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Vínculos castellanomanchegos de Miguel Bosé

El cantante español Miguel Bosé charla con Efe sobre su libro de memorias, "El hijo del Capitán Trueno", sobre el que sobrevuela el peso y la sombra "de un padre todopoderoso, acostumbrado a que su voluntad fuera ley". EFE/ Chema Moya

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Remedios de la Torre Morales es el personaje que más aparece en el libro de memorias ‘El hijo del Capitán Trueno’, de Miguel Bosé. En él, el cantante cuenta su vida hasta el 26 de abril de 1977, cuando el primogénito de la famosa pareja formada por la actriz italiana Lucía Bosé y el torero español Luis Miguel Dominguín comenzaba en directo su exitosa carrera en el programa de televisión ‘Esta noche… fiesta’, dirigido por José María Íñigo, desde la sala madrileña Florida Park.

Remedios de la Torre es la Tata. Entró en contacto, muy jovencita, con el matrimonio Dominguín-Bosé en Saelices (Cuenca), su pueblo natal, donde Dominguín tenía una finca, Villa Paz, con la que casi todo el pueblo estaba relacionado; caso de los padres de Remedios. Como la pareja viajaba mucho, le ofrecieron que cuidase de los niños en esas frecuentes y largas ausencias, pero no como ‘canguro’, sino en una convivencia permanente. Ella aceptó y además sin exigir sueldo; sólo pidió que le asegurasen su subsistencia, pues con vivir bajo el mismo techo le bastaba. Desde 1955, estando ya Lucía Bosé embarazada de Miguel, hasta el 5 de abril de 1999, día en que Reme falleció, la Tata dedicó todo su tiempo a ellos. Miguel Bosé declara: “Era como mi madre”.

Luis Miguel Dominguín y Lucía Bosé se habían casado el 1 de marzo de 1955 en Las Vegas. Pero esto estaba mal visto por el Régimen franquista. El torero mantenía un buen trato con el dictador. Enchufado por las autoridades del Régimen, consigue que en Saelices se ponga el nombre de su hijo recién nacido a una calle: calle de Luis Miguel González Bosé (lo de Dominguín es apellido postizo), más tarde suprimido por el nombre de la actual calle de Segóbriga.

Y aunque ellos se resistían a pasar por la vicaría, y Dominguín pretendía hacer de su capa un sayo (su chulería se reafirma en la respuesta que le dio a Franco en una cacería, cuando el Caudillo le pregunta que cuál de los tres hermanos es el comunista, el matador le responde provocadoramente, siempre reaccionario él: “Los tres, Excelencia, los tres somos comunistas”), al cabo se les convence de que se deben casar por la Iglesia. Y el 16 de octubre se celebra la boda en la capilla de Villa Paz. El comentario que publicó la revista ‘El Ruedo’ no tiene desperdicio:

“El romance de amor de la gran actriz italiana Lucía Bosé y del torero español Luis Miguel Dominguín ha recibido la bendición de la iglesia católica. El tradicional fervor de los toreros españoles –que saben muy bien que cuando un toro les levanta los pies del suelo quedan en las manos de Dios— y la indudable catolicidad de la bella Italia, que guarda en Roma el más preciado tesoro de la cristiandad, se ha unido en un mismo bello anhelo de amor santificado”.

Ellos sólo tuvieron tres hijos: Miguel, Lucía y Paola. Al principio, luego no pudo ser, el torero declaraba a la prensa que la prole sería muy numerosa, mitad lombardos (Lucía Bosé era milanesa), mitad toledanitos, como él decía. La bisabuela de Miguel Bosé era de Quismondo, y además el clan tenía mucho trato con gente de Nombela (uno de los picadores de la cuadrilla de su padre, el Mozo, era de allí) y de Escalona, municipios situados en el oeste de la provincia de Toledo. A veces se bañaban en el río Alberche. En su libro, Bosé cuenta que los buenos melones de secano que comían eran toledanos, obsequio de los amigos de esos pueblos.

Bosé, que había perdido la virginidad con Amanda Lear en el jardín de la residencia de Dalí, tuvo una rauda pero apasionada relación sentimental y sexual con el actor austríaco Helmut Berger, invitado por su madre a pasar unas jornadas con ellos en Somosaguas. Para cortar este apasionamiento, Lucía Bosé se llevó a Helmut unos días a Granada y Toledo. El actor tuvo un par de ‘rollos’ en ambas ciudades. Según le comentaba luego a Miguel, el toledano, además de tener una polla muy grande, tenía unos atractivos ojos azules. Ya le había advertido su amiga Lucía: “No te extrañes si ves a muchos con ojos azules, es típico de aquí”, señalándole que en la familia de su marido, buena parte de ella toledana, hay muchos hombres con ojos azules.

La Tata siempre estaba al lado de sus tres “hijones”, como ella los llamaba. Si la familia se trasladaba a Villa Paz, o a la finca de Andújar, por delante siempre iba ella. Durante un tiempo, veraneaban en la Costa Azul en casa de Picasso, quien había visto torear en Francia a Dominguín, presentándose a él como admirador. Incluso realizaron un libro juntos. Picasso entonces era viejo, estaba dominado por una despótica Jacqueline Roque, su segunda y última esposa. Mostraba ya una cierta decadencia, salvo en su continuado oficio de pintor, al que seguía dedicando muchas horas.

Con los niños se llevaba muy bien, especialmente con Miguel; ambos pasaban largas veladas en el estudio. Al genio la Tata le gustaba mucho, para él esposa ideal. Miguel Bosé escribe: “Pablo estaba locamente enamorado de la Tata y calladamente lo llevaba en la mirada. No era un imaginar, no. Ni un rumor tampoco. Lo estaba de verdad.” En una cena, con los niños presentes, el artista le propuso seriamente matrimonio. La Tata contestó: “Está usted loco, don Pablo, usted ya tiene a la señora ‘Yaquelín’ y yo a mis tres hijones, que Dios me ha dado sin tener que aguantar a ningún marido, que son mi vida y a los que tengo el compromiso de cuidar, o sea que olvídese.”

Este libro de las memorias de Miguel Bosé está muy bien. No se puede decir que su estilo logre el ‘summun’, pero alcanza una muy apreciable autenticidad. Un pronto de la gente sería rechazarlo al esperar encontrar sólo la narración del transcurrir de un niño pijo, hijo de una pareja tan ‘snob’. No es así. A pesar de conocer el selecto mundo de tantas celebridades (Picasso, Dalí, Ava Gardner, Romy Schneider, Adnan Kashoggi, etcétera, etcétera), amigos de sus padres y sobre todo de su padre, Miguel Bosé, ahijado de Luchino Visconti, era un chico normal, que no aprobaba tontamente la situación privilegiada de sus progenitores, ni sus irresponsables actitudes.

No falta, pues, crítica hacia ellos en las páginas de ‘El hijo del Capitán Trueno’, si bien su admiración tampoco falta; hacia la bellísima madre, por supuesto, y también hacia un padre machista, mujeriego, veleidoso y autoritario, mas grandemente seductor. Económicamente, cuando los padres se separan violentamente (luego se ‘reajuntan’ muchas veces, siempre tan enganchados), y los hijos se quedan con la madre y la Tata en Somosaguas, la situación es muy mala; no da para tener calefacción y con las solas 30.000 pesetas de pensión del padre se han de apañar los cinco. Lucía Bosé había dejado el cine por estar con el torero y sus fondos no son nada boyantes.

Miguel marcha a Londres con la hermana y algunos días pasan hambre. Pero él se empeña con provecho en estudiar danza en la escuela de Covent Garden. Hasta que no le ofrecen, en Italia y España, papeles en el cine, es un muchacho al que no le sobraba el dinero. Al salir por Madrid con sus compañeros del Liceo Francés sólo podía comprar pipas y no la anhelada cocacola. Al cabo, se porta como un buen hijo. Cuando la CBS le propone su lanzamiento espectacular, él se ve un poco contrariado, pues estaba muy a gusto haciendo películas. Pero piensa en su madre, a la que ya difícilmente le sale trabajo, calculando que con lo que gane cantando le va a solucionar su futuro.

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