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El temperamento de Fray Luis de León

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En una ocasión, disertando sobre el saber profético de los clásicos, esgrimí, aparentemente grave, pero a modo de chufla, un ejemplo de fray Luis de León para comprobar cómo el religioso agustino, en las dos primeras estrofas del poema dedicado a don Pedro Portocarrero, previó con tanto tiempo de antelación el atentado que terminó con la vida del almirante Luis Carrero Blanco y que tuvo lugar, consumado por un comando de ETA, en Madrid el 20 de diciembre de 1973:

“No siempre es poderosa, / Carrero, la maldad; ni siempre atina / la envidia ponzoñosa: / y la fuerza sin ley que más se empina, / al fin la frente inclina; / que quien se opone al cielo, / cuando más alto sube viene al suelo. // Testigo es manifiesto / el parto de la tierra mal osado, / que cuando tuvo puesto / un monte encima de otro y levantado, / al hondo derrocado, / sin esperanza gime / debajo su edificio que le oprime”.

Fue en el comienzo de una intervención donde vi conveniente emplear esta especie de chusca ‘captatio benevolentiae’.

Ya en serio. La editorial castellanomanchega Almud publicó este verano la biografía de fray Luis escrita por Alain Guy (1918-1998), que fue un hispanista francés, cuya tesis doctoral, presentada en la Universidad de Grenoble en 1942, versó sobre el pensamiento filosófico de fray Luis, publicándose en París un año después. La biografía que hoy reedita Almud apareció en Buenos Aires en 1962. La edición de esta nueva impresión y el prólogo son del versátil intelectual, muy ligado a la Universidad de Salamanca, Santiago Arroyo Serrano, natural de Tomelloso.

Luis de León y Varela nació en Belmonte, Belmonte de la Mancha, como él mismo decía, hoy en la provincia de Cuenca, en 1527 o 1528, falleciendo en Madrigal de las Altas Torres (Ávila) el 23 de agosto de 1591. Por ambas ramas, era descendiente de judíos. En la rama paterna, presente el gran foco judaico de Quintanar de la Orden. Sea por este marcado dato o no, lo cierto es que a fray Luis siempre le sedujo el idioma hebreo. Fue traductor de selectos trechos bíblicos: el Cantar de los Cantares, el libro de Job, los Proverbios, traduciendo del original hebreo y no de la canónica Vulgata latina, poniéndola en tela de juicio, teniendo problemas con la Inquisición por ello, y sufriendo prisión por este motivo. La Iglesia Católica no le ha hecho ni siquiera beato. En Belmonte aprende las primeras letras y los principios del canto. Pero teniendo Luis sólo seis años, su padre, el abogado Lope de León se traslada a Madrid, dos años más tarde a Valladolid, donde el hijo sigue formándose para, en 1542, trasladarse a Salamanca con el fin de iniciar estudios de derecho canónico. Alguna vez volverá a Belmonte a gestionar el saneado patrimonio familiar.

Ya monje agustino, ha de pasar por la Universidad de Toledo para convalidar estudios. Ese viaje le inspiró un poema, tratando del rey Rodrigo y la Cava, donde toma la voz del río toledano: la Profecía del Tajo, hecho con versos muy dinámicos en un estilo no habitual en él. Alain Guy aventura una hipótesis: “¿Quién sabe si, en ese viaje, el piadoso descendiente de los ‘conversos’ no fue a recogerse, al salir de la catedral, de San Juan de los Reyes o de Santo Tomé, a las sinagogas desconsagradas del Tránsito o Santa María La Blanca, con sus pintorescos azulejos y su melancólico silencio?”.

Poco a poco, Fray Luis va ganando cátedras y va ganando cargos. Muchas veces hay enfrentamientos por los que se resiente su ambición de ser el más señero profesor de la Universidad de Salamanca. Uno de esos enfrentamientos lo tiene con Fray Domingo de Guzmán, mediocre hijo del gran poeta Garcilaso de la Vega.

Fray Luis ha sido muy retratado, entre pinturas, esculturas, medallones. Su imagen más difundida es sin duda la de Francisco Pacheco, suegro de Velázquez, quien también lo retrata verbalmente: “En lo natural fue pequeño de cuerpo, con debida proporción; la cabeza grande, bien formada, poblada de cabello algo crespo; el cerquillo cerrado; la frente, espaciosa; los ojos, verdes y vivos. En lo moral, con especial don de silencio, el hombre más callado que se ha conocido, si bien de singular agudeza en sus dichos, con extremo abstinente en la comida, bebida y sueño; puntual en palabras y promesas, compuesto, poco o nada risueño. Leíase en la gravedad de su rostro el peso de la nobleza de su alma; resplandecía en medio de esto, por excelencia, una humildad profunda; con ser de natural colérico, fue muy sufrido, piadoso para los que le trataban”.

Indudablemente, su carácter era agrio. Su ambición le llevaba a salidas de tono. Fue, sin embargo, muy querido por sus alumnos porque era un gran profesor, dictando una enseñanza profunda que impartía con un tono muy claro y mesurado. A pesar de no tener un jovial temperamento, consta que acompañaba sus clases con chistes e ironías sobre otros colegas. En prisión fue templando su carácter, llegando, como anota el biógrafo, a comprender “el beneficio de las humillaciones y las contrariedades”.

Gran ventaja de este texto de Alain Guy es abordar la faceta filosófica de Fray Luis de León, no sólo la poética, como acostumbradamente se hace. La filosofía del belmonteño es un cuerpo teológico de doctrina sagrada. Fray Luis, nacido al hilo de la Reforma luterana, siempre estuvo en contra de estas ideas reformistas, pero algo hay en él, a través de algunas deducciones, por las que se puede afirmar que el monje agustino, agustino como Martín Lutero, no es protestante pero casi. Él cree más en la fe, como seguro de salvación que, en las obras, siguiendo la propuesta luterana. Su rechazo a la imposición de la Vulgata también es significativo, o sospechoso, como su amor sin límites por la lengua hebrea.

Como escritor, es una personalidad muy completa, cultivando los tres géneros que forjan una gran personalidad literaria: poesía, traducción y prosa ensayística. Este último es quizá el que nos resulte más cargante a los lectores actuales, aun sin quitar mérito a sus explicaciones del libro de Job, ‘De los nombres de Cristo’ o ‘La perfecta casada’. Quizá el problema, además de un discurso propio de una época determinada, sea la extensión llevada a cabo en estos ensayos, cualquier pequeña idea que se alargue más de lo debido. En estos trechos es también manifiesta la faceta filológica de fray Luis de León, pues siempre precisa las fuentes de las que parte, las expresiones originales, con el propósito de crear la cabal expresión castellana.

En cuanto a su labor como traductor, la tesis de Fray Luis coincide con la del poeta manchego Ángel Crespo (1926-1995), gran traductor también, en el sentido de que, como sostenía Crespo, una buena traducción se incorpora con dignidad a la literatura de la lengua de llegada. Un estudioso luisiano, el padre Ángel Custodio Vega, puntualiza que Fray Luis “tiene por buen traductor a aquel que se identifica de tal modo con el autor, que es como si aquél hablase hoy en castellano, en nuestro ambiente y circunstancia vital”.

Se dice que tuvo una gran preferencia por Horacio, y lo cierto es que el estilo del venusino es muy patente en su poesía, mas en realidad, como resalta Ángel Custodio, “las versiones de fray Luis de Virgilio superan con mucho a las de Horacio. El fondo bucólico de aquél le cautivaba más que la cínica elegancia de Horacio, aunque la forma lírica de éste le encantara e influyera en él más que la de aquél”.

Pero obviamente su vera fama radica en su poesía, sus atractivas liras, vigentes totalmente hoy en día. Para él la base de su pensamiento es, por encima de todo, religiosa, lo que le hace escribir que “poesía no es sino una comunicación del aliento celestial y divino”. Mucha de su tan melodiosa creación poética tuvo lugar en un ‘locus amoenus’: la alquería La Flecha, un paraje idílico, una huerta que el convento agustino de Salamanca poesía a escasos kilómetros de la ciudad. Allí, la grata estancia en connivencia con la poesía suponía un bálsamo para dulcificar su intensa e híspida ambición, bálsamo para el espinoso conocimiento, sosegador de las disputas, un bálsamo aplicado a su no muy buena salud de siempre. 

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