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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

Tres migrantes cuentan su periplo para llegar a España en una obra teatral: “Antes de venir no conocíamos la palabra racismo”

La obra cuenta tres historias distintas de migrantes senegaleses.

Pol Pareja

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“¡Boza!” es lo que gritan en wolof los senegaleses cuando, tras jugarse la vida en el mar, atisban por fin un trozo de tierra que supone el inicio de una vida prometida en Europa. El júbilo, sin embargo, suele durar poco y en apenas unas horas se dan cuenta de que la realidad es mucho más agria de lo que les habían contado. “Me frustré tanto cuando llegué”, rememora Lamine Bathily (Thiadiaye, Senegal, 1989). “No era lo que imaginaba. Me tiré 45 días durmiendo debajo de un coche en un parking de l’Hospitalet”. Tenía 16 años.

La historia de Lamine es una de las que se cuentan en la obra P.A.U: Paisatges Als Ulls, un interesante híbrido entre obra teatral y documental o, como le llama su codirector Martí Costa, un “documental en vivo”. Ni Lamine ni Yacine Diop (Thies, Senegal, 1994) ni Malamine Soly (Casamance, Senegal, 1984), los tres protagonistas, son actores profesionales. Tampoco interpretan un guión de ficción para abordar una problemática real. Simplemente cuentan su historia: cómo estuvieron a punto de morir para llegar a Europa, cómo se tuvieron que espabilar con la venta ambulante para poder comer, cómo descubrieron el racismo europeo y cómo el desarraigo se fue instalando en su conciencia: “En Europa me tratan de migrante y cuando vuelvo al Senegal también me miran mal”, señala Yacine. “¿En qué bando debo situarme?”.

Con un austero decorado y con los tres actores sin abandonar la escena, la crudeza del relato consigue remover la conciencia del espectador. Lo que cuentan podría leerse en un reportaje periodístico o verse en un documental, pero el hecho de tener a los tres protagonistas a pocos metros, contando a corazón abierto sus inseguridades, frustraciones y dificultades logra que muchas personas escuchen cómo se siente un colectivo al que rara vez se le dedica el tiempo suficiente para atender sus historias personales.

“Sacamos de dentro todo lo que llevamos años sin contar”, añade Yacine sobre la catarsis que les supone subir al escenario. “Cada noche es distinto y muchos días hemos acabado explicando cosas que ni tan solo saben nuestros amigos”.

“El hecho de que no sean actores es una decisión que tomamos conscientemente”, apunta Costa, el codirector. “Lo que le da valor a la obra es precisamente esto, que los intérpretes han vivido en sus carnes todo lo que cuentan”. Junto con Carolina Llacer, ideóloga y también directora de la obra, bastieron el relato después de decenas de entrevistas con sus protagonistas. “Confrontamos al espectador directamente con la situación de los migrantes sin que haya un papel de periódico o una pantalla entre medio”, remacha Costa.

Los protagonistas incluso recuerdan al espectador algunas cifras que ponen la piel de gallina: más de 20.000 migrantes muertos en el Mediterráneo desde 2014. Un viaje a cara o cruz que les cuesta una media de 2.000 euros a cada uno en contraste con el poco dinero que pagan los europeos por un billete de avión para hacer el mismo trayecto.

La obra estuvo en noviembre pasado en el teatro Eòlia y, durante las últimas tres semanas, ha llenado casi todas las noches las butacas disponibles en la sala Atrium de Barcelona. Tras el éxito de la función, la compañía La Fam de la Fera, productora del espectáculo, iniciará ahora un periplo por distintos teatros de Catalunya para acercar a otras localidades las historias de estos tres migrantes. El pasado febrero, antes de que el mundo cambiara por la pandemia, también llevaron la función a una barriada de Dakar (Senegal).

“A nuestra gente nadie les había contado antes los riesgos del viaje”, señala Soly, que en su periplo estuvo a punto de morir en varias ocasiones: cuando caminaba desnutrido por el desierto, cuando un traficante le apuntó con un arma o cuando su barco se quedó en el mar a la deriva hasta que otra embarcación les rescató. “La mayoría de los que llegamos a Europa nunca contamos en público cómo es el viaje”. 

Las falsas expectativas tanto de los migrantes como de sus familias sobrevuelan la función en todo momento. Todos explican cómo les sorprendió ver la persecución a la que están sometidos los vendedores ambulantes, una práctica que en su país todo el mundo considera respetable. “Dejé Senegal siendo el mejor alumno de mi escuela y me ví en España de vendedor ambulante, en unas condiciones mucho peores que en mi país”, apunta Lamine. “No entendía por qué nos perseguían y, sobre todo, recuerdo ese miedo constante de acabar en un CIE”.

A pesar de las dificultades que ha pasado cada uno, los casos de Soly, Yacine y Lamine se podrían considerar de éxito. Yacine trabaja de cocinera en un hotel -actualmente está de ERTE-, Soly lidera una asociación y diversos proyectos de cooperación así como una empresa de catering y Lamine trabaja en una heladería en el centro de Barcelona. A parte, es uno de los fundadores y portavoces del Sindicato Mantero y combina su empleo con la marca de ropa Top Manta que también cofundó. Cuando acaban sus obligaciones laborales, por la noche se acercan al teatro para contar cómo han llegado hasta aquí.

La intención no es hacer creer al público que a todos les irá igual de bien, sino defender la posibilidad de que cualquiera pueda desplazarse para tener una segunda oportunidad sin tener que jugarse la vida. “El problema no es venir, sino todo lo que tenemos que hacer para llegar hasta aquí”, resume Soly. “Si los pájaros pueden viajar, ¿por qué nosotros no?”.

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