La mujer se agarra al campo en León, la provincia con más explotaciones de titularidad compartida de España
Ana Belén González le dio la vuelta al éxodo rural. Nació, se crio y estudio en León, donde llegó a dar clase durante un año en una academia de peluquería. Y se fue al pueblo, al de su marido, a Audanzas del Valle (La Antigua), en pleno Páramo Leonés, lindando ya con Zamora. Cortar y peinar es cada vez menos rentable en esta pequeña localidad que hoy censa apenas a 132 habitantes, menos de la mitad de los 300 que comenzaron el siglo XXI. Sin desprenderse de un oficio que también tiene parte de acción social y para no dejar parte de su cotización en barbecho, hace ahora un año se unió a la explotación agraria familiar a través de una titularidad compartida. Es uno de los 81 casos que registra León, la provincia líder en España en una fórmula que está haciendo que muchas mujeres se agarren al campo.
Mónica González sabe desde niña lo que es la ganadería. “En casa siempre hubo vacas”, dice esta berciana de Cadafresnas (Corullón), quien, no obstante, se limitaba a “echar una mano” a la familia en las tareas del campo. Trabajó fuera de casa en un bar en Balboa y en una farmacia en Corullón hasta que ser madre le hizo poner en la balanza los pros y los contras de compartir labores con su marido en una explotación de vacuno de carne atomizada en varios puntos de la comarca del Bierzo. “Le di vueltas, pero al final me decidí. No es fácil, pero creo que merece la pena”, dice Mónica, madre de una niña de 15 meses.
“La mujer, tradicionalmente, siempre se dio de alta en el campo en León”, expone el técnico de Asaja (Asociación Agraria de Jóvenes Agricultores) en León Jesús Arias, responsable del área de incorporación al campo. La fórmula de la titularidad compartida ha dado encaje legal en una provincia con mucho tirón agrícola y ganadero. Así se explica en parte el liderazgo en la estadística nacional con hasta 81 de las 631 titularidades compartidas creadas desde la aparición de esta figura en el año 2012. Pero la interpretación de los datos tiene otras aristas menos amables en una provincia que se desindustrializa y se despuebla a ritmo vertiginoso. Y el campo se ha convertido en un refugio durante la crisis.
“Me crié entre lechazos, ovejas y carneros. Alguna cornada me llevé”, cuenta Francisco Javier Alonso, el marido de Ana Belén González, en Audanzas del Valle. Tras hacer la mili, trabajó en un restaurante en Valladolid y en una empresa de reparto de paquetería en León hasta que decidió ser su propio jefe y volver al campo en 1995. Probó varios cultivos, incluso durante un tiempo en Jabares de los Oteros (Cabreros del Río) para sortear los problemas de riego que sufrió también como responsable de la Comunidad de Regantes del Páramo Bajo de León y Zamora, hasta consolidar en Audanzas una explotación de maíz, cereal de secano y regadío, girasol y remolacha, además de una huerta para “consumo propio” y “evasión”. Su mujer se incorporó ya a una 'empresa' consolidada, que incluso da trabajo a una persona fuera de la familia.
“Yo nací ya con un rebaño de vacas, ovejas y cabras. Nos criamos entre ellas”, relata, como si fueran casos paralelos al otro lado del Manzanal, Javier López, el marido de Mónica González, en Villafeile (Balboa). De los 18 a los 25 años trabajó en la construcción en El Bierzo. En 2006, antes de que explotara la burbuja inmobiliaria, cambió el ladrillo por el pasto. “Preferí el ganado”, apunta sin obviar que ya durante los años por cuenta ajena pasaba los fines de semana atendiendo a las vacas. Con ayuda familiar asumió la inversión inicial para empezar con apenas 40 cabezas en Lamagrande (Balboa) y Tejeira (Villafranca del Bierzo), el punto de arranque de una explotación hoy multiplicada por otros puntos como Langre (Berlanga del Bierzo), Cela (Villafranca del Bierzo), Samprón (Vega de Valcarce) o Parandones (Toral de los Vados) hasta sumar 150 reses. Mónica coge el teléfono camino de Langre. Algunas jornadas se extienden hasta bien entrada la noche ahora en invierno.
“Una buena opción para cotizar”
León lidera (con 81 al cierre de 2019) la estadística nacional de titularidades compartidas, todavía insuficientes a juicio de la organización agraria Ugal-Upa y la Asociación de Mujeres Leonesas del Medio Rural Amulemer-Fademur. “Nos parecen muy pocas para una Ley que nacía con miras de futuro y con el objetivo de que las mujeres de los agricultores y ganaderos pudieran tener sus prestaciones sociales y ver reconocido el trabajo que realizan en la explotación familiar”, señala el colectivo al aludir a la incorporación de mujeres que ya estaban dadas de alta en la Seguridad Social pero no regían como titulares de las explotaciones, las que han visto esta fórmula como “una buena opción para cotizar” y, de forma minoritaria, las que se incorporan a la vez que su pareja.
Las titularidades compartidas, pensadas para matrimonios, parejas de hecho y alianzas análogas, han servido fundamentalmente para sumar a la mujer, si bien hay algún ejemplo de incorporación del hombre o simultánea. La fórmula tuvo un tímido inicio en la estadística, que crece anualmente, según los datos de Asaja, que ha tramitado en la provincia hasta 51 de los 81 casos. De las apenas dos en 2016 pasó en 2017 a 10, cifra que ha crecido en 2018 (17) y 2019 (20). “Cuando se crea una figura nueva siempre hay recelo. Pero, a medida que pasa el tiempo, van funcionando”, dice, en la sede del sindicato agrario en León, Jesús Arias.
Con 46 años de edad, Ana Belén González ya no pudo acogerse a las ayudas a la incorporación al campo, limitadas a menores de 41 y que oscilan entre 25.000 y 70.000 euros. “Que ella se haya sumado hace más rentable la explotación. Mi padre decía que, en el campo, uno era ninguno. Sólo nosotros sabemos el trabajo que quita tener otra persona”, subraya su marido, que destaca que ella no rehúye afrontar ninguna labor. “Saco el tractor”, dice ella tras maniobrar desde la nave para la foto, “pero todavía no me atrevo a llevar arado”.
Con 31 años de edad, Mónica González sí pudo disfrutar de la ayuda a la incorporación tras superar un curso de 200 horas lectivas (el requisito de acceso para quienes no tengan una titulación de Formación Profesional o universitaria relacionada con el campo) de forma online. Claro que contar con cobertura no siempre es fácil en una localidad de la hoya berciana como Vilela (Villafranca del Bierzo), constata su marido al relatar los trámites para poder tener internet y completar el curso.
Más facilidades que dinero para seguir viviendo en los pueblos
“Es que al final los que vivimos en un pueblo somos los convencidos”, tercia desde Audanzas del Valle Francisco Javier Alonso, quien “más que dinero” demanda a la administración pública “facilidades” para combatir el drama de la España vacía, el que su mujer conoce hasta el punto incluso de emplear los lunes, el día en el que cierra su peluquería en casa, en atender a domicilio a clientas que no se pueden desplazar en pueblos con la pirámide de población invertida. Ana Belén completa su cotización y ofrece un servicio a la zona a fuerza de combinar las tijeras con el picacho.
“No hay muchos casos, pero sí se están empezando a dar de mujeres que comparten dos trabajos”, constata el técnico de Asaja. “Las mujeres en el campo son polifacéticas; hacen de todo. Son mujeres todoterreno. Y aunque a veces sus nombres no aparecen como titulares de explotaciones, sin ellas no saldrían adelante”, advierten desde Amulemer-Fademur, que constata un incremento de la incorporación al campo al cifrar en más del 40% la participación de mujeres en cursos organizados por Ugal-Upa, el último ejemplo de que el futuro del sector en la provincia se escribirá cada vez más en femenino.
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