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Sobre este blog

Este blog pretende servir de punto de encuentro entre el periodismo y los viajes. Diario de Viajes intenta enriquecer la visión del mundo a través de los periodistas que lo recorren y que trazan un relato vivo de gentes y territorios, alejado de los convencionalismos. El viaje como oportunidad, sensación y experiencia enlaza con la curiosidad y la voluntad de comprender y narrar la realidad innatas al periodismo.

Croacia, el pedazo de tierra que 'Juego de Tronos' le 'robó' a Dios

Vista panorámica de Dubrovnik, al abandonar el puerto viejo de la ciudad / N. R.

Noelia Román

Una vieja leyenda croata cuenta que, cuando Dios se dispuso a repartir la Tierra entre sus pobladores, se olvidó de los croatas. Craso error el del Creador que, para compensarlos y no parecer un agarrado, decidió cederles el trozo del planeta que se había reservado para él…

Que luego vinieran los personajes de Juegos de Tronos y se apoderaran de él, ya es otra historia... Fuera de las pantallas, y según la tradición popular, fue así como estos eslavos del sur se asentaron en esta parte de los Balcanes, encajonados entre Eslovenia y Bosnia-Herzegovina, pero con el fabuloso mar Adriático a sus pies.

Hacia sus cautivadoras aguas verde-azuladas corren la mayoría en verano, cuando las temperaturas se elevan por encima de los 30 grados y visitantes de todo el mundo toman Dubrovnik, Split, Zadar y las numerosas islitas que se alinean frente a la costa adriática.

Dos décadas después, el turismo ha recuperado el pulso que exhibía antes de la guerra de los Balcanes y es la principal fuente de ingresos para el país durante el estío.

Hace ya años que Dubrovnik exhibe de nuevo su pétrea hermosura y los turistas se amontan en ella como abejas en una colmena. Si uno visita la considerada Perla del Adriático, declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1979, se entiende porqué.

En un puñado de metros cuadrados, el medievo regresa al presente en todo su esplendor, como si los siglos y las bombas no hubieran afectado a los casi dos kilómetros de muralla que fortifican su multiestilística catedral, sus bellas iglesias y los centenares de casas de piedra que, adosadas en sentido ascendente, dibujan el peculiar perfil de la parte vieja de la ciudad (Stari Grad).

La imponente muralla cuenta con tres fuertes, 16 torres, seis bastiones, dos fortificaciones y dos ciudadelas, argumentos suficientes para que los productores de Juego de Tronos no dudaran en elegir esta zona y sus alrededores para localizar las historias medievales que traman la popular serie.

Numerosos operadores turísticos de la ciudad ofrecen a sus fans un recorrido por algunos de los escenarios en los que Robert Baratheon y los Targaryen dirimen sus diferencias. Pero si usted va justo de presupuesto, puede ahorrarse el gasto: son reconocibles sin necesidad de que un guía se los indique.

Por unos 10 euros, uno puede subir a la parte peatonal de la muralla, a 25 metros de altura, caminarla entera, otear desde sus torres, gozar con las fabulosas vistas y admirar la impecable reparación de los tejados, que colorean Stari Grad de terracota y ocre.

Entrando a la zona amurallada por la puerta de Pile, un mapa indica todos los edificios que fueron pasto de las bombas. De otra manera, sería imposible identificarlos: todos han sido perfectamente reconstruidos y hoy la mayoría tienen un uso turístico. Ofrecen alojamiento a los visitantes que se mueren por pernoctar dentro de las murallas, por más caro que éste resulte y por más escaleras que haya que subir y bajar para acceder a él.

La ciudad de las escaleras

“En Dubrovnik, todo son escaleras. No es una ciudad para viejos…”, me dice un señor sesentón, mientras me guía por el barrio de Lapad y subimos más escaleras. Lapad está a media hora caminando de Stari Grad, sobre el verde cerro, y ofrece alojamientos más baratos y familiares que los de la parte vieja. También, la posibilidad de acercarse a pie, siguiendo un sendero, a las pequeñas calas –la mayoría rocosas- de la parte más nueva de la ciudad, donde se concentran los hoteles más convencionales.

Bañarse en alguna de ellas a primera hora de la mañana, cuando aún están desiertas, es una gozada, un placer comparable al de ver la puesta de sol desde lo alto del monte Srd o al de contemplar la bella panorámica que de Stari Grad y de la isla de Lokrum ofrece el Fuerte Lovrjenac.

A un escaso cuarto de hora del puerto de la Ciudad Vieja, Lokrum es una excelente opción para pasar un día de playa –de nuevo rocosa-, mar y caminatas entre frondosos árboles y pavos reales, pues este pequeño pulmón verde es un parque nacional en el que está prohibido pernoctar.

En la parte más alta de la isla, el Fort Royal regala una bella imagen de Ragusa –Dubrovnik también se conoce por este nombre- y recuerda los horrores de la guerra. ‘Luksa Tomic. 1970-1992. HV Vojnik 169’, reza una placa ubicada a la entrada, sobre un lazo con la bandera croata. El refugio está bien conservado –acaso recuperado-, pero a su lado la maleza invade una casa que las bombas dejaron sin tejado ni ventanas.

La memoria del conflicto es discreta, pero permanente. El Fort Imperial, en lo alto del monte Srd y punto clave de la resistencia croata, acoge ahora una imprescindible exposición permanente sobre aquella guerra que, en total, segó unas 250.000 vidas y desplazó a un millón de personas, en plena Europa, hace tan sólo dos décadas. Fusiles de todo tipo, casquetes de bombas y de granadas, las radios con las que se comunicaban, vestimenta militar y fotografías –muchas sobrecogedoras- ilustran el relato croata “de la resistencia frente a la agresión serbia”.

Como lo que allí se ve no es plato de muy buen gusto, uno puede tratar de asentar el estómago más tarde cenando una hermosa rodaja de atún en la taberna Lady Pi-Pi. En la entrada, la estatua en piedra de una mujer orinando hacia una fuente justifica el nombre y una camarera va dando paso a los comensales que hacen cola. El local no admite reservas y la espera puede superar la media hora: las vistas que ofrece desde su terraza sobre la Ciudad Vieja son iguales de buenas que la comida.

Split, noches de fiesta en el palacio del empeador

Conectadas con Dubrovnik por ferry, las islas Elafitas son otra buena opción para pasar jornadas enteras de naturaleza y playa. Pero si se dispone de varios días, la visita a Split debería ser obligada. Situada a unos 500 kilómetros al norte de la Atenas dálmata –otro de los apodos de Dubrovnik-, esta ciudad costera es una pequeña joya, una suerte de Tarragona del Adriático.

Ofrece historia, cultura, siglos de arquitectura, zonas de baño inesperadas y una banda sonora sorprendente: el canto de las chicharras es tan fuerte que puede oírse en buena parte de la urbe, a cualquier hora del día.

Asentado sobre el antiguo palacio de Dioclesiano, el emperador romano que lo mandó fundar en el siglo IV, el casco antiguo de Split es un viaje al pasado. Sus altas y férreas murallas hablan de lo bien protegido que estaba el lugar. Sus mármoles italianos, el granito rojo y las esfinges egipcias que aún hoy se levantan al lado de la catedral, de la riqueza que llegó a atesorar. Su puerta Áurea y sus laberínticas callejuelas, de cómo sus habitantes se asentaron sobre el esplendoroso pasado romano y lo adaptaron a las nuevas necesidades.

Las de carácter religioso convirtieron el mausoleo de Dioclesiano en catedral, la más pequeña del mundo, según la publicitan los autóctonos, y una de las más antiguas. La mezcla de estilos arquitectónicos en su interior la singularizan, sin duda. Su cripta y la torre de su campanario, la más elevada de Split, hacen de este templo dedicado a San Duje uno de los atractivos turísticos de la ciudad.

Visitar el conjunto cuesta unos seis euros y, si no se tiene vértigo, subir a lo alto del campanario es imprescindible. Las vistas sobre el entramado de la ciudad, sobre el puerto que se abre al mar y sobre la colina de Marjan son espectaculares.

Marjan es, precisamente, uno de los miradores naturales de la urbe. Y, además, un excelente lugar para salir a correr y para bañarse. Rodeando la colina, uno encuentra diversos lugares desde los que lanzarse al agua sin más, como suelen hacerlo las gentes del lugar.

A los pies de la colina, el puerto deportivo homenajea a los medallistas olímpicos croatas –unas placas de bronce incrustadas en el paseo recuerdan sus nombres, los Juegos en los que triunfaron y qué metal conquistaron- y ofrece modernos locales en los que cenar o tomar una copa. Es uno de los paseos recomendables, especialmente de noche, cuando el ambiente se anima.

Y eso, en verano, es una constante en Split, también declarada Patrimonio Histórico de la Humanidad en 1979. Al margen de los festivales y de los conciertos que se organizan, casi cada noche es posible escuchar música en directo y gratis en la calle. La ofrecen algunos de los innumerables restaurantes que se concentran en el casco antiguo, pero no sólo: pasar por una pequeña plaza y topar con una actuación es de lo más habitual.

Zagreb, la agradable sobriedad de la capital

Split es activa y joven. Dubrovnik, más convencionalmente turística. Y, si se quiere poner un contrapunto a ambas, Zagreb, la capital del país, lo proporciona. Situada en el interior del país, concentra, además del aparato burocrático, la monumentalidad y el tipo de arquitectura que recuerda al Imperio Austrohúngaro.

Lejos del bullicio y de las prisas de otras capitales europeas, Zagreb invita a pasearla con tranquilidad, sin demasiados agobios de gente y con una mirada curiosa. Teatros, museos e iglesias, todos muy bien conservados, se suceden en la Ciudad Baja (Donji Grad) y en la Alta (Gornji Grad), su división principal junto a la del río Sava.

Su catedral es hermosa. El Dolac, su popular mercado al aire libre, un excelente lugar para comprar fruta. Y su vida nocturna, alrededor de la plaza Josip Jelacic, punto neurálgico de la capital, una agradable sorpresa.

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