Umberto Eco publicó un año antes de su muerte (el 19 de febrero del 2016) la novela Número cero en la que describe lo que él llama “la máquina del fango’, la alianza de intereses y poderes de todo tipo (políticos, económicos, mediáticos…) para lograr objetivos ilegítimos con el uso perverso de la información. El autor de El nombre de la Rosa posiblemente vería que su ficción ha sido superada por la realidad del último escándalo del Partido Popular: las conversaciones que de forma descarnada revelan la guerra sucia ideada por el ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, con la complicidad del director de la Oficina Antifraude de Cataluña, Daniel de Alfonso, cargo nombrado, precisamente, por políticos que ahora son víctimas de la conspiración. Si aquí añadimos que el ministro fue grabado en su propio despacho con una calidad de audio casi radiofónica, el caso aún alcanza cotas más esperpénticas.
El ‘Caso Fernández Díaz’ es la apoteosis de una legislatura marcada por la corrupción sistémica. Porque intentar destruir al rival político con el uso de policías, fiscales y periodistas afines es una expresión más de la corrupción, de la ausencia que cualquier barrera ética a la hora de ejercer el poder. El Partido Popular acudirá a las urnas en medio de un lodazal. Pero no será la primera vez. Hace cuatro años, en el 2012, los catalanes ya acudimos a las urnas bajo el impacto de un borrador policial difundido por el diario El Mundo en plena campaña electoral y en el que se vertían graves acusaciones de corrupción para los líderes de Convergència. El responsable de la unidad policial a la que se atribuyó el borrador lo desautorizó después de las elecciones ante el juez del Caso Palau (el presunto desvío de comisiones a CDC a través del Palau de la Música). El fiscal jefe de Catalunya lo calificó de “calumnia”. Pero la información marcó los últimos días de campaña. Y lo cierto es que buena parte del contenido del borrador filtrado por los poderes del Estado en unas fechas estratégicas acabó por confirmarse con el paso del tiempo.
Las elecciones representaron un duro golpe para Artur Mas y CDC, que pedían una mayoría excepcional, y perdieron doce diputados. Tras conocerse el resultado, el director de El Mundo, lanzó este tweet: “Quién nos iba a decir que en la redacción de El Mundo tendríamos la sensación de haber ganado unas elecciones autonómicas en Catalunya!”. Por el tweet de Pedro J. Ramírez, se deduce que su intención al difundir el presunto borrador policial sobre la corrupción de CDC no era informar, sino influir en el resultado electoral. Y por eso estaba contento. La misión estaba cumplida.
El Mundo volvió a lanzar una ’bomba informativa’ el 27 de octubre del 2014, a pocos días de la consulta soberanista del 9-N y medio año antes de las elecciones municipales. “Investigan una cuenta de 12,9 millones de Xavier Trias en Andorra’ era el titular de primera página. Según la noticia, el dinero había sido transferido desde Suiza. El alcalde de Barcelona lo negó y anunció una querella. Dos meses después, la fiscalía anticorrupción archivó el caso y jamás se demostró ni el más mínimo indicio de que la noticia fuera verdad. El Mundo se excusó en un informe de la Unidad de Delincuencia Económica y Financiera (UDEF). Era la ”máquina del fango“ que explica Umberto Eco: Los servicios del Estado, un periódico y la sombra de la sospecha.
Pero el gran momento en que el Partido Popular llegó a las urnas en medio del barro fue el 11-M. Ya nada volvió a ser igual después de aquella inmensa atrocidad y de la reacción del poder, de los medios de comunicación y de los ciudadanos. El poder político, el Gobierno de Aznar, pensó que podía manipular la realidad. Que podía engañar a la opinión pública para ganar unas horas y evitar la derrota del PP en las urnas. Por eso llamó a los directores de los grandes periódicos españoles y les dijo que la autora del atentado había sido ETA. Y la mayoría se creyó el engaño y encabezó sus ediciones especiales con la autoría de ETA. Pero los tiempos habían cambiado y los periódicos ya no tenían el monopolio de la opinión pública. Ya no se podía fabricar la realidad con llamadas a los directores. Los ciudadanos se movilizaron y exigieron la verdad antes de votar. Lo que ocurrió después, es conocido.
Esta vez, las portadas de la prensa de Madrid publicadas al día siguiente de que el diario digital Público revelara las conversaciones tampoco reflejaron la realidad. El ‘caso Fernández Díaz’ estaba ausente de las primeras páginas a pesar de ser la gran noticia de la campaña… y de la legislatura. Pero, una vez más, la realidad era imparable. Las grabaciones no dejaban ninguna duda posible. Era como la retransmisión en directo de la guerra sucia, de la ‘máquina del fango’, de un ministro, y un gobierno, para destruir a los líderes independentistas catalanes. Pero era también el reflejo de la degradación de los actuales líderes del Partido Popular, puesta en evidencia, como en el 11-M, en vigilias de acudir a las urnas.