El pasado sábado noche en el Barts de Barcelona el cantautor asturiano Nacho Vegas presentó un interesante ejercicio bajo el nombre de La vida es dulce. Él, acompañado de otros cinco músicos, ofreció un homenaje al cineasta británico Mike Leigh con un resultado satisfactorio.
El homenaje fue la primera parte del concierto. Más que la música que acompaña al cine mudo o convertirse en una banda sonora de los filmes, lo que se vio fue un diálogo entre escenas y música. Con una gran pantalla de fondo y los músicos en V, se alternaron escenas con sus diálogos a secas y escenas musicadas por la banda. Por ejemplo, Life is Sweet, Secrets & Lies, Another Year y Naked se entrelazaron sin más explicaciones con títulos como Secretos y mentiras, Todo o nada, Matar vampiros y La ciudad más triste.
Para Vegas el cine de Leigh “tiene mucho que ver con la música popular de nuestro tiempo y los personajes que habitan sus películas se parecen mucho a los que aparecen en la mayoría de canciones que nos gustan”. Lo que es legítimo pero, asimismo, una apreciación muy personal.
Se puede entender desde la normalidad que destila lo tragicómico de lo cotidiano en los largometrajes de Leigh. Películas naturalistas, de un costumbrismo muy inglés que muestra una realidad desnuda y sin fronteras (generalmente urbana) a la manera de los también británicos Ken Loach y Stephen Frears. Presentan pequeñas miserias de lo mundano, tanto la dureza de situaciones como las pequeñas reconciliaciones...
Volviendo al concierto, hubo que hacer un ligero esfuerzo para ver los paralelismos música/cine. Esta incursión experimental de Vegas no deja de ser un bonito ejercicio de estilo, profesional, interesante y con un buen resultado. Y aunque no dé la sensación de que el cantante comparta mucho con el cineasta, demuestra cierta universalidad de sentimientos, empatías y lo maravilloso que resulta el arte como medio de expresión y comunicación casi universales. O el maravilloso y extenso campo de las libres hermenéuticas y los posibles diálogos entre disciplinas.
Quizá para otra ocasión se presente con un espectáculo en el que el director escogido sea Ken Loach. Su cine, donde la lucha y trasfondo económico-social de la clase media/media-baja son patentes, tiene que ver de una manera mucho más específica con la tierra natal del músico español, hay paralelismos más que evidentes: industrias en crisis, luchas sindicales, consecuencias sociales... Ahí queda la idea.
En la segunda parte del espectáculo, Vegas interpretó canciones de manera “normal”, es decir, sin una pantalla de fondo lanzando imágenes y sin buscar nuevas significaciones. Siguió con una ristra de grandes éxitos como La gran broma final, La plaza de la soledad, Cómo hacer crac...
A estos temas, como le gusta a Vegas, no les faltaron ni los subidones ni la contundencia llenos de épica que lo alejan del intimismo confesional de otros cantautores. El acordeón, clarinete, banjo, chelo, mandolina y etcéteras más comunes de la mano de los músicos Manuel Molina, Luís Rodríguez, Abraham Boba, Xel Pereda y Aurora Aroca llenaron más que bien el teatro. A la sobria puesta en escena, le falló un detalle (quizá buscado, quizá irrelevante), el libreto abierto sobre el atril no dejaba ver bien al cantautor a buena parte del público.
Al final, a pesar de la insistencia del público con los aplausos –los fans de Vegas son muy fans y no se levantaban de las butacas– al cabo de un buen rato no hubo bis ni segundo saludo. Ya sin músicos sobre el escenario cayó el telón con su silencio de paño grueso que acentuó el The End.
Fue un espectáculo cortito de duración. Una hora de calidad que dejó a los asistentes con la sensación de necesitar más dosis de Nacho Vegas. Quedó un poco rara esta fórmula de realizar parte homenaje y parte concierto estándar, el show quedó a medio camino entre una cosa y otra. Eso sí, en este movimiento de hibridación nadie dudó de que lo que se vio y escuchó estaba bien ejecutado.