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Las luchadoras de la PAH ejercen sus derechos con la Obra Social

Algunos inquilinos del edificio ocupado por la PAH contemplan la concentración desde su nueva casa.

João França

Barcelona —

“No te imaginas la cara que me puso Núria cuando le dije que tenía la alternativa de ocupar un piso”, dice riendo Carlos, activista de la Plataforma de Afectados de la Hipoteca (PAH) de Barcelona. Se ríe porque pese al recelo inicial, ahora Núria está muy convencida y su familia es una de las cuatro que viviren desde ayer en el edificio que ha ocupado la PAH en el barrio del Raval. Es el decimotercer bloque de la llamada Obra Social de la PAH, que hasta esta nueva ocupación, la primera en la capital, ya había dado cobijo a 626 personas.

Núria no ha tenido que sufrir un desahucio porque ha conseguido la dación en pago. Esto quiere decir que el banco, en este caso el BBVA, se queda con el piso y da su deuda por saldada. Lo que no ha conseguido Núria es que le permitan seguir viviendo en su casa en régimen de alquiler social. En resumen, Núria se ha quitado de encima una deuda que difícilmente hubiera podido pagar, pero a pesar de todo se ha quedado sin un techo bajo el que poder vivir ella, su hijo y su perro, “que es una bestia parda”, dice.

El suyo es un caso como tantos otros. Regentaba una tienda que, con la crisis, comenzó a quebrar. “Lo que pensábamos todos era: si cierro la tienda no tengo nada que hacer. Entonces embarcas más, pones más dinero, haces refinanciaciones, y llega un momento que ya no puedes más, y un buen día recibes la notificación judicial”, explica. Desde entonces sobreviven con su pensión de viudedad: 401 euros al mes.

“Me estoy enfrentando al gigante”

Los problemas de los afectados por la hipoteca son todavía un tabú, a pesar del apoyo social que ha recibido la movilización, asegura Núria. “No creo que nadie de mi familia diga 'mi hermana ha ocupado' como algo de lo que se pueda sentir orgullo, cuando debería ser así, porque yo estoy satisfecha de lo que estoy haciendo”, dice. Y añade: “Cuando vine a la PAH estaba avergonzada, pero ahora estoy contenta porque me estoy enfrentando al gigante”.

Aunque ahora todas las personas implicadas lo vean tan claro, Gala Pin, que ha apoyado a las personas afectadas en este proceso, asegura que “al principio había cierto recelo”. La activista señala que hace poco que se puso en marcha la comisión de la Obra Social de Barcelona, ​​y eso fue porque hasta ahora, dice, no se habían encontrado con esta necesidad. “Siempre intentamos agotar todas las vías, sea un alquiler social con el banco, pedir un piso de protección... lo que sea”, explica.

El comienzo de la Obra Social

La campaña de la Obra Social comenzó en septiembre de 2011 en Montcada i Reixac (Barcelona). A Elisa, su marido y su hija les echaron de casa después de haber parado tres intentos de desahucio. Al cuarto, la policía llegó antes de la hora esperada y los pocos activistas que habían llegado más temprano no pudieron hacer nada. El Ayuntamiento sólo le ofrecía tres días de alojamiento en un hotel y, a falta de alternativas, decidieron volver a entrar en su propio piso, bajo el amparo de la PAH. Sin embargo, más recientemente la plataforma ha apostado por la ocupación de bloques enteros para varias familias, como el del Raval.

Los doce bloques viviendas que ya ha “recuperado” la plataforma en Cataluña, sobre todo en Sabadell y Terrassa, han servido de ejemplo para la ocupación barcelonesa. “Una cosa que hicimos al principio fue organizar excursiones a un bloque de Terrassa y uno de Sabadell, para normalizar la situación y entender que recuperar una vivienda es eso, recuperar una vivienda”, dice Núria.

“Nos temblaban un poco las piernas al pensar: ahora haremos esto”, dice Núria, pero concluyó que “se trata de una vivienda como otro cualquiera, en la que vives y quieres pagar un alquiler para seguir viviendo, aquí o en cualquier lugar”. Asegura que la mejor solución sería una como la conseguida en Terrassa, donde las personas afectadas que ocuparon un bloque de CatalunyaCaixa lograron que la entidad les concediera pisos de alquiler social. “Reocupar una vivienda no es decir 'yo soy más guapo y no pagaré', lo hago porque sólo puedo pagar con una parte de mis ingresos. Es decir, que me pongan un porcentaje ajustado a lo que cobro y lo abonaré”, concluye Núria.

“He intentado vivir dentro de mis posibilidades”

Quien no dudó ante la propuesta de ocupación fue Tània. A ella la desahuciaron en febrero de 2012, cuando padecía un cáncer y salía de una relación en la que había sufrido maltratos. “Yo me he buscado la vida desde los 15 años, cuando murieron mis padres”, explica. Primero se compró un estudio en Terrassa, donde trabajaba, hasta que decidió dar un vuelco a su vida, se lo vendió para comprar un apartamento en Empuriabrava (Girona). “Más pequeño y más barato, siempre para reducir costes, para vivir dentro de mis posibilidades, nunca por encima”, remarca.

Allí empezó la relación con el hombre que la maltrató y también la convenció de que se endeudara más, hasta tener que pedir una ampliación de la hipoteca. Cuando decidió dejar a su pareja, éste la perseguía a casa y al trabajo, de modo que Tània decidió volver a Barcelona para escapar. “Trabajé para pagarme la habitación aquí y pagarme la hipoteca allí, con un trabajo entre semana y otro en fin de semana”, dice.

Cuando se quedó sin trabajo no pudo seguir pagando, así que fue a entregar las llaves de su piso a la oficina del BBVA, pero el director le dijo que sólo aceptarían el dinero. “Yo he dejado de comer para pagar la hipoteca. Me he comprado una barra de pan y le he puesto un chorrito de aceite y me he tirado así semanas”, recuerda. Fue entonces cuando se acercó por primera vez a la PAH, en noviembre de 2009. “Sentí que no estaba sola, porque lo primero que sientes es impotencia, mucha culpa, hasta que aprendes que no toda la culpa es tuya”, explica.

Dejó de participar en la PAH cuando empezó a padecer un cáncer, y como no se podía mantener en Barcelona volvió a Empuriabrava hasta que la echaron del piso. De vuelta a la capital, acudió a los servicios sociales, que le proporcionaron alojamiento en un hostal y comer en un comedor social. “Sólo había gente marginada con varios problemas y me sentía como una extraterrestre allí”, dice. Cuando en octubre ya no le podían ofrecer alojamiento, logró recibir una pensión para víctimas de violencia de género, con la que se ha estado pagando el alquiler de una habitación, hasta que dejó de cobrarla el pasado mayo y ya no puede seguir pagando.

“Yo ya estaba en la calle”

Hace dos meses Tània ha vuelto a la PAH, cuando le dieron el alta del cáncer. “Venía los viernes y todo el mundo contaba sus casos y yo pensaba: pero es que yo no estoy en este punto, yo ya estoy en la calle”, explica. “En un caso como el de Tania, la Obra Social sirve para hacer efectivo el derecho a la vivienda, pero hay que seguir luchando por condonación de la deuda”, remarca Gala Pin.

Tània ahora tiene claro que no es la responsable de su situación: “A mí me obligaron a hacer una hipoteca. Si el alquiler estaba a 400 euros al mes y por una hipoteca me pedían 150, ¿qué debía hacer? ”Por eso también tiene claro que está dispuesta a ocupar. “Si te metes y te echan, bueno, ya estás en la calle”, dice. “Pero no estarás sola, estaremos todos juntos. Nos daremos calor”, añade Nuria.

“Gracias a la PAH ahora puedo sonreír”

Y con Tània y Núria compartirán escalera Rosario y Dona. “La PAH me ha dado la paz”, dice riendo la Rosario, que tiene tres nietos, una hija y el marido que están viviendo gracias a su pensión. A sus 60 años, se emociona recordando los malos tratos que también sufrió de su exmarido. “Gracias a que entré en la PAH ahora puedo sonreír, y me río en la cara del peligro, porque cuando llegué aquí estaba muerta”, dice.

Lo pasó mal sintiéndose responsable por toda la familia. “No podías ver la tele, no podías comer, no podías dormir tranquila. De hecho todavía cuesta, pero cuesta menos, porque tienes apoyo, y sacas la energía de las acciones con los compañeros. Todo esto te va beneficiando”, dice. “Y de acción en acción, Rosario no para. El miércoles, después de pintar pancartas para el bloque ocupado, volvió hacia el Banco Popular, para apoyar a un compañero. Cuando los desalojó la policía, tanto ella como las que a partir de ahora serán sus vecinas, estaban fuera gritando: ”Un desalojo, otra ocupación“. Han pasado de la impotencia a tener las cosas muy claras, ya cumplir con sus palabras.

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