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Último diálogo en Jerusalén

Acto de inauguración del JSMF donde la cantante palestina Hellen Sabella compartió escenario con artistas judíos y cristianos / NOAM CHOJNOWSKI

Yeray S. Iborra

Jerusalén —

Gilly Levy, Gilly tha kid para sus colegas, tiene una cara de pillo que no se la aguanta. Sonrisa de oreja a oreja y ojos hundidos de haber dormido poco. Su dilata, sus botines, sus tejanos arrapados… le dan un aire underground occidental que canta en un paisaje tan variopinto.

La Ciudad Vieja de Jerusalén, poco menos de un quilómetro cuadrado dentro de Jerusalén Este, hierve. Son las doce del mediodía y, más allá de los 35 sofocantes grados de temperatura, las calles son un hormiguero. Estamos cerca de la Puerta de Damasco. Gilly nos explica que muchos palestinos cruzan la frontera para venir a trabajar al otro lado del West Bank (Jerusalén Oeste, Cisjordania); las diferencias económicas de las dos partes de la ciudad son abismales (Jerusalén Oeste cuenta con alrededor del 10% del presupuesto público, según algunas estimaciones), es uno de los agravantes relacionados con la ocupación. Gilly señala con sus finos brazos algunas de estas diferencias, mientras agita la cabeza de un lado a otro para no perdernos entre la marabunta.

Vistazo a un lado: mujeres con velo, hombres ataviados con ropas vaporosas. Vistazo al otro: niños con kipá, jóvenes de negro impoluto y ancianos con grandes tirabuzones pegados a sus orejas. En medio: turistas en procesión hacia el Muro de las Lamentaciones. Palestinos e israelíes; palestinos con pasaporte israelí, sin pasaporte israelí, israelíes sionistas, israelíes críticos, israelíes sionistas y críticos. Cada vez que Gilly alza la cabeza para clavar la vista en algunos de los muchos monumentos que sobresalen en el –bajo– skyline de Jerusalén, uno entiende porqué la variedad aquí es motivo de celebración... Y de preocupación. En un radio como el que abarca El Gótico en Barcelona, hay hasta cinco templos sagrados (y peregrinados fervientemente) por tres religiones diferentes: cristianismo, islam y judaísmo. Jerusalén es el termómetro de Israel desde su proclamación de independencia en 1948, la Nakba (desastre) para los palestinos, y la posterior división de la ciudad en dos. Todavía hoy la “línea verde” delimita el territorio.

Gilly, que en breve cumplirá los 27, es israelí, aunque de un perfil posmoderno y crítico casi inaudito en las informaciones que nos llegan de Jerusalén y sus habitantes. Gilly es de los que está en medio de toda esa maraña; (sobre)vive –también– en Jerusalén, una ciudad de poco más de un millón de habitantes y epicentro de debates religiosos, políticos y, durante una semana, la de finales de agosto, también, culturales. Gilly, DJ y productor en la noche (vigorosa, quién lo diría) jerosolimitana, forma parte de la producción del Jerusalem Sacred Music Festival (JSMF), uno de los muchos proyectos de la Jerusalem Season of Culture: ciclo de danza, teatro, performances y música que se extiende de julio a setiembre por toda la ciudad (sobretodo en el este; los enclaves en el oeste cayeron tras las tensiones del pasado año). Él, además, programa el Frontline Festival: festival de bandas emergentes de Jerusalén. En el JSMF es algo así como el chico de los recados: no debe ser fácil ajustarlo todo para sostener las cerca de 70 actuaciones que se desarrollan en una semana de música en la Torre de David, la antigua ciudadela de la vieja Jerusalén; al lado de la Puerta de Jaffa por la que han pasado des del siglo II a.C. cristianos, musulmanes, mamelucos y otomanos.

En apenas cinco años de celebración, el JSMF, festival de iniciativa privada (participado principalmente por fundaciones, entre ellas la sionista Schusterman) se ha consolidado como una de las pocas propuestas de diálogo real en Jerusalén. Promovido principalmente por hombres y mujeres israelíes de mediana edad que, como Gilly, han tenido la oportunidad de salir de la ciudad y viajar (un privilegio que se les niega a los habitantes palestinos que no poseen pasaporte israelí, la mayoría son considerados “residentes extranjeros permanentes”) y que ahora se ven en la obligación de restaurar una conversación imposible. Son los terceros agentes del conflicto, tras las sobre-representadas voces de las altas esferas sionistas israelíes pero, aún así, con más altavoz que las comunidades palestinas: ciudadanos israelíes críticos.

–Estamos en contra de unos y de otros [refiriéndose a los mandatarios israelíes y a los palestinos más radicales]. –señala Gilly con una pinta en la mano.

–Nos quieren divididos. Y además polarizados. –añade Koren, guía turístico que esta mañana nos ha mostrado el centro histórico de Jerusalén, mientras Gilly se moja los labios.

–Sí… La verdad… –Gilly da un sorbo, otro… Se zambulle en su cerveza. Koren aprovecha el largo trago para interrumpirle.

–Además, es curioso, yo que trabajo mayoritariamente con extranjeros, cuanto más lejos están… más fácil ven la solución del conflicto.

Nuevas voces

Nuevas vocesTenemos la responsabilidad de hacer de este sitio un lugar “habitable”, recalca Itay Mautner, director artístico del JSMF. Es por eso que 1. Provocan diálogos interculturales, como es el caso del Maqam Ensamble con Mark Eliyahu (hijo del compositor Peretz Eliyahu): stage con músicos de hasta siete países que no hablan el mismo idioma pero que dominan las diferentes artes del Maqam, música tradicional de Oriente Medio. 2. Provocan diálogos políticos, un ejemplo: Hellen Sabella, cantante palestina nacida en el West Bank (Cisjordania, territorio de Autoridad Nacional Palestina, ANP) tocó en la noche de inauguración del festival junto a músicos judíos. Lo que le valió ataques de todos los frentes: los israelíes más radicales ni siquiera asistieron a la muestra y los palestinos residentes en el West Bank la acusaron, como es costumbre, de “normalización” del conflicto. “La música dice mucho más que las fronteras, nos hace a todos iguales”, declaraba días después para El Mundo.

Si, por lo general, se ha hecho desaparecer la voz de los palestinos, tampoco es común dar cabida a las “nuevas voces israelíes” (como las llama Itay Mautner): ciudadanos israelíes politizados que “luchan con armas culturales”.

Por ese motivo, en los cinco días de celebración del festival, se desarrollaron también jornadas de debate en la Jerusalem Open House. Este año con la intervención, entre otros, de la activista por los derechos LGTB, Sarah Weill, o Riman Barakat, fundadora de Experience Palestine: organización dedicada a la concienciación de la población judía de las condiciones a las que se exponen los musulmanes más allá del West Bank.

Nuevos diálogos

Nuevos diálogosCuando el JSMF se autodefine como “el único escenario posible para diálogos imposibles”, así lo expone Naomi Bloch Fortis, directora ejecutiva, está en lo cierto. ¿Dónde sino iba a verse esa locura por nombre “Junoon” que el compositor Shye Ben Tzur y Jonny Greenwood (Radiohead) han inventado junto a una decena de músicos indios? Entre paredes de miles de años de historia en la Torre de David. Dónde tendrían lugar jornadas con bandas tan variopintas como la electrónica orgánica y de ritmos orientales de Cut ‘n’ Base o el trance de Tribal Dance, un espectáculo de color y baile explosivo.

“Hay una gran afición por el flamenco aquí”, comenta Gil Rouvio (director de comunicaciones del JSMF), entre estornudos. No es el único que se ha resfriado estos días (mínimas de 18ºC). Des del minuto uno, José Quevedo Bolita y Rafael de Utrera (que tocaron junto al percusionista israelí Itamar Doari) hicieron gala de sus dotes a los palos; el Liberty Bell Park, una especie de anfiteatro de sonoridad cálida y envolvente, se vino abajo. Sus cerca de 600 localidades y aproximadamente 400 kipás, cayeron rendidas.

Mayoría de kipás. Aunque el festival apuesta por la diversidad, el público, aunque cuantioso (cerca de 10.000 personas) e intergeneracional, sigue pecando de poco variado: la presencia de judíos gana por goleada. 78 shekels israelíes, unos 18 euros, se antojan demasiados para aquel que trabaje en las tiendas de productos chinos, souvenirs y comida artesana de más allá de la Puerta de Damasco (dónde empiezan los territorios de la ANP). Los organizadores trabajan para que el festival sea más inclusivo; de poco sirve hacer un festival para el diálogo en el que sólo los artistas dialogan.

¿Últimos diálogos?

¿Últimos diálogos?El año pasado el Jerusalem Sacred Music Festival se vio obligado a cancelar el 50% de su programación por los bombardeos israelíes a Gaza y el clima belicoso. Este año la casuística ha sido más bondadosa, el festival se ha podido desarrollar con normalidad, aunque todo apunta a que la batucada vendrá al final. El JSMF es, como la ciudad que lo acoge (y como casi todo lo que ocurre en estos territorios) un espacio en fuego cruzado. Ha sufrido en los últimos años la campaña internacional de Boicot, Desinversiones y Sanciones (BDS), que ha surgido efecto en la presente edición con la cancelación de la cantante saharaui Aziza Brahim (años atrás el músico afropop Salif Keita canceló también). Al mismo tiempo, es el único festival que podría poner a cantar (así fue en el cierre) a musulmanes, judíos y cristianos sobre una misma tarima. Entonando el “Every little thing gonna be all right” de Bob Marley, además. Entre los participantes del aquelarre: poetas palestinos, Max Romeo, Ethiocolor y Matisyahu, en boga semanas atrás por el affaire Rottotom.

Y, entre los que cantaban, con los ojos medios entornados y con una resaca importante, claro, Gilly.

–A veces tengo la sensación que simplemente trabajamos esperando un nuevo conflicto. Siempre estamos en alerta. –destaca Gilly, poco antes del cierre del festival, en una reflexión que, con el paso de los días, más que mal augurio, tomará tintes de realidad. Aun así, no pierde la esperanza. Si consiguió librarse del ejército (el servicio militar es obligatorio tres años para los hombres y dos para las mujeres) quién sabe en qué puede solidificar todo esto.

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