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‘Tots fem comèdia', un musical nostálgico y divertido

Nausicaa Bonnin, Ferran Rañé (centro) y Jordi Bosch./Daniel Escalé

Toni Polo

Comenzar el camino de bajada (en la vida y en el trabajo) es muy complicado. Los dos protagonistas de Tots fem comèdia, de Joaquín Oristrell, no se dan cuenta de lo que les está pasando. Han quedado atrás los tiempos del éxito, las llamadas de los medios, los premios... Su obra ya no interesa. De repente, se encuentran con que el hijo de uno y la hija del otro (que son pareja), mantenidos y presuntamente consentidos por los padres durante tantos años, los tendrán que sacar las castañas del fuego. Todo en tono de comedia con el fuerte sello de Jordi Bosch y Ferran Rañé, con Nausicaa Bonnin y Peter Vives y con la participación, casi como Pepito Grillo, del pianista Joan Vives.

En el fondo, de lo que nos habla Oristrell, es de la perversión del éxito. Si “la fama cuesta” (que decía la profe de la serie de los ochenta, época de oro de los protagonistas de esta obra), dejarla atrás se nos antoja imposible y, al mismo tiempo, inevitable. Es el drama que, con todo el humor del mundo, esconde Tots fem comèdia. El contraste entre lo que fueron dos artistas y lo que son ahora, la nueva generación que no tiene ni para pagar la factura del agua, los medios de comunicación y las productoras que sólo quieren lo que vende, los recuerdos que descubren una rivalidad no tan bien entendida...

El declive de estos dos personajes permite una sucesión de flashbacks en los que se descubren las complicidades de toda una vida juntos, las traiciones, las alegrías, los miedos, las comparaciones odiosas... Los viajes al pasado topan con un presente en el que las viejas glorias se arrastran para seguir saboreando néctares del triunfo. ¿Hasta dónde llegaríamos para conseguirlo? Ellos llegan a plantear hacerse pasar por gays porque consideran que esta orientación sexual podría cautivar a la crítica, pero se conforman con hacer firmar a los hijos el guión de su última película como única manera de colarla.

El ambiente cinematográfico sobrepasa el guión para convertirse en escenografía. El fondo del escenario se convierte en un fondo de pantalla como decorado. Queda bien, es resolutivo, imaginativo e incluso, divertido. Sin dejar de ser una mentira, en consonancia con el cine: “El cine es mentira. A la gente le gustan las mentiras, por eso votan, van a misa, escuchan canciones de amor”, dice el personaje de Rañé en un momento dado.

Las canciones, lógicamente, juegan un papel importante en la obra. Muchas cosas se explican cantando. Todos cantan. Y no lo hacen mal. Lo que encuentro es que, si bien estamos de acuerdo en que la ficción es una mentira, en la mayoría de los casos, las canciones se nota demasiado que son mentira. El acompañamiento en directo del piano de Joan Vives aliña muy bien el texto, al igual que las intervenciones del pianista. Los amantes del género musical lo verán con otros ojos y con otras (buenas) razones, pero a mí me sobra la canción y la correspondiente sonrisa o mueca tristona clavadas en la boca.

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