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August Gil Matamala: “El pacto de la Transición comportaba la amnesia y el olvido”

El abogado y activista, August Gil Matamala

Neus Tomàs

August Gil Matamala (Barcelona, 1934) es abogado laboralista, activista y, a sus 84 años, es un referente para varias generaciones de la izquierda. Su trayectoria ha estado siempre ligada a la defensa de los derechos humanos. En pleno franquismo representó a militantes de Comisiones Obreras a los que juzgaba el Tribunal de Orden Público y ya en democracia asumió la defensa de presos independentistas detenidos durante la operación Garzón, coincidiendo con los Juegos Olímpicos de Barcelona 92. Nunca quiso situarse en el foco pero su trabajo y los reconocimientos públicos le dieron la popularidad que no buscaba.

El tripartito de José Montilla le otorgó la Creu de Sant Jordi y una de los últimas distinciones que ha recibido es la Medalla de Oro al Mérito Cívico de Barcelona. La alcaldesa, Ada Colau, lo definió durante la ceremonia como “un hombre de pensamiento sólido, perseverante y combativo, que no se ha resignado ante la vulneración de los derechos humanos con un compromiso permanente”.

Gil Matamala dice que el antifranquismo le viene de nacimiento. Tenía 10 años cuando conoció a su padre en la clandestinidad. No fue una infancia fácil y ya como estudiante de Derecho fundó, en 1956, la primera organización comunista de la Universidad de Barcelona. Se acabaron integrando en el PSUC, un partido que le decepcionó y que decidió abandonar a finales de la década de los 60. Es crítico con las concesiones que la izquierda hizo durante la Transición y con los años se convirtió al independentismo aunque él es de los que siempre tuvo claro que el Estado no se quedaría de brazos cruzados.

David Fernàndez y Anna Gabriel escribieron su biografía, 'August Gil Matamala. Al principi de tot hi ha la guerra', que es su historia pero también la de muchos otros luchadores anónimos.

¿Ser un niño de la guerra ha marcado toda su trayectoria vital?

Creo que sí, a mí y a toda mi generación. Es un hecho que condicionó la vida de centenares de familias y personas. Yo nací en plena República y unos días después se produjo el 6 de octubre. Mi padre era concejal en el Ayuntamiento de Sallent y firmemente republicano. El 6 de octubre, un hermano suyo que era militar en el ejército africanista vino a Barcelona. En la familia se conservaba alguna fotografía en la que se veía a mi tío Ramon, vestido de militar de campaña, que es como llegaron a Barcelona, con mi madre, que llevaba un año casada. Mi tío vino a visitarla y a conocer a su sobrino, que era yo.

¿Situaciones familiares como esta ayudan a entender mejor al adversario?

No. Al adversario siempre lo he visto como un adversario. Provengo de una familia de los vencidos en la guerra y me he criado pensando que los míos tenían razón y los otros eran los malos. El antifranquismo me viene de nacimiento.

En su vida quería vivir dos momentos, la muerte de Franco y la proclamación de la República catalana. El dictador murió en la cama y Catalunya proclamó una república que no existe. ¿Supongo que no esperaba que ni lo uno ni lo otro acabasen así?

La muerte de Franco en la cama no fue lo que esperábamos porque para los que estábamos en la lucha antifranquista ese no era el objetivo. Fue un momento muy contradictorio. Recuerdo la sensación de liberación, no tanto por su muerte como porque la temporada que la precedió es un poco comparable a la de octubre del 2017. Era la sensación de que cada día estabas esperando a ver qué pasaría, un momento en que todo podía cambiar y estos cambios te podían afectar mucho a nivel personal. Son comparables porque querías que se acabase una cosa y empezase otra ya. Y era contradictorio porque fue una liberación y a la vez la constatación de un fracaso histórico.

¿Qué le parece que todavía estemos dando vueltas a si el dictador debe estar o no enterrado en el Valle de los Caídos?

Es una metáfora perfecta de lo que ha sido la Transición. Es el sí y el no, el cambio pero sin que en el fondo cambien las relaciones de poder. Es perfectamente coherente con el pacto que se hizo.

Alguna vez ha dicho que la legalidad del 78 es el pacto impune con la dictadura. ¿No hemos avanzado nada en estos 40 años?

No se ha avanzado mucho porque el pacto de la Transición comportaba la amnesia y el olvido. Esta voluntad de olvidar no permite avanzar. Cuando finalmente se ha intentado abrir el proceso de memoria histórica, no ha sido posible porque muchas cosas están fosilizadas. Se han celebrado muchísimos actos simbólicos, diría que ha habido una superabundancia, y muy pocos actos de cambio real.

¿Qué cambios reales se podrían haber impulsado?

Cuando el PSOE obtuvo la mayoría absoluta y un consenso social enorme hubiese podido solucionar algunos de los problemas de fondo. En ese momento nadie se atrevía a defender abiertamente el franquismo. Y en Catalunya, igual, porque con la restauración de la autonomía y después con los gobiernos de Pujol se hubiesen podido reparar las consecuencias del franquismo y no solo reivindicar la memoria.

¿Vivió la Transición como un fracaso colectivo y personal?

El fracaso personal es muy relativo. Como nunca aspiré a ningún cargo tampoco lo sentí así y tenía la ventaja de que, a diferencia de la gente que se creyó la Transición y pasado un tiempo se despertó y lo consideró un timo, yo desde mucho antes estaba convencido de que sería lo que fue: un pacto del olvido. Colectivamente sí fue un fracaso porque se habían dedicado muchos esfuerzos, sacrificios y muertos a la lucha antifranquista para conseguir una transformación democrática más profunda. Al final tuvimos las mismas clases dominantes, los mismos jueces, la misma policía...y la Iglesia siguió haciendo su papel.

¿Santiago Carrillo le decepcionó mucho?

Yo ya llevaba años de mala relación con Carrillo. Él representaba a aquella gente que llevaba tiempo luchando, que estaba cansada de luchar y que lo que quería era una jubilación tranquila. Y la consiguió.

¿Por qué abandona el PSUC?

Era joven. Estaba descontento de cómo funcionaba. Internamente tenía unas estructuras absolutamente estalinistas. Todo el mundo tenía que pensar y hacer lo que decía y hacía el secretario general.

¿Es el fracaso de la Transición y la decepción con esa izquierda la que le llevó a a acercarse a las organizaciones independentistas?

Es un proceso paulatino. La defensa de la identidad catalana también me viene de fábrica y hubo un tiempo en que en esa lucha antifranquista había un elemento, el del derecho a la autodeterminación, que no estaba en cuestión.

Pero muchos colegas juristas y políticos le dirían que el derecho a la autodeterminación no está reconocido en España.

A finales de los 60 yo me consideraba mucho menos catalanista que Joan Reventós, que era dirigente del Movimiento Socialista de Catalunya. Él a mí me veía desde una posición mucho más nacionalista porque yo estaba más en la idea del internacionalismo proletario. Recuerdo también a Raimon Obiols. Eran ellos los que defendían la autodeterminación. El PSUC lo tenía también en su programa político.

Cita al PSUC y a dos referentes del socialismo catalán. Pero ahora los socialistas ya no están en esa posición.

Entonces todo el mundo la defendía. En la Assemblea de Catalunya se defendía la autonomía como punto de partida para el ejercicio del derecho a la autodeterminación.

Usted avisó al independentismo de que un proceso de ruptura no se puede consumar sólo con sonrisas. ¿Era previsible que acabara pasando lo ocurrido?

Era absolutamente previsible. Me parecía que el proceso contenía un grado de inocencia o de irresponsabilidad respecto a lo que era el Estado español y cuál sería su respuesta cuando viese amenazada la que es su columna vertebral: la unidad de España. Cuando se viese amenazada de manera efectiva, no literariamente.

El independentismo no supo ver que se enfrentaba a un Estado.

Efectivamente. No entendieron que se podía hablar y que se podían celebrar actos simbólicos porque eso no era un peligro real. El Estado español vio el peligro el 1-O, es cuando se dio cuenta de que existía una realidad que no era la de los discursos virtuales. Fue cuando vio que había más de dos millones de personas en la calle dispuestas no solo a votar sino a defender lo que estaban haciendo. Hasta entonces ni se lo creían los que estaban dirigiendo el procés ni se lo habían creído en Madrid. También el 3 de octubre con la huelga general se dieron cuenta de que peligraba la estructura del Estado.

¿Cree que los presos han tenido un juicio justo en el Supremo?

No, tanto si nos referimos a la legalidad española como la internacional en base a los convenios internacionales y al Tribunal Europeo de Derechos Humanos.

¿En qué se basa para decir que no ha sido justo?

Si miramos la legalidad española existe una falta de legitimidad en el Tribunal. Hay un problema de competencia porque el Supremo no era el tribunal competente. Según el Estatuto de autonomía vigente, la ley orgánica del poder judicial, y, además, en tanto que personas aforadas, tenían que ser juzgadas por el Tribunal Superior de Justicia de Catalunya.

O sea que considera que se ha vulnerado el derecho al juez natural.

Sí, porque los hechos incriminados se produjeron dentro del territorio catalán.

Durante el juicio se ha quejado de que el juez Marchena fue cambiando constantemente de criterio en cuanto a las pruebas testificales y que esto no se puede hacer.

Partimos del hecho de que se creó un tribunal 'ad hoc' porque se necesitaba para que diese una formulación jurídica al delito que se quería crear. Un tribunal faltado de competencia y de imparcialidad. Los jueces estaban predeterminados y algunos de ellos ya se habían definido porque ya habían admitido una querella que no podían admitir por falta de competencia. Después, ya durante la celebración del juicio, se ha vulnerado el principio de imparcialidad y de igualdad de armas entre la defensa y la acusación. Esto se ha ido viendo y algunos abogados defensores han intentado manifestar su protesta.

Habla de algunos abogados. ¿El hecho de que no haya habido una estrategia única por parte de las defensas puede haber perjudicado a los presos?

Sí, les puede haber perjudicado. En un juicio político que afecta a tanta gente, entre los acusados que están en la cárcel más los que están en libertad, la falta de una estrategia conjunta siempre perjudica. Da argumentos al tribunal.

¿Se atreve a pronosticar por dónde puede ir la sentencia?

No hace falta tener grandes poderes adivinos para pronosticar que será condenatoria y dura. Un elemento para pensarlo es que tras acabarse el juicio no se les haya dejado en libertad. Nadie discutirá que por parte de algunos de los acusados se produjo una desobediencia a unas expresiones directas del Tribunal Constitucional, pero de ahí a la rebelión hay un mundo.

Fue el primer abogado en España que consiguió que el Tribunal Europeo de los Derechos Humanos condenara al Estado por no proporcionar un juicio justo en el caso Bultó.¿Los independentistas confían demasiado en que la Justicia europea les dé la razón?el caso Bultó

Cuando se está en una situación como la que están los presos se les debe intentar dar confianza en alguna cosa y hay que mantenerla.

Hay dirigentes y votantes independentistas que han expresado una cierta desazón al ver que ni el PSOE ni buena parte de los intelectuales de izquierdas hayan expresado una mayor comprensión con los presos. ¿A usted le ha sorprendido?

Yo he cumplido 84 años y por lo tanto me permito el derecho a no sorprenderme de nada. Más que sorprenderme me indigna la falta de sensibilidad democrática y jurídica. Pero ya asistí como observador a juicios en el País Vasco que afectaban a la izquierda abertzale y en los que se construyeron delitos. Entonces también aquí en Catalunya muchos se los tragaron con toda tranquilidad de ánimo.

¿Qué le parece este rifirrafe permanente en el que parecen estar instalados Junts per Catalunya y ERC?

Es la conclusión lógica y natural de todo lo que ha sido el proceso independentista en los niveles políticos. Tenía que acabar así.

¿Porque les puede el interés partidista?

Porque lo único que quedó claro y sigue siendo así es que los intereses partidistas estuvieron por encima de una verdadera voluntad unitaria de llegar a algún sitio.

Defiende que la conquista de derechos nunca es definitiva y que ahora sufrimos una regresión. ¿Cuáles son los derechos que están en peligro?

La defensa política del derecho a autodeterminación está criminalizada. Cuando escucho a mi amigo y admirado Jaume Asens siempre me acaba convenciendo de que en la política española hay una posibilidad de encontrar una vía. Admiro su tenacidad y le reservo un cierto capital de confianza. Según como sea la sentencia del juicio implicará también la criminalización del derecho a la manifestación, del derecho de reunión, el de expresión... Esta sentencia intentará demostrar que no entran dentro del campo de la legalidad algunas de las cosas que hasta ahora hemos hecho. No se cambiará la Constitución y, por lo tanto, los derechos seguirán escritos ahí, pero se va modificando la realidad a través de la actuación de los poderes que pueden hacerlo. Entre ellos, el judicial.

Cita derechos que no afectan solo a los independentistas.

Siempre hay uno que es el que recibe primero. Hay quien piensa, 'mira este ha recibido porque se ha pasado'. Pero se acaba aplicando la misma lógica y acaban recibiendo otros. El autoritarismo está en el ADN del Estado español.

En la biografía que escribieron David Fernàndez y Anna Gabriel usted dice que al principio de todo está la guerra. ¿Y al final que hay?

No hay final. Cada uno tiene su principio y, más allá del final vital, cada uno tiene su final. Lo que sé seguro es que no está escrito. En Catalunya hay mucha gente dispuesta a seguir luchando. Los últimos años han sido muy formativos y estoy convencido que de todo esto saldrá alguna cosa. No sé ni cuándo ni cómo. No diré nombres pero identifico personas con madera de líder que pueden ponerse al frente.

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