1966. Mario ha muerto. Su viuda, Carmen, lo vela , solos ella y él, la noche antes del entierro. Y se estará cinco horas charlando, desahogándose, recordando, añorando o criticando. Un monólogo intenso, duro, sincero en el que Miguel Delibes plasma la moral de una época. Se trata de uno de los textos más meticulosamente perfectos de la literatura. “Todo está en el texto ”, decía Natalia Millán, quien lleva tres años dando vida a Carmen Sotillo y ahora se estrena en Barcelona. Es cierto: todo, absolutamente todo, está en el texto. Siempre la frase adecuada, la palabra precisa, el silencio expresivo.
Escenografía austera, como corresponde, con detalles minimalistas (como el ataúd) y, por encima de todo, la presencia de Carmen Sotillo, cargada con todos los “estandartes” de la época: vestido de luto, ropa interior de raso, rebequita, cabello recogido en un moño...
La actriz madrileña se mete en el papel de esta vallisoletana carca, racista, religiosa, machista, clasista. Lo tiene todo. Todo sin que tenga que haber ningún tipo de doble moral. En absoluto . No esconde nada, aunque le cuesta arrancar. Le da vergüenza decir ciertas cosas porque, aunque su soledad es evidente, ella siente el aliento de la moral, el aliento de toda una vida de educación y de sumisión. El contrapunto es Mario, catedrático de instituto, rebelde y contestatario (“¡de gustos proletarios!”), a quien ella, una vez muerto, reprocha sus costumbres, sus acciones, sus comportamientos ante según quién. Es el trozo de España que Delibes criticó duramente con esta novela, que esquivó la censura poniendo todo en boca de ella, la defensora de los valores nacionalcatolicistas, orgullosa del régimen. Para los censores del Estado, como se suele decir, los árboles ocultaron el bosque...
Nos preguntamos si ella se siente desgraciada. Si ha sido nunca feliz. Si sabe lo que significa ser feliz. Si volverá a serlo. Tiene cuarenta y pocos años, es guapa, atractiva... Con la perspectiva del tiempo surgen preguntas que en la época no se nos habrían ocurrido: ¿se amaban? ¿Permitía la moral de aquellos años amarse o era prioritario quedar bien? ¿Tal vez su matrimonio era sólo un contrato que la obligaba a ser feliz esposa y madre y había cumplido? ¿La engañó él a ella...? ¿Se engañaron mutuamente? Carmen lo dice temerosa de haber pecado, temerosa del brazo incorrupto de Santa Teresa...
Es cierto que la mujer se despacha a gusto, pero no es radical, no es fanática, no es fundamentalista: es como debe ser. De ahí que la censura lo pase todo: Carmen Sotillo es la hija perfecta de su época. Ahora (afortunadamente) su modo de pensar da risa: “O poco valgo o mis ideas deben ser las de mis hijos”; “La ley la aplican los hombres, es a ellos a quienes tienes que dorar la píldora”; “Una poquita de inquisición nos vendría al pelo ahora”; “Una chica que estudia es una chica sin sexy”; “Tienes un gran cartel entre la gente baja... ” Sí, estas pinceladas reaccionarias , intolerantes , fascistas , corruptas nos harían reír si, últimamente, algunos tics del régimen no nos las hicieran recordar un poco demasiado.