La falta de previsión de impacto ecológico y económico hipoteca el futuro del canal
El canal Segarra-Garrigues cruza los llanos de Sió sin detenerse. Hace diez años, cuando se proyectó el canal y se calcularon las tierras que podría regar, no estaba previsto que pasara de largo. Al contrario, esta zona, plana y extensa, era una de las más fáciles de regar. Pero el proyecto se realizó sin un estudio de impacto ambiental y la Unión Europea ha convertido las tierras en un área para la protección de las aves esteparias. Un error de planificación que ha supuesto perder 32.000 de las 70.000 hectáreas que pretendía regar el Segarra-Garrigues.
Bien falcado, entre vallas, el canal se abre paso en Sió con su camino de servicio y sus compuertas que pronto podrán abrirse y cerrarse desde una sala de control a los pies en la presa de Rialb, a 44 kilómetros de distancia. Está lleno de agua y ranas. El hormigón es muy nuevo, casi blanco.
Es un territorio habitado por aves esteparias como el sisó, el gaig blau, el esparver, la xurra y la ganga. Unas aves que adquirieron un protagonismo que nadie, salvo un puñado de ornitólogos, había pensado que pudieran llegar a tener. Nadie pareció tener en cuenta la necesidad de redactar un estudio de impacto ambiental. Nadie cayó en la cuenta de que Bruselas podía ordenar la protección de esas aves tan pronto como una asociación ecologista se lo pidiera.
Los agricultores no entendían nada. El proyecto no sólo se había disparado de precio y lo que iba a costar, 1.500 millones de euros, iba a salir por casi mil millones más, sino que el precio del agua y los costes de conexión iban a ser prohibitivos para muchos de ellos, especialmente si debían proteger unas aves con las que no contaban.
El Segarra Garrigues, como se han cansado de explicar el agricultor Josep Maria Escribà y el geógrafo Ignasi Aldomà, se había dibujado sin contar con el país, sin fijarse en la gente y el territorio, sin pensar que el agua debe servir para articular territorios y unir personas.
Desde hace años Escribà y Aldomà impulsan un colectivo, reunido en torno al Manifiesto de Vallbona, que exige a la administración un canal que permita un desarrollo equilibrado del territorio y garantice un correcto ciclo del agua. Nada de esto se está cumpliendo ahora y la Generalitat, consciente del problema, ha decidido replantearse todo el proyecto.
Tal como está ahora definido, el Segarra-Garrigues beneficiará a las grandes empresas agrícolas. Ellas podrán pagar el agua y arrendarán las tierras de los pequeños y medianos propietarios. El agricultor se convertirá en un asalariado de estas compañías. El éxodo de la población autóctona se mantendrá.
Lleida ha perdido al 75% de los agricultores desde los años 60. El canal y la amplia red de riego se pensó para garantizar la prosperidad de 17.000 propietarios en el arco que va desde la Segarra a las Garrigues. Estos propietarios, sin embargo, que durante décadas han procurado que sus hijos tuvieran una vida mejor lejos de la agricultura, se encuentran ahora sin relevo generacional ni incentivos para recuperar a los jóvenes.
La Generalitat ha ofrecido a las personas menores de 40 años y sin experiencia como agricultores ayudas de hasta 40.000 euros por instalarse en Lleida. La demanda de tierras y de agua, sin embargo, no aumenta.
Los precios de conexión a la red son elevados, especialmente para unos payeses sin relevo generacional. Oscilan entre los 110.000 y los 76.000 euros más IVA para una finca media de 17 hectáreas. El envejecimiento de la población campesina perjudica inversiones tan altas, que necesitan varias décadas para amortizarse. A esta cantidad han de sumar el precio del agua, que no baja de 2.000 euros por hectárea y año.
Josep Maria Pelegrí, conseller de Agricultura, anunció el pasado mes de febrero, después de negociar el precio del agua con los regantes, que “la obra ya está hecha, ahora toca regar”. Hasta 12.000 hectáreas podrían regarse con la obra realizada. Que sólo se rieguen 3.000 indica una fuerte reticencia por parte de los propietarios. De los 17.000, sólo están regando unos 200.
Si a estos reparos unimos la crisis presupuestaria, el resultado es una parálisis casi total. En los sectores donde podría avanzarse la obra, como el que va de Tàrrega a Verdú, donde, al parecer, se ha conseguido un 70% de adhesiones al proyecto, suficientes para finalizar la red, la Generalitat se ha quedado sin dinero.
Tampoco va bien la concentración parcelaria, necesaria para racionalizar las zonas que se regarán. El proyecto preveía concentrar 55.000 hectáreas, pero sólo se ha conseguido hacerlo con 20.000.
Arrendar la tierra parece la solución más fácil para los agricultores que no puedan pagarse el riego. Aldomà cree, sin embargo, que los arriendos destrozarán el tejido social y productivo. “Lo nuevos regadíos –explica- transformarán las pequeñas fincas en grandes explotaciones para competir en los mercados internacionales. Sólo las grandes empresas, ligadas a la transformación y la comercialización, pueden aprovechar los escasos márgenes productivos a base de una agricultura muy mecanizada y mano de obra barata”.
El sector agrotransformador representa el 14% del PIB catalán. El canal, una obra con mentalidad del sigloXIX, se hizo pensando en una transformación radical del territorio en beneficio de las grandes explotaciones agrarias. Este planteamiento, sin embargo, como reconoce la propia Generalitat, ha fracasado.
Mientras los expertos buscan un modelo capaz de combinar el crecimiento con la preservación del territorio y el tejido social, para que el canal no pase de largo por los llanos de Sió, Josep Maria Escribà considera que el Segarra-Garrigues aún puede ser la herramienta esencial para una Cataluña próspera y equilibrada. “Hay que repensarlo en positivo –insiste-, y esto pasa por conseguir colocar a Lleida en el imaginario catalán. Hoy estamos muy al margen. El agua debe darnos más centralidad.”
Lleida, centro de la Catalunya Nova, no tiene un Montserrat, un Canigó o un Ripoll. “No tenemos un acueducto romano ni un puerto griego”, añade Escribà. Estamos en Mollerussa, frente a la discoteca Big Ben, un mito desde hace 37 años. Es miércoles y mediodía. El aparcamiento está vacío. El tráfico de camiones por la N-II es muy intenso. “Parece Las Vegas, ¿no crees?”, comenta este productor de aceitunas en Belianes. Faltan neones y ruletas, rascacielos y extravagancias, pero es lo más parecido a Las Vegas que hay en toda Lleida. “Es el poder transformador del agua –asegura-. Aquí riegan, gracias al canal d’Urgell, desde hace más de 150 años. No queremos más Las Vegas, pero sí un Montserrat, y el agua puede ser nuestro Montserrat”.
- El Grup Llull está formado por Alba Alagón, Judit Tapias, Patricia Ribes, Maria Macià, Silvia Márquez, Albert Balcells, Adrià Jiménez, Guillem Serra, Aleix Torres, Lara Gómez, Marc del Río, David Robinat, Helena Nayayi Gonzalo Romero, estudiantes de Periodismo de la Facultat de Comunicació Blanquerna. Universitat Ramon Llull