos abogados. Dice el Reglamento del municipio sobre estas distinciones: Los Honores y Distinciones que se concedan no podrán ser revocados salvo en casos de condena del titular por algún hecho delictivo o por la manifestación de actos o manifestaciones contrarias a la Ciudad de Valdepeñas; así como menosprecio a los méritos que en su día fueron causa de su otorgamiento. 

Deberíamos meditar si consideramos que nuestro “perpetuo” cumplió con la promesa de compartir el pan y el vino. Y otras cosas que pueden haber quedado pendientes como el sufrimiento por las ilusiones rotas, la desconfianza ante los discursos que parecían animosos, la desmoralización sobre el papel real que juegan algunas altas instituciones... 

A estas alturas está claro que nos ha fallado el liderazgo. Le quieren echar todo el muerto al emérito para vendernos a Felipe VI como alternativa. Antes de aceptarlo y de seguir con el ‘management’ establecido para revendernos la monarquía por el cambio de monarca deberíamos evaluar si hemos conocido las mieles de un buen liderazgo: responsabilidad, mayor conciencia, inconformismo, anticipación al cambio, diferenciarnos, crear equipos de alto rendimiento, inspirar a los demás, automotivarse... o sea, compartir el pan y el vino prometidos.

 

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