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Sequía

Sequía

Miguel Ángel Curiel

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El verano eterno en T. podría ser el título de un libro que nunca se va a escribir. Primeros días de octubre, mes de Tishrei, año 5780, año nuevo judío, Rosch Hashaná, literalmente “cabeza de año”. 4 de octubre de 2019, a las afueras de T. en las huertas del camino viejo de Mejorada.

Bajo una higuera centenaria, al lado de la acequia V del canal general del Alberche, más allá de la Fábrica de tomate. Enfrente un campo con grandes placas solares. Un rebaño de ovejas pasta hierba a la sombra de las estructuras de silicio cristalino, los cardos resecos crujen en el aire, en tus sienes las palabras de nuestro tiempo se desmoronan dentro del tapial. Todo está seco y el pozo del lenguaje envenenado. El pastor marroquí sentado a la sombra del tapial de la granja de energía solar se cubre toda la cabeza y la cara con una gasa blanca. La gasa permite respirar y hablar a través de ella. Ver a través de la gasa es más difícil, a lo sumo te sientes rodeado de luz, una luz que te comprime los ojos, bajo los párpados arde la incandescencia de un verano eterno.

La hierba es blanca o de un amarillo desgastado. Pareciera que además de vigilar las ovejas hiciera lo mismo con el sol. Un pastor de soles. La sequía y todo lo que se puede decir de la sequía es seco. Elijo las palabras más secas que encuentro y de ellas intento sacar agua.

Hay que elegir entre el año 5780 o el 2019. Los dioses no saben contar. ¿Cuál de estos dos años está más cerca del último día del mundo? No debes contar para no aprender a descontar, los dioses carecen de boca y de ojos, se han vendado el rostro y la cabeza con una gasa como el bereber que guía las ovejas hacia el sol. Él aguanta el fuego de los días, la luz intensa del eterno verano, está acostumbrado a los páramos de arena y tierra cuarteada, al aliento caliente del aire. Quien vive siempre bajo cielos azules se vuelve loco, se fanatiza y termina adorando sombras.

La luz quema los recuerdos, la sombra de la vieja higuera junto a la acequia es poderosa y acoge con su frescura al que ya no tiene prisa. Diluvio o sequía; el primero es fruto de lo eternamente seco, y la segunda del agua que destruye. D. y S. son las dos caras de la misma moneda. Siempre hemos estado al albur de dioses demasiado locos. El dios T, el dios B, el H. el M.

Cuando se va el agua la vida se restringe a las lágrimas de los pozos. Se la busca allí donde no parece que pudiera ser encontrada. Al revés, la luz excesiva y los cielos claros un día tras otro deberían llevarte a la paciencia, y traerte la lentitud y la contemplación. Ya no viajes en aviones, camina, lleva tus ovejas alrededor de T. y utiliza el viejo lecho de los ríos secos para ir hasta el final del mundo. Llegarás de nuevo a este lugar, a este estupor de luz. Sudor, sed, saciar, sacar, surtir, sentir. Pareciera que todas las palabras que hablan de la sequía comenzaran por «s». Sudario, salto, sifón, sierra, surf, sermón. Bajo la higuera abro un libro, una vieja edición de La Guía Espiritual de Miguel de Molinos, entre las páginas encuentro papeles y hojas muy secas de árboles, incluso aparece un viejo tickets de la piscina municipal del año 95 con un número de teléfono escrito a lápiz y un nombre al lado.

Sin mirar las páginas o leer, sólo sintiendo el leve peso del libro en la mano recuerdo algunas frases que aprendí de memoria durante aquel verano caluroso, y que siempre termino tergiversando, intentando darles un sentido nuevo. “Por el camino de la nada te has de llegar a perder en el mundo, nunca serás un tipo perfecto y esto es ya una manera de perfección, y si así te sabes perder, entrará dicha en ti y te acertarás a encontrarte” Puro Zen.

Molinos a pesar de su sequedad y quietismo, siempre me lleva al agua. Es un zahorí que busca en la nada del hombre. Pasando más páginas me encontré con una hoja doblada, amarillenta, la abrí y me encontré con un pequeño texto, que por la caligrafía parecía de un niño. –Un canal de riego es una construcción por donde va el agua, también hay otros tipos de canales, que no son construcciones, canales de aire, de sueños, de palabras, de tiempo– Así lo había escrito aquel niño desconocido, y así, para que no se entienda nada lo escribo ahora aquí. Debajo había tres iniciales. L.S.H. posiblemente el nombre abreviado de aquel niño.

Las palabras de la sequía y de lo requemado por el sol, todas esas palabras que parecen ya abandonadas en el ser, esconden dentro el agua, la lluvia, esas palabras son manantiales de otros significados, esconden otras palabras. Hay una urgencia de agua. Hay que elegir un santo y una santa para que traigan la lluvia, el cielo parece en estos días barro cocido. Rogativas de lluvia, pero esta lluvia debería ser suave, alta, luminosa, constante, dulce. Hay que buscar el santo y la santa más adecuados para las rogativas, y habría que componer de nuevo himnos, cánticos al cielo, textos para la intercesión, loas húmedas a estos cielos vacíos, sacarse de la manga una coreografía de hábiles costaleros que hicieran bailar sobre la cuerda del agua las imágenes. L`homme qui marche y el Standing Woman de Giacometti, seres filiformes, puro hueso, mojama existencial, silencio de la sombra alargada de una alma seca.

Sartre dijo de sus esculturas anoréxicas que están a mitad de camino entre el ser y la nada. Las figuras o imágenes más apropiadas para esto. L`homme qui marche y el Standing Woman, no se me ocurren ahora mejores figuras que estos santos anónimos para pedir que llueva. Al llevarlas al río de noche, a la orilla, para ser sumergidas en las aguas podridas, alguien debería leer allí mismo y con gran solemnidad el discurso sobre el agua de August Wasserman. Los ríos nacen donde mueren. En el teorema fluvial de Wasserman el protagonista siempre eres tú, en el último capítulo recorres tres ríos a modo de penitencia, comenzando siempre desde el lugar donde mueren hasta las fuentes. No escoges ríos demasiado largos.

De Lisboa sales un 8 de octubre, de Ostía un 12 de octubre y de Oporto un 18 de octubre. Cuando llegas a las fuentes, ya están secas. Esto siempre ocurre en octubre, “cabeza de año”. Una vez le preguntaron a Brodsky por su mes preferido. Como siempre, preguntas que carecen de respuesta. Se encogió de hombros y cuando parecía que iba a callarse para el resto de su vida, de su boca comenzó a brotar como siempre lo insólito. Un llamamiento a la lluvia, ¿eso es lo que quiere usted? De pronto dijo: Octubre. Lloverá a finales de octubre y mucho, tanto como nunca lo hizo. A su lado había algunos seres de experiencia mántica, que tanto abundan en T. Artistas del arte adivinatorio, que practican imposición de manos para sanar a los animales enfermos. Brodsky no paraba de hablar.

Lo mejor de un periódico suele estar en la contraportada. ¿Octubre? Sí, pero en Nueva Zelanda. Un país en el que estoy bocabajo, colgado, con los pies pegados a la tierra para no caerme al cielo. ¿Se dan cuenta? Allí en abril se caen las hojas de los árboles hacia el cielo y todos los ríos son aéreos. Allí es otoño en abril. Y cuidado con los cauces secos, en ellos siempre se oye por siglos el estruendo poderoso del agua.

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