Fútbol de bandera
El habitual partido de Navidad que disputa la selección catalana cada año es, en esencia, una paradoja. Para algunos, el fútbol es sólo una excusa para mostrar al mundo el estallido de catalanidad que se vive en la grada. Para otros, el encuentro confirma que Catalunya podría competir al más alto nivel en cualquier torneo internacional. Ante la imposibilidad de medirse a rivales de entidad por cuestiones económicas, el resultado poco importa. El juego, un poco más. La pachanga anual de la selección es, pues, una cita para románticos.
El partido es también paradójico porque, aun con cinco campeones del mundo sobre el césped (Piqué, Puyol, Capdevila, Xavi y Busquets), los protagonistas son los que gritan desde la tribuna, los goles y el lateral: las más de 27.000 personas que pudieron llegar al estadio de Cornellà-El Prat pese a los atascos. Los que se desgañitan pidiendo la independencia y hacen ondear orgullosos la estelada o desplegan la ya habitual y gigantesca: “Catalonia is not Spain”.
Este año, a la vieja pancarta le ha salido competencia. Una sábana con el lema que encabezaba la histórica manifestación del 11 de septiembre: “Cataluña, nuevo estado de Europa”. Proclama a la que se aferra el president de la Generalitat, Artur Mas, a quien los 27.000 asistentes le parecieron pocos, al igual que los votos obtenidos por CiU en las últimas elecciones.
El partido de la selección catalana es paradójico porque la gente silba el seleccionador, Johan Cruyff, que nunca ha hecho ningún esfuerzo para hablar catalán pero que, personaje carismático, ha conseguido que casi todos los futbolistas quieran jugar con la cuatribarrada y que de los partidos de Cataluña se hable en todo el mundo. La pachanga de la selección es, confirmado, una cita para románticos que durante 90 minutos suspiran: “Y si nos dejaran...” Y a continuación concluyen: “...Pero no nos dejarán”.