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PODCAST | María José Llergo, tierra viva, voz pura, hondura

María José LLergo

José An. Montero y Victoria Quintanilla

Radio Diferencia —

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Cuando el ruido cesa por un instante y alcanzamos a distinguir las voces singulares es cuando empieza a emerger de una manera más nítida la esencia de María José Llergo. Mientras tanto, navegamos en un mar de tópicos y de preguntas de las que ya sabemos la respuesta, pretendiendo poner etiquetas sin entender que lo importante no siempre está al alcance de la vista. 

Siguiendo la senda de Saint-Exupéry, María José Llergo es semejante a cien mil muchachas que cantan, y sería una voz más. Bella, pero una más. Pero cuando apartas las etiquetas y te lanzas al vacío de su arte, comienzas a tener la necesidad de escucharla una vez más, de comprender, de compartir esas penas negras que ha hecho sanar su primer EP. Entonces se convierte en una voz única, en una voz propia. Las felicidad estará en las pequeñas cosas, pero también las tristezas más duras. Golpes de escardillo en la tierra que traen el sonido de lo amado, pero también de la añoranza de lo perdido. 

La niña Maria José Llergo nació y creció en una calle con nombre de poeta. Federico le llamaban. Y le hablaba a la misma Luna y al mismo cielo que le hablaba la niña en Pozoblanco, porque como ella dice, no es más que un cristal que deja pasar las voces del pasado. Algunos la llaman Venus pensando que es una estrella, canta con esa Luna que se hizo cuchillo clavada en el pecho. 

Canta con la modestia de quien sabe que el flamenco es infinito y que ni las más grandes tenían en su garganta todos los palos. Conversa en las noches de lágrimas con los poetas y en su dolor aprendió a respetar el valor de cada palabra, esa magia del verbo capaz de convertir apenas dos versos en bálsamo que aleja las pesadillas que atormentaron mil lunas. 

Sonríe. Siempre sonríe. Sigue sonriendo. Conversa diáfana y cristalina mientras trata de disimular la herida. Sana y canta. Sonríe a quien piensa que el camino fue de pétalos de rosa mientras guarda en su mano las espinas. Seguirá sonriendo aunque la conversación nos vaya guiando hacia las profundidades del alma, allí donde habita el arte y los significados andan siempre esquivos tras los símbolos.

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