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ANÁLISIS

Cómo dirigir el PP en Catalunya y no perecer en el intento

El presidente del PP catalán, Alejandro Fernández, en el Parlament.

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Ser dirigente del PP en Catalunya no solo requiere de una dosis lógica de convicción. Hay que ponerle bastante arrojo y mucha paciencia. Arrojo porque en las últimas elecciones autonómicas hubo encuestas que directamente apuntaban a que quedaría fuera del Parlament y al final entró por la mínima con tres diputados (uno menos de los que tenía). Y paciencia porque si hay un partido con poca autonomía respecto a la dirección de Madrid para decidir sus estrategias ese es el PP catalán. Siempre ha sido así y está por ver si con Alberto Núñez Feijóo, a quien se presupone una mayor sensibilidad territorial, la cosa será distinta. Con Mariano Rajoy no la hubo y ese es el precedente más próximo de un líder del PP que no cree que España sea Madrid.  

Tampoco es que antes fuese mucho más fácil para los populares. Aznar encumbró a Aleix Vidal-Quadras (ahora Alejo) porque quería al más duro de todos y lo destituyó cuando Pujol le pidió su cabeza a cambio de firmar el pacto del Majestic. En el debe de Vidal-Quadras quedarán para siempre los 17 diputados que obtuvo en las autonómicas del 95, un resultado histórico para los populares catalanes y que ahora no pueden ni soñar. Le sucedió Alberto Fernández Díaz, quien junto a su hermano Jorge han controlado el partido como si de un negocio familiar se tratara, sin olvidar nunca que era una sucursal de la sede de Génova.

El PP de Alberto Fernández Díaz perdió cinco escaños en las siguientes autonómicas pero contribuyó con 12 diputados a las generales del 2000, las de la mayoría absoluta de Aznar. Algo también impensable en estos momentos. Fue entonces cuando en Génova se pensó que para competir con CiU hacía falta alguien como Josep Piqué. Los Fernández Díaz se quedaron en la sala de máquinas mientras Piqué se erigió como el perfil moderado que podía encandilar a la gente de orden con trazas de catalanismo en su ideario o árbol genealógico. Pero el experimento no funcionó. No se lo pusieron fácil los suyos, que nunca han hecho mucho por entender la idiosincrasia de Catalunya, y tampoco sus adversarios. 

Todavía hoy en el partido se recuerda que el primer cordón sanitario que se implementó en Catalunya fue el del tripartito contra el PP de Piqué, un error que no justifica algunas de sus decisiones posteriores, pero que aisló aún más a un partido que cuando más cerca ha estado de entender el catalanismo fue en esa etapa. Tal vez por eso las tensiones entre Piqué y Ángel Acebes acabaron provocando la salida del primero. A Vidal-Quadras lo echaron por duro y a Piqué, por blando. Así es la historia del PP en Catalunya. Da igual lo que digan sus dirigentes en esta comunidad. Lo que cuenta es cómo lo ven en Madrid, aunque estén equivocados, como se ha demostrado en la mayoría de ocasiones. 

Llegó Alicia Sánchez-Camacho, tras un año de provisionalidad que cubrió Daniel Sirera, y con ella un resultado que superó en un diputado al de Vidal-Quadras aunque la cifra de votos fue inferior. Se convirtió en la salvavidas de Artur Mas pese a que Convergència siempre hizo ver que no le debía nada. A ella la sucedió Xavier García Albiol, alguien a quien el partido le importaba lo justo porque él lo que siempre quiso y sigue queriendo ser es alcalde de Badalona. Así que con el partido hecho unos zorros se escogió a Alejandro Fernández para la presidencia. Le avalaban sus buenos resultados en Tarragona y un talante menos agresivo que el de Albiol. El presidente del PP catalán es un tipo que cae bien, un orador que se hace escuchar cuando interviene en la tribuna del Parlament y un político al que sus adversarios le reconocen las buenas formas aunque le reprochen que a veces abuse de la ironía.

A diferencia de Piqué, el nuevo líder no tenía hilo directo con la burguesía catalana, tampoco era uno de ellos, como Vidal-Quadras. No disponía de los tentáculos de los Fernández Díaz ni de la capacidad para decir lo mismo y lo contrario, como Sánchez-Camacho. No poseía nada de todo eso y lo tenía todo en contra. Asumió la presidencia del PP catalán en 2018, cuando un sector de sus votantes de siempre (que primero emigraron a Ciudadanos y ahora están en Vox) consideraban que dirigentes como el delegado del Gobierno, Enric Millo, habían sido demasiado tibios con el independentismo mientras que los secesionistas y una parte de la izquierda les acusaba de autoritarismo y de haber preferido las porras policiales a la política. 

Alejandro Fernández es una de las víctimas de Teodoro García Egea y ha logrado sobrevivirle pese a que le movió la silla tanto como pudo. Su hombre para relevarle era el exalcalde de Castelldefels y presidente del partido en Barcelona, Manu Reyes. El líder del PP catalán, tirando de sorna, en público se limita a reconocer que no se iría de vacaciones con el defenestrado número dos de Casado. La sensación dentro del partido es que García Egea les hizo la vida imposible y que les situó al límite en la campaña del 14F, en la que Casado se desentendió de la actuación del Gobierno de Rajoy en el 1-O mientras sus pocos votantes salían en desbandada hacia Vox y allí siguen.  

Feijóo solo tiene una oportunidad para ser presidente del Gobierno y el futuro de Fernández dependerá en buena parte de si lo logra. Antes tiene que desprenderse de Josep Bou, enfrentado a la actual dirección, y buscar otro candidato para la alcaldía de Barcelona. Las expectativas no son buenas aunque tampoco lo eran la última vez. Si consiguieron dos concejales en la capital catalana fue por los pelos. Solo dos y además peleados entre ellos. También está pendiente escoger a los cabezas de lista por Girona y Tarragona, donde el que tiene más números es José Luis Martín, mientras que en Lleida es probable que repita Xavi Palau.

Fernández y también los aspirantes en las municipales confían en que Feijóo cambie su suerte. El líder del PP catalán es de los que ha marcado más diferencias con Vox en sus discursos pese a ser consciente que sus antiguos votantes apoyan a la extrema derecha. Ahora bien, que no les trate como aliados no significa que reniegue de pactos como el de Castilla y León.

El papel de Fernández, los nombres para las municipales, y la estrategia a seguir deberán dirimirse en el congreso que el partido celebrará en otoño. El nombre de Dolors Montserrat aparece siempre como un posible relevo pero eso dependerá de Feijóo y de si la eurodiputada está dispuesta a dejar Bruselas para arremangarse en el día a día de un partido que sigue instalado en una travesía del desierto.

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