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Crónica

Madonna, la madre de todas las reinas del pop, celebra 40 años de carrera en el Palau Sant Jordi

Madonna, durante un momento de la actuación.

Núria Martorell

Barcelona —

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Sí, a sus 65 años todavía reina. Y sí, le sobran motivos para celebraciones (varias). La madre de todas las reinas del pop –es la artista femenina que más discos ha vendido de todos los tiempos y la que ha conseguido recaudar más dinero con sus giras– recaló anoche en el Palau Sant Jordi con Celebration tour, después de haber tenido que cancelar los primeros bolos por una grave afección bacteriana que incluso hizo temer por su vida. La cantante, compositora, actriz, coreógrafa, productora y empresaria Madonna Louise Ciccone anda festejando sus 40 intensos años de carrera, y la actuación de ayer en Barcelona congregó a 18.000 entusiastas fans que aguantaron estoicamente la hora y media de retraso.

La de anoche fue la primera de sus dos únicas citas en España después de ocho años de ausencia. La última vez también actuó en el Sant Jordi con Reber Heart Tour, ofreciendo un concierto más bien poco memorable en el que algunos críticos ya apuntaron que, eso sí, Madonna ya no era la reina del gimnasio (ni falta que le hace). La artista ha dejado de ser la danzarina infatigable para moverse de forma más planificada (aún no ha superado totalmente su lesión en la rodilla), cediendo el protagonismo a su delirante troupe de bailarines. Y ataviada con una aureola –por algo se sabe divina–, arrancó el concierto con la canción Nothing really matters, un sincero guiño a sus seguidores: “Todo ha cambiado, nunca seré la misma...».

Así empezó un viaje de dos horas a través del cual logró trasladar a la audiencia hasta el Nueva York de los años 70, a donde llegó ella siendo una joven de Michigan de 19 años con solo 35 dólares en el bolsillo y dispuesta a convertirse en una “queen” imbatible. “Os quiero. ¡Salud!”, saludó con un botellín de cerveza en la mano.  “Bienvenidos a este show, la historia de mi vida. Hay que aprender a mirar nuestro pasado y a perdonar la persona que fuimos”. 

Rodeada de sus hijos

Como sucede en todas las actuaciones del tour, la reina madre del pop quiso estar acompañada por sus hijos: Mercy James se sentó ante un piano de cola negro para acompañarle en Bad girl; David Granda se colgó la guitarra para interpretar con ella Mother and father; Stelle (de 11 años) se unió fugazmente al cuerpo de baile, y sobre todo brilló su gemela, Estere, mientras Madonna entonaba el megahit Vogue. Sí, la canción que la coronó como reina del colectivo LGTBIQ+ sacando de la clandestinidad el voguing, el baile de la resistencia que surgió de los clubs de Harlem de la mano de los bailarines afroamericanos.

La pequeña provocó el delirio de los presentes ejecutando también estos reconocibles pasos, poses y movimientos (inspirados en las modelos), ante la fascinación de la misma cantante y de su hermana mayor –sí, una hija más–, Lourdes León, que le dieron incluso puntuación, un merecido 10, al mejor estilo de los jurados de la serie Pose. De hecho, el concierto fue una gran celebración de la cultura queer de principio a fin, con la interpretación de Vogue como auténtico clímax, con Madonna besando a una de sus bailarinas (en topless), y exhibiendo una bandera arcoiris demostrando, una vez más, su defensa de los derechos de este colectivo. 

Seguidores intergeneracionales y llegados de distintos rincones vibraron con la espectacular puesta en escena de esta reina mutante: no solo recuperó algunos de sus éxitos, sino también algunos de sus icónicos trajes (reinterpretados para la ocasión). No en vano su vestuario ha llegado a protagonizar exposiciones como Simply Madonna, Materials of the Girl, cuando cumplió 50 años, en Londres, la ciudad en la que ha iniciado este esperado tour vestida de Versace, Vetements, Jean Paul Gaultier… En sus 17 cambios de ropa, lució bodys transparentes, sombreros de cowboy, lencería sexy, provocativo look sado y su famoso sujetador en punta, reivindicando así sus continuas metamorfosis. 

La reina de la reinvención ha querido para esta gira subirse a un escenario inspirado en el mapa de Manhattan que, además, es el más grande que ha tenido nunca: más de 400 metros cuadrados, con varias plataformas giratorias y diversas pasarelas que le permitieron acercarse a los fans. Hacía tres años que Madonna no emprendía un tour. Y el anterior, Madame X, fue solo en teatros. 

Uno de los momentos más memorables (y teatrales) de Celebration tour fue cuando escenificó cómo un portero de discoteca no le dejaba entrar mientras los bailarines accedían sin ningún impedimento. Recordemos que su primera andadura musical fue en un grupo llamado The Breakfast Club en el que le hacían tocar la batería, hasta que se hizo con el micrófono y una guitarra. 

Otra escena poderosa fue cuando al ritmo de Live to tell se elevó hacia las alturas subida en una plataforma con la que voló sobre la audiencia mientras se proyectaban fotografías de todos los amigos cercanos que perdió a causa del Sida, incluidos Keith Haring y Freddie Mercury. Pero sin duda el mayor homenaje fue para Michael Jackson, cuyo mítico Billie Jean recuperó en un remix con Like a Virgin, con imágenes de los dos y una recreación de sombras chinas en la que se les veía a ambos bailando e interactuando hasta fundirse en un abrazo.

En total fueron casi dos horas de actuación con muchas referencias a momentos claves de su carrera, también en los outfits de los bailarines y en las proyecciones de las pantallas del fondo y de los laterales. No faltaron éxitos como la balada Crazy for you o la animada Like a prayer, ni efectos visuales y escenográficos brutales: una bola de discoteca tamaño XXL, hileras de fuego, rayos láser de colores, varios rings de boxeo con sus polifacéticos bailarines peleando con guantes plateados con purpurina y ella con peluca (aún más rubia) y en camisón… Sin banda de acompañamiento, la diva sedujo al personal sobrada de tablas y de recursos efectistas. Y también con necesarios mensajes pacifistas –clamando contra la muerte de mujeres y niños–, pidiendo respeto al que se siente diferente, hospitalidad a los inmigrantes y, en definitiva, “amor al prójimo”. Otra vez con la botella de cerveza en la mano, y hasta dándole un trago, Madonna conversó con el público recalcando la importancia de “amar a tu vecino como a ti mismo”. 

Del Sant Jordi salimos todos amando (aún más) a Madonna.

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