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Los artistas de circo, una vida nómada incompatible con las restricciones del coronavirus

Luis Raluy, junto a su hija y su nieta, pasan la mañana en el campamento de su circo en Girona.

Pol Pareja

Girona —

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Niedziela y Emily Raluy, 27 y 21 años, calculan que a lo largo de su infancia pasaron por 300 colegios distintos de todo el mundo. Cada ciudad a la que iba el circo familiar se convertía en su hogar durante unas semanas y acudían a la escuela de turno. Después, recogían el campamento y a por otro municipio, otro país. Así toda una vida, durmiendo en una caravana de ciudad en ciudad hasta que una pandemia paralizó el planeta.

Desde que la Generalitat canceló todos los espectáculos el pasado 29 de octubre, Niedziela y Emily pasan sus días en una especie de letargo. Entrenan por la mañana y tratan de distraerse por la tarde. Su circo, el Raluy-Legacy, ha quedado paralizado en Girona, donde actuaba por sus fiestas mayores, y no tiene dónde ir. Decenas de caravanas y una gran carpa montada aguardan ahora junto al parque de la Devesa, con vistas a la ilustre catedral de la ciudad y custodiada por miles de plátanos que rodean el circo. En el recinto viven ahora mismo unas treinta personas pendientes de  que les permitan volver a actuar. 

Si las autoridades prohíben los espectáculos y quieren que toda la población se quede en casa, ¿qué sucede cuando tu casa es un espectáculo itinerante?

“Nosotros vivimos todo el año en el circo, estas restricciones nos afectan especialmente”, señala Louisa Raluy, madre de Niedziela y Emily y codirectora de este prestigioso circo con 100 años de historia, regentado por cinco generaciones de la misma familia. “Nuestra vida es eso, ir de un sitio a otro, actuando y alegrando a la gente... Pero ahora estamos aquí bloqueados”. 

La entrevista se realiza dentro de la carpa, todavía sin desmontar porque tienen la esperanza de poder volver a actuar en Girona si el Govern levanta finalmente las restricciones. Que las medidas se replanteen cada dos semanas les mantiene en vilo y no se atreven a desmontar. Tienen muchas entradas vendidas en la ciudad y les gustaría poder ofrecer su espectáculo. Las noticias que les llegan, sin embargo, no son buenas y el pasado martes ya tenían asumido que la situación se alargaría unas semanas más.

Mientras Louisa analiza la situación, Niedziela y Emily hacen estiramientos en la pista para no perder la forma. Practican su número de pole dance y funambulismo ante una gradería totalmente vacía como testigo. A su lado hace pesas Pietro Vicentini, 34 años, antes acróbata aunque desde hace unos años ejerce de payaso. “Me uní al circo hace un año y medio porque tenía ganas de ver mundo”, apunta Vicentini, 34 años. “Pero la pandemia lo cambió todo”. Del techo cuelgan escaleras de cuerda y trapecios. Los 700 asientos de terciopelo rojo decorados con guirnaldas aguardan un público que hoy tampoco llegará.

A 150 kilómetros de ahí, otra familia circense está en una situación parecida. El Gran Circo Universal, también con casi 100 años de historia, está varado en Vilanova i la Geltrú (Barcelona) desde el pasado 24 de octubre. 40 caravanas, una carpa de 40 metros y 20 artistas de una misma familia sin saber qué hacer. “No sabemos si desmontar o esperar a ver si la cosa mejora”, señala Loredana Marton, directora del circo. “Pero lo que nos duele más es no viajar. Nuestra vida es cambiar de lugar cada dos semanas y movernos continuamente”. 

Al llegar a Vilanova solo pudieron hacer dos actuaciones hasta que el Govern prohibió los espectáculos. Desde entonces aguardan en las caravanas a que levanten las restricciones y cada noche encienden las luces del circo como si estuviera abierto. El tiempo libre lo ocupan cosiendo nuevos trajes, haciendo dibujos y preparando un espectáculo de Navidad que a día de hoy no saben si podrán realizar. Por ahora, solo salen una vez por semana del recinto para comprar comida.

“Nosotros solemos hacer entre 35 y 37 ciudades al año”, continúa Marton, que a parte de ser la directora hace de trapecista durante las actuaciones. “Este año solo hemos hecho 9 municipios”. Las pérdidas son mayúsculas y de momento sobreviven gracias a los ahorros de años anteriores.

Las quejas de los dos circos son parecidas al resto de miembros del sector cultural: en sus actuaciones no ha habido contagios, han sido cuidadosos con el aforo y recuerdan que el circo es un espacio mucho más ventilado incluso que cualquier teatro o sala de cine. En el Raluy-Legacy, por ejemplo, eliminaron la pausa que solían hacer entre actuaciones para evitar el contacto social, renunciando a una parte destacable de sus ingresos que obtenían por vender comida, bebida y merchandising entre funciones.

Un modelo en vías de extinción

Entrar al recinto del Raluy-Legacy es como viajar 100 años en el tiempo. Tanto por la decoración como por sus ocupantes, que representan un estilo de vida en vías de extinción, difícil de encontrar a día de hoy en cualquier otra profesión en el mundo occidental. 

Decenas de caravanas de madera rodean la gran carpa donde se hacen las actuaciones. Algunas tienen hasta un siglo y todas están decoradas con dibujos y tipografías clásicas. En cada una vive uno de los artistas del show. Es martes por la mañana, luce un agradable sol otoñal y algunos de ellos desayunan en mesitas frente a sus carromatos. Otros tienden la ropa o charlan entre ellos. Jurek, también miembro de la familia, repasa meticulosamente con un pincel el dibujo de un elefante en una de las caravanas. Le observa sentado en una silla y acariciando un gato el líder del negocio. Es Luis, 80 años, padre de Louisa y abuelo de Emily y Niedziela. Ahora ya está retirado pero ha hecho de todo en el circo: fue hombre bala de joven, trapecista y los últimos años antes de retirarse actuó de payaso.

“La vida aquí dentro es intensa”, reconocen las dos jóvenes de la familia, que actúan en el circo desde que tenían apenas 10 años. Cuentan que en el recinto viven personas de 15 nacionalidades distintas. “Esto es como un bloque de vecinos, con algunos te llevas bien y con otros no tanto”. Para romper clichés, recuerdan que cada uno tiene su caravana y que no se pasan el día juntos como si fuesen una comuna. “Tenemos internet, solemos ver pelis y series cada tarde... No vivimos en el siglo pasado”. 

Marton, del Gran Circo Universal, cree que la situación actual del circo puede ser la puntilla para un sector que ya sufría antes de la pandemia. “El circo ya estaba en peligro antes”, señala por teléfono. “Muchos niños prefieren ir al cine o jugar a los videojuegos que acercarse a un circo, sobre todo en esta época en la que todo el mundo está mirando la pantalla”, concluye. 

“Es cierto que somos un modelo familiar en vías de extinción”, añade Louisa Raluy, que suele hacer un número aéreo y otro de equilibrio junto a su hermana durante las actuaciones. La codirectora del circo recuerda su infancia viajando por África, Sudamérica, Asia y Oceanía. Pisaba España cada dos años como mucho. Después llegaron los reconocimientos en su tierra natal: premio nacional de circo (1996), premio Max (1999), creu de Sant Jordi (2006)… y enfocaron sus actuaciones a los municipios nacionales.

Reinventarse para capear el temporal

En el circo nunca se deja de trabajar del todo. Por mucho que una pandemia te deje varado sin poder actuar ni desplazarte al siguiente municipio, los artistas ocupan las tediosas horas de espera entrenando, pensando nuevos shows, diseñando estrategias en redes sociales y buscando alternativas para seducir a nuevos públicos o a clientes que no pueden salir de sus casas. 

En el Gran Circo Universal hace ya un tiempo que sustituyeron los animales (en Catalunya se prohibió su uso en 2015) por hologramas en tres dimensiones. La intención era por un lado dejar de utilizar animales y por otro presentar un show innovador que atrajera a gente más joven. Estos días, mientras no les dejan actuar, diseñan nuevas proyecciones para añadir a sus números. 

En el Raluy-Legacy han encontrado un filón con las retransmisiones a través de Youtube. Ofrecen espectáculos anteriores ya grabados, vídeos en los que muestran cómo viven en las caravanas, cómo decoran los carruajes así como espectáculos en streaming a los más de 10.000 suscriptores que tienen en el canal de esta red social. 

El pasado marzo, cuando el confinamiento les pilló en Reus (Tarragona) y estuvieron semanas sin poder moverse, los payasos Pietro y Bigotis hicieron un show de más de media hora en streaming. Sus voces resonaban en el circo, totalmente vacío, mientras intentaban hacer reír a personas al otro lado de la pantalla sin saber cómo recibían sus bromas. “Fue difícil pero salió bien, algunos compañeros se pusieron de público para animarnos”, recuerda el payaso Vicentini. “Aun así, sin el calor del público el circo nunca será lo mismo”.  

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