El traslado del claustro de la Catedral de Segovia, uno de los primeros realizados en España “piedra a piedra”
El traslado del claustro de la Catedral de Segovia desde su antigua ubicación junto a la antigua catedral hasta su emplazamiento actual se considera uno de los primeros realizados en España “piedra a piedra” y “modelo” para la época debido a sus dimensiones y al valor arquitectónico del conjunto, según han revelado los responsables de la propia seo en un comunicado recogido por Europa Press.
Se trata de uno de los más importantes realizados para su tiempo, que fue confiado por el Cabildo al maestro de cantería Juan Campero y se cerró definitivamente un 19 de julio de 1529 desde su inicio en 1524.
La antigua catedral y su claustro -obra del bretón Juan Guas- no sufrieron prácticamente modificaciones desde su construcción (entre los siglos XII y XIV) hasta que en 1520 comenzó la guerra de los comuneros, que acabó en 1523 con la antigua catedral en un estado “maltrecho”.
Carlos I de España y V de Alemania dio la orden de su derribo y la construcción de una nueva en el actual emplazamiento, no sin antes desmontar y trasladar su claustro para ubicarlo en la nueva catedral, dada su entonces reciente construcción apenas 40 años antes y su “perfecto estado de conservación”, según ha explicado a Europa Press Ramiro Martín, uno de los guías del templo.
Este trabajo fue designado por Juan Gil de Hontañón, maestro de la Catedral, bajo el visto bueno del Cabildo, al cantero Juan Campero en junio de 1524, quien, a pesar de no ser un maestro de obras, demostró, según ha explicado Martín, su “destreza” a la hora de proyectar el desmontaje y traslado del claustro.
“Hizo mucho más de lo que se esperaba de él”, ha incidido el guía, y más teniendo en cuenta que, junto a los “riesgos” que implicaba la tarea, había que adaptar el claustro al nuevo terreno, donde, debido al desnivel, se elevó su cimentación, también para otorgarle “mayor esbeltez”.
Fue un traslado “muy meditado” por su dificultad y que responde a varias razones, que van desde su gran valor arquitectónico, la preferencia del momento por el estilo gótico de finales del siglo XV o el ahorro económico a la hora de trasladarlo. Pero destaca entre ellas que la claustrada sufrió escasos daños durante la contienda comunera.
En el contrato, Campero se comprometía a desmontar, trasladar y volver a montar el claustro “de la misma manera que ahora está y del mismo ancho y alto” y costear la pérdida o rotura de alguna pieza. El Cabildo le dio un plazo de tres años para realizar el traslado, que comenzó en abril de 1525.
El traslado del conjunto del claustro no sufrió interrupciones y avanzaba a buen ritmo en 1526. Además, en septiembre de ese mismo año se trasladó la portada sufragada por Isabel La Católica.
En 1528 el claustro empezaba a tomar forma, pero ya había expirado el plazo dado a Campero para el traslado, que finalizaba en junio de 1527. Entre las causas de la demora en los plazos destacan las modificaciones introducidas por el aparejador, que entre otras, cambia la mampostería de Juan Guas por sillería que aprovecha de las ruinas de la antigua catedral, para así, dar más suntuosidad al espacio.
A finales de 1528 los desvanes ya habían sido cubiertos y Juan Rodríguez adquirió piedra de Cigüiñuela para los canales, al tiempo que Campero labraba dos nuevas gárgolas y arreglaba las cuatro trasladadas. En diciembre, la obra ya casi estaba finalizada, celebrándose un “almuerzo” para los oficiales como despedida. Oficialmente, el claustro se cerró el 19 de julio de 1529.
En el año 1530, a Juan Campero, encargado del claustro en su totalidad, se le terminaron de dar los 2.529.249 maravedís que debía de cobrar, lo que significa que el presupuesto inicial casi se duplicó.
Adentrados en el siglo XVI, el claustro fue pavimentado con piedra del Parral y rigleras de granito del Cigüiñuela para dar cabida a las sepulturas, entre las que destacan las pertenecientes a Rodrigo Gil de Hontañón y los maestros de obras Francisco de Campo Agüero y Francisco Viadero.
Ya a finales del siglo XIX, el arquitecto municipal de Segovia entre 1870-1913, Joaquín de Odriozola, devolvió a su estado original la parte inferior de los ventanales, reformados durante el barroco, y trazó la portada neogótica que da paso al jardín.
Construcción del claustro y la antigua catedral
La construcción de la antigua catedral comenzó tras la reconquista de Segovia por parte de Alfonso V en el siglo XII. En 1120, empezaron las obras del templo, entre la iglesia de San Andrés y el Alcázar, y fue consagrado como catedral el 16 de Julio de 1228 por Don Juan, Obispo de Sabinia. A la antigua catedral se unía un claustro románico, construido en mampostería, y un barrio propio para los canónigos, las Canonjías.
Dos siglos después, en el año 1436, el obispo Juan de Tordesillas describía el estado del claustro como “hundido e mobido por muchas partes”. Un estado “lamentable”, causado por la falta de tejados y el paso del tiempo, lo que llevó a que Tordesillas movilizara a los estamentos, solicitando impuestos y prebendas para su reconstrucción.
Pero fue el conocido obispo de origen judío, Juan Arias Dávila (1460-1497), quien reanudó el proyecto de reconstrucción del claustro y el que llevó a Segovia a su florecimiento cultural y económico. Al mismo tiempo, el interés de los reyes de Castilla también crecía por esta ciudad y por las “fábricas” que estaban en marcha.
En 1465 queda reflejado en los libros de fábrica de la catedral el deseo del rey Alfonso de Castilla de reformar el claustro. Consciente, Arias Dávila solicita al Cabildo su reconstrucción y los canónigos comisionan al cantero Juan de Toro que vaya a Oviedo, León y Burgos y observe los claustros de sus respectivas catedrales.
El arquitecto elegido para esta obra fue el maestro de origen bretón Juan Guas, cuyo estilo impregnó en el claustro y afianzó la victoria del gótico frente al mudéjar, pero no es hasta febrero de 1473 cuando aparecen los primeros datos en los libros de fábricas sobre el estado de las obras y el primer salario del maestro arquitecto, que recibe 3.000 maravedís y 20 fanegas de trigo.
Las finanzas e impuestos tuvieron un papel muy importante en los trabajos de reconstrucción. Consciente, el obispo Arias Dávila fue un importante mecenas, y en su testamento, firmado en 1477, deja constancia de que parte de su patrimonio fue destinado a estas obras.
La cantidad invertida alcanzó, entre 1473 y 1477, los 526.714 maravedís, cifra “alta” debido al elevado coste de materiales y los numerosos oficiales y peones, que irían aumentando con el tiempo, y el de los entalladores, quienes, en 1478, amagaron con dejar la obra por la baja cuantía del salario recibido.
A lo largo de los años de construcción, reyes y nobles se involucraron económicamente en la fábrica, entre ellos el rey Enrique IV, que donó 200.000 maravedís en 1474, año de su muerte. Ese mismo año, Isabel La Católica es coronada reina de Castilla en el atrio de la cercana iglesia de San Miguel. Con ella, las obras avanzaron y se impuso su gusto por el estilo gótico.
Los libros de fábrica recogen también la dedicación de Juan Guas al claustro, dejando incluso obras en otras ciudades. Uno de los motivos de su entrega fue la construcción de la portada de acceso, sufragada por la reina Isabel La Católica, cuyas armas se dibujan en lo alto.
Los trabajos comenzaron a principios de 1484 y finalizaron el 29 de octubre del mismo año, ya que, según recogen los libros de fábrica, los trabajadores recibieron el “yantar”, como era costumbre al terminar una obra. Finalizada la estructura de la portada, se encargó a Sebastián de Almonacid la imaginería, toda en piedra caliza procedente de las canteras de Casla.
Las obras en el claustro llegaban a su fin y consta que el último trabajo del arquitecto Juan Guas fue en 1485 con la construcción de una sala mayor en la catedral.
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