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Xavier Domènech: “Gobernar un país no es decirle a la gente que se olvide de lo que ha pasado”

Xavier Domènech, fotografiado en su domicilio.

Neus Tomàs

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Xavier Domènech (Sabadell, 1974) no parecía un político ni cuando acumuló cantidad de cargos en muy poco tiempo. Entre otros, fue coordinador general de Catalunya en Comú y secretario general de Podem. No era de los de buscar frases provocativas para ganar notoriedad en televisiones o redes pero pronto se convirtió en un tipo que se hacía escuchar. Su pedagogía a la hora de recurrir a la Historia, su especialidad académica, para interpretar algunos de los problemas actuales, le convirtieron en un diputado que tanto en el Parlament como en el Congreso no pasaba desapercibido. Fue insumiso al servicio militar, condenado por ello como tantos centenares de jóvenes que protagonizaron aquel movimiento de desobediencia civil, y posteriormente amnistiado. Esa vía, la de una amnistía, es la que reclama para los nueve presos independentistas, los dirigentes que están en Bruselas y Ginebra así como para los centenares de encausados que tienen aún procesos abiertos en los juzgados.

Domènech es crítico con la incapacidad del independentismo de buscar una salida a su propio bloqueo pero a la vez califica de “alucinante” que Salvador Illa pretenda pasar página a la última década como si no hubiese sucedido nada. En esta entrevista reconoce que en Catalunya se tiene una visión arquetípica del PP y explica que en su etapa en Madrid descubrió que en las filas de los populares existen cuadros muy preparados que conocen mejor que nadie el funcionamiento de las instituciones.

¿Salir de la política fue sacarse un peso de encima?

Sí. Básicamente porque yo nunca me había proyectado a mí mismo viviendo de la política institucional, aunque me apasionaba, y menos con la intensidad que supuso. Entre 2015 y 2017 fueron tres elecciones, fui coordinador de Catalunya en Comú, secretario general de Podem, portavoz del grupo parlamentario en Madrid y si me pongo a pensar seguramente encontraría más cosas. Por lo tanto, desde el punto de vista de destensarme vitalmente la respuesta es sí.

¿Después de haber estado dentro, qué es lo mejor y lo peor de la política institucional?

Lo mejor es tener la posibilidad de cambiar una situación y encontrar una salida a situaciones que parecen imposibles. Me refiero, por ejemplo, a ver el fin del bipartidismo o la moción de censura a Mariano Rajoy.  

¿Y lo peor?

La política es una actividad humana y como tal también incluye intereses. Cuando el interés se reviste de ideal tiene un punto de decepcionante.

¿A usted le decepcionó?

No. Fue un aprendizaje brutal y en muy poco tiempo.

¿Por qué hay muchos políticos a los que les cuesta mucho dejarlo?

Esto es algo complejo. El hecho de que un político no tenga alternativa a dejar la política es un elemento negativo para la propia política y a veces he tenido la sensación de que había gente que estaba porque no tenía otro sitio. Dicho esto, también considero que los políticos con larga trayectoria y con habilidades aprendidas son importantes para la política. Ahora bien, estar mucho tiempo no es sinónimo de ser muy hábil o tener mucha experiencia.  

También hay otra salida y es la de encontrar una silla en un consejo de administración.

Esto es muy tradicional porque hay que ver la de gente que tras pasar por la política parece haber adquirido unos conocimientos brutales sobre el sector de la electricidad. 

Ha ejercido la política en Barcelona y en Madrid. ¿Hay diferencias?

Sí. Cuando llegué a Madrid me costaba mucho interpretar la política española. Estaba acostumbrado a la política catalana y me costaba leer al PSOE o al PP. En Catalunya tenemos una visión muy arquetípica del PP. Más allá de ideologías o los casos de corrupción, es un partido que tiene cuadros potentes. Al regresar a Catalunya me di cuenta de la importancia que se da al simbolismo, y hablo más allá del procés. Por ejemplo, aquí cuando se elige a un presidente es casi una obligación levantarse, aplaudir y cantar 'Els Segadors'. Cuando se invistió a Rajoy, los que no le votaron casi se fueron antes de saber el resultado. Tiene una cierta lógica porque Catalunya, al no ser un estado, al no tener el poder real, siempre ha tirado más de simbología.  

¿Se tiene solo una visión arquetípica del PP o también del PSOE?

En la Catalunya que yo he vivido, la lectura del PP y de las dinámicas de funcionamiento del PSOE eran muy desconocidas. Pero a mí me sorprendió más el PP. Porque tenía la sensación que era un partido muy de derechas, bruto, y en Madrid descubrí que tenía cuadros muy buenos y constaté que en ese momento eran mejores que los del PSOE. No digo que sean deseables sino que están muy preparados. En el PP hay una formación de Estado muy potente y una inserción muy clara en las redes económicas u otros ámbitos de representación en el territorio. Esto va más allá del discurso que hacen. Tienen un gran conocimiento del funcionamiento de las instituciones y de muchos ámbitos de la sociedad.

En Madrid descubrí que el PP tenía cuadros muy buenos y constaté que en ese momento eran mejores que los del PSOE

En Catalunya la sensación es que siempre que algo puede empeorar, empeora.

Si miramos cómo les ha ido a los últimos presidentes de la Generalitat es obvio que esta afirmación es cierta. También es verdad que hay una dinámica de descabezamiento de liderazgos políticos fruto de la represión. Desde el 2017 la situación de bloqueo se ha acelerado. Eso tiene que ver con una irresolución de los grandes debates de fondo, por parte de todos los sectores, como se comprueba en el propio campo del independentismo. Es una situación que acaba generando tensiones incluso por las cosas más nimias y eso se suma a que no hay un horizonte de futuro. El procés era un gran promotor de horizontes de esperanza inmediatos y esto ahora no existe incluso para aquellos que proclaman que existe. En el caso de Junts es muy evidente que no hay un plan y en el de ERC no está muy claro, más allá de decir que hay que ser más gente. En el otro lado, Pedro Sánchez prometió hacer un reset en Catalunya y no se ha hecho nada. 

Salvador Illa propone pasar página a la última década.

Promete superar la situación sin aportar ninguna medida ni asumir que este país ha vivido esta década y que por lo tanto no se puede borrar. Es que me parece alucinante porque no se puede borrar una década y menos una década que no ha sido normal. Desde el 15-M a lo que ha pasado aquí. Gobernar un país es hacerse cargo de él. Gobernar un país no es decirle a la gente que se olvide de lo que ha pasado.  

Escribió en Twitter que cree que el impacto de la voluntad de ganar de los socialistas puede convertirse en soberbia y acabar desinflándose

Lo dije tras escuchar el discurso de Illa en el comité federal que celebraron en Barcelona. El tono era de cultura católica, apelando a la humildad, pero a mí no me pareció nada humilde. A veces el catolicismo, que tiene cosas buenas, recurre a la humildad cuando en realidad es prepotencia.  

¿Cuáles son sus propuestas para intentar solucionar este conflicto?  

Primero debe haber una constatación y es que el Estado autonómico hace aguas y solo con discursos no se va a ningún sitio. El ejemplo más claro es el de la cogobernanza, que va bien hasta que las comunidades piden cambiar el toque de queda. En el Congreso hay 58 diputados que representan nacionalidades pero también partidos como el Partido Regionalista de Cantabria o Teruel Existe. Es evidente que la política territorial cada vez expulsa a más gente y no me refiero solo a los que consideran que Catalunya es una nación. El nuevo pacto debería incluir que Catalunya pueda decidir sobre la independencia. La otra propuesta pasa por la amnistía. Porque imaginemos que indultan a los nueve presos, pero ¿cuántos procesos más hay todavía abiertos?   

En España no hay alternativa a un gobierno trifachito que no pase por la asunción de la plurinacionalidad y una solución a la represión

El catalanismo siempre ha querido reformar España pero no parece que lo haya conseguido.  

Sí, sí que lo ha logrado, otra cosa es que el resultado no haya sido el deseado. Pero el estado autonómico es hijo del catalanismo. Los vascos tenían otro modelo, el foral. Diferente es que el catalanismo no había pensado que el modelo de las autonomías fuese así.

¿Usted era de los de votar el 14F o de los partidarios de esperar al 30 de mayo?

Por una parte entendía que dejar el país sin control parlamentario tantos meses, con un gobierno profundamente enfrentado, no es una buena noticia. Era de los que pensaba que las elecciones debían celebrarse cuanto antes mejor. Pero cuando salieron los médicos pidiendo que no se hicieran, pronosticando que va a haber más de 100.000 personas en cuarentena, estuve de acuerdo en posponerlas.  

¿Carles Puigdemont es un exiliado?

Sí. 

¿Qué pensó cuando escuchó a Pablo Iglesias comparando este exilio con el de los republicanos?

Él no lo comparó, fue en respuesta a una pregunta. Hizo algo que siempre ha hecho, aunque pueda ser polémico. Se ha acusado a Podemos de ser un partido laboratorio, que solo se dedicaba a mirar encuestas, y ha demostrado con creces que no es así. El debate esencial es que hay 9 personas en la cárcel. Podemos dedicar ríos de tinta a hablar sobre la comparación con el exilio republicano, que fueron centenares de miles de personas y con muertos. Por lo tanto, es muy evidente que la dimensión es completamente diferente. Pero hay nueve personas en la cárcel y yo considero que no deberían estar en prisión.  Hay gente que piensa lo contrario. Y hay gente cuyo gobierno depende de partidos cuyos dirigentes están en la cárcel. Al final, estas opciones políticas te pueden caer mejor o peor, puedes estar en las antípodas de ellas, pero en España no hay alternativa a un gobierno trifachito que no pase por la asunción de la plurinacionalidad y una solución a la represión. 

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