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La realidad paralela

Jordi Corominas i Julián

Desde el 9 de noviembre parecía existir una especie de sin novedad en el frente dentro del bloque soberanista. Es bien sabido lo imposible que resulta aguantar tres años seguidos de monotema y las fuerzas empezaban a flaquear, algo constatado por los resultados electores del 24M, donde si bien CiU ganó en porcentaje perdió tanto el capital simbólico como la capital real, algo decisivo si se considera que en la poblada provincia de Barcelona pocas han sido las alegrías para los partidarios del President y sus ideas mesiánicas, aniquiladas por porcentajes y el aire que se respira en las calles, ese inconsciente colectivo feliz por primaveras de cambio y la esperanza en otras políticas capaces de remontar esta inacabable crisis de todos los colores.

La victoria de Ada Colau en Barcelona indicaba a las claras una muestra de la realidad catalana sin el bombardeo mediático del independentismo. Tras tantas manifestaciones y referéndums al fin unas elecciones situaban el panorama en una óptica objetiva donde la existencia de las dos habituales Cataluñas se manifestaba mediante votos, algo confirmado de cara al 27S con el nacimiento de Catalunya en Comú, factor de nerviosismo para las filas partidarias de centralizar un debate, donde, de repente nos quieren hacer creer en la existencia de una CDC social cuando todos sabemos que ellos fueron los impulsores de unas retallades ocultadas bajo estelades para tapar la vergüenza de gobernar para unos pocos y condenar al pueblo a la cárcel de la creciente miseria.

Estas últimas semanas he dedicado parte de mi tiempo, pueden reírse de mi si así lo consideran oportuno, en observar las temáticas predominantes tanto en debates como en informativos del ente público catalán. Está claro que el divorcio, sólo hay uno, tendrá como función producir la enésima vuelta de tuerca dentro de los planes gubernamentales. En 2012 asistimos a la campaña providencialista tras el 11S, poco después padecimos la ofensiva hacia el dret a decidir que derivó en la perpetua apología del sí y ahora, justo cuando Ada Colau usa el sentido común y pide poder votar para que la ciudadanía se exprese, ha llegado el turno de poner todo la carne en el asador para consolidar la idea de las plebiscitarias.

Este concepto inexistente y difuso, sobre todo ahora que retorna la clásica dualidad catalana, roba muchos minutos en tertulias donde todos los que intervienen piensan igual y se llenan la boca con la expresión President Mas, dos palabras que siempre van juntas, dos términos con vocación de mantra a partir de su constante repetición. Lo que menos sorprende de todo el sarao, amenizado con tuits de los espectadores y la reiteración de tópicos ya muy manidos, es la absoluta ausencia de autocrítica. En ocasiones se detecta cierta preocupación por el retorno a la normalidad, los que se desmarcan de listas propuestas de la noche a la mañana son algo así como parias, y hasta se menciona un supuesto giro social bastante dudoso si tenemos en cuenta la llegada del verano y los pocos meses restantes hasta la cita con las urnas. La cuestión es sacarlo a colación. Nunca se sabe si algún incauto caerá en esa frágil red, tan débil que ahora mismo la discusión política se mueve por vertientes donde saltan muchas hipótesis y se ausenta la teoría, nula por la adoración de una propaganda constatada con la entrevista al Molt Honorable, la enésima en lo que llevamos de legislatura, en horario de máxima audiencia.

En estos cenáculos televisados constituyen una realidad paralela, una especie de alienación contemporánea ciertamente fascinante al hallarse enclaustrada en la caja tonta, como si esta fuera otra dimensión ajena a la calle, un universo situado en nuestra dimensión pero apartado de la misma, y aquí volvemos al problema generalizado en todos los bandos, esa ausencia de autocrítica visible también desde la izquierda a partir del banderazo de Pedro Sánchez y el caso Zapata. Lo del líder socialista clama al cielo porque demuestra una cortedad de miras absoluta. No creo que a estas alturas lucir trapitos sea ninguna garantía de éxito. Podía haber preguntado a sus colegas catalanes y quizá le hubieran ayudado a entender que el exceso de telas, por mucho que la suya se proyectara en una pantalla al estilo del plasma rajoyiano, sirve más bien para poco, sólo para distraer y caer en populismos bastante cansinos y ridículos.

Si nos centramos en el asunto del concejal madrileño comprobaremos cómo las reacciones han sido más bien descorazonadoras con relación a la dialéctica y el intercambio de ideas. Fue algo de hace cuatro años. Todos podemos equivocarnos. Pobre, ha cambiado. Sí, pero lo puso en el momento en que a partir del 15M Twitter se volvió una red donde algunos activistas aprendieron los beneficios de ser tuitstars y ganar mucha audiencia, algo para lo que servían muchas armas verbales basadas en proclamas sólidas para los más lúcidos y astracanadas casuales de vez en cuando. Condenarlas es correcto. Lector, quizá ahora en tu pensamiento está decir que lo mismo debería servir para la derecha, y estoy de acuerdo. La presión contra Zapata ha sido asfixiante y deberíamos aplicarla a todos los políticos que desde su cargo han soltado barbaridades deleznables. Ahora bien, creo que la izquierda ha perdido una oportunidad de oro de enterrar su tan cacareada superioridad moral, como si también algunos vivieran en una realidad paralela donde no existe la posibilidad de aceptar los errores. De haberlo hecho mejoraría el discurso y se podrían plantear opciones válidas como la de Pablo Iglesias en su gira, que sí, podrá tener cierto aroma publicitario, pero al menos en su base busca hablar con las nuevas coordenadas y tantear el terreno desde una expectativa real de cambio y lo mismo, desde una perspectiva bastante más opaca, practican los de Albert Rivera, grandes tapados de la actual coyuntura, porque entre tanta voz soberanista y de refundación de la socialdemocracia resulta que las encuestas les dan unos resultados muy importantes, tanto como para poder condicionar en parte el tablero.

En este asunto de la falta de autocrítica por parte de la nueva izquierda Ada Colau quiso pronunciarse. A la espera de los cien días de clemencia, poco respetados por sus enemigos, la alcaldesa ha desarrollado una serie de acciones con tendencia al guiño. Tras tomar posesión paró un desahució y la semana pasada se dejó ver por el Sónar. Hace poco se le ocurrió comentar en su Facebook, no sin razón, la injusticia del escarnio público al tristemente imputado Zapata con la mala suerte de mencionar las bromas que se hacían en la PAH en torno a los que defendían. Lo hizo para exculpar al concejal madrileño y se equivocó por dos motivos. Ella y sus compañeros se inventaban chistes en privado, sin exhibirlos a la luz pública. Esa diferencia es fundamental y nos lleva al fallo que es compararse con quien sí colgó sus ocurrencias en una red donde sólo con estar ya te expones a repercutir socialmente con sus mensajes. La mímesis que quiso aplicar era un sinsentido. Más le valdría a ella, en quien confío y veo como una verdadera fuerza de cambio, gobernar sin meterse en berenjenales innecesarios, efectos simpáticos y efímeros que contrastan con el que debería ser su principal cometido, gobernar con amplitud de miras, fare política, enterrar el parque temático, cambiar el modelo y procurar bienestar para los 73 barrios de la ciudad, para todos y cada uno de ellos. Si escribo este artículo es porque estoy convencido de su talento para conseguirlo, de su energía para no caer en la enajenación de otros que han hecho perder a Catalunya dos cortas legislaturas.

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