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CRÓNICA

Puigdemont-Junqueras, una foto que no borra cuatro años

Puigdemont, Junqueras y otros exmiembros del Govern, en Waterloo.
7 de julio de 2021 22:52 h

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La última vez que se vieron fue el 27 de octubre del año 2017 en el Parlament. Tras el pleno, Carles Puigdemont, su Govern y otros dirigentes independentistas se reunieron en el Palau de la Generalitat para analizar qué pasos dar tras haber declarado una república simbólica. Estaban todos los consellers menos el de Justicia, Carles Mundó, uno de los que había alertado del riesgo del camino tomado horas antes en la Cámara catalana, y su jefe, Oriol Junqueras. Se les había convocado a las seis de la tarde y Marta Rovira a su llegada al Palau disculpó al líder de ERC afirmando que no se encontraba bien y comunicó al president que ella le sustituiría a todos los efectos. En el libro 'Me explico' (La Campana) escrito por el periodista Xavi Xirgo y que recoge la versión del entonces president se relata así ese momento:

“¿Y el vicepresident?”, preguntó Puigdemont. “El vicepresident no vendrá. No se encontraba muy bien”, respondió Rovira. “¿No se encontraba bien? Caray. Si hace poco rato estábamos en el Parlament y no ha dicho nada. ¿La reunión más importante que tenemos que tener, la primera reunión de la República que pedían todo el rato, y el vicepresidente no viene? ¿Y ni siquiera me lo dice? Se ha marchado sin decirme nada”, pensó. “Este se ha asustado”, le dijo Jordi Turull al oído.

Semanas después se supo que Junqueras no se había presentado al encuentro porque decidió pasar ese fin de semana con su familia, aislado y manteniendo el mínimo contacto y de forma confidencial con su núcleo más directo en el partido. Ese día se acabó de romper una relación que fue complicada desde el principio pese a los intentos iniciales por intentar llevarse bien. Complicada en lo personal y en lo político. Puigdemont se marchó sin avisar aunque siempre ha afirmado que el problema fue que su jefe de gabinete, el único que estaba al corriente de que había optado por irse a Bruselas, no pudo avisar a los consellers, algunos de los cuales le esperaban en Barcelona mientras otros aguardaban instrucciones en una casa situada en el Conflent, ya en territorio francés. Junqueras se quedó y acabó en la cárcel, un escenario que tenía claro que era más que una posibilidad, tal y como había reconocido meses atrás en más de un encuentro con la cúpula de los republicanos, a los que incluso advirtió de que debían irse preparando para cuando él no estuviese.

Pese a que ambos ya habían comentado durante el verano qué planes tenía cada uno en la cabeza, sus decisiones se convirtieron en munición partidista. Hubo intentos de acercar posiciones pero no funcionaron. Marta Rovira, desde Ginebra, actuó como una especie de mediadora entre ellos, pero a menudo fracasó. Los respectivos libros publicados por Puigdemont y Junqueras, especialmente el del primero, más directo y en el que acusaba al líder republicano de “desleal”, lo complicaron todo bastante. Junqueras asegura que no ha leído el libro del expresident y públicamente, en una entrevista en TV3 solo unas horas después de que se hubiesen publicado ya algunos extractos del libro, restó trascendencia a las acusaciones de Puigdemont y afirmó que hablaba con él “dos o tres veces por semana”. Nadie se lo creyó, pero lo dijo.

En 'Enemics íntims' (Pòrtic), los periodistas Oriol March y Joan Serra analizan las relaciones entre Junts y ERC y explican que la primera conversación por videoconferencia que Puigdemont y Junqueras mantuvieron a solas, casi tres años después del 27-O, fue a finales de junio del año pasado. En esa charla, en la que casi no se habla de política, Puigdemont le explica cómo es su vida en Waterloo mientras que Junqueras es mucho más parco a la hora de relatarle sus horas en la cárcel. Según esta misma versión, el diálogo no pasó de “un intercambio de impresiones plano”.    

Hasta entonces en los encuentros on line, que empezaron en el verano de 2020, siempre habían participado otros dirigentes. Como prueba de la complicada relación entre ambos políticos, en el libro también se revela que Puigdemont y Junqueras se habían escrito cartas con la ayuda de intermediarios, y que alguna no se llegó a entregar nunca porque el encargado de hacerlo “prefirió evitar males mayores, pensando en el futuro”.

El expresident tiene clavados dos episodios. Uno fue la visita a la cárcel que su esposa, Marcela Topor, hizo en enero del 2019 a los presos y en la que estuvieron todos menos Junqueras y Raül Romeva. Otro es, unos días después, una entrevista del líder de ERC en 'Le Figaro', en la que citando a Sócrates, Cicerón y Séneca afirma que se quedó en Catalunya “por un sentido de responsabilidad” cívica y ética. 

Distintas estrategias políticas

Más allá de los reproches personales, las diferencias en la estrategia política son evidentes. El expresident es mucho más crítico que los republicanos con el Gobierno de Pedro Sánchez. Sirva de muestra que este lunes, coincidiendo con el inicio del juicio a los dos mossos que le acompañaban cuando fue detenido en Alemania en 2018, escribía un tuit en el que afirmaba que “el 'a por ellos' ordenado por el rey continúa, con la complicidad imprescindible del Gobierno (sí, el del diálogo)”.  

Tras los indultos que han permitido a los presos recuperar la libertad, los de ERC se fueron a Ginebra para visitar a Rovira, y los de Junts a Bruselas para ver a Puigdemont. En las redes empezaron a aparecer mensajes en los que desde el independentismo se les reprochaba los encuentros por separado. Ya se estaba negociando cómo debía ser el encuentro más esperado, el del expresident y el que fuera su vicepresidente. Junqueras prefería que fuese en Estrasburgo, aprovechando el pleno de esta semana. Puigdemont quería que fuese en Waterloo, donde finalmente se ha producido. En la convocatoria de ERC para anunciar el encuentro se refirieron a él como el presidente de Junts, algo que no gustó nada, aunque se evitó mostrar el malestar en público.

Como se había subrayado por parte de ERC, el objetivo del encuentro era más personal que político, más para hablar de la familia que de las negociaciones con Sánchez. Hubo foto conjunta, acompañados de la exconsellera republicana Meritxell Serret, que volvió a España voluntariamente el pasado mes de abril y compareció ante el Tribunal Supremo; el exconseller y eurodiputado de Junts, Toni Comín, que antes fue fichado por Junqueras para enrolarse en ERC; el exconseller Raül Romeva, que en la cárcel se ha convertido en una de las personas de máxima confianza de Junqueras; la exconsellera Dolors Bassa; la expresidenta del Parlament Carme Forcadell; y el rapero Valtonyc. Lo que no hubo fue una rueda de prensa conjunta.

Compareció solo el líder de ERC para afirmar que había sido un encuentro personal, en el que, como ya se había previsto, hablaron de las familias y en el que no hubo reproches. Aseguró que lo único de la actualidad política que habían comentado habían sido las fianzas del Tribunal de Cuentas. A cada uno les piden casi dos millones de euros. La visita, con almuerzo incluido y postres preparados por Puigdemont, duró unas dos horas y media, y concluyó con el compromiso de volver a verse. Más allá del tono “agradable” de la reunión, con abrazo incluido, siguen teniendo pendiente una conversación.  

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