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ENTREVISTA AUTORA DE 'CUANDO LO INTENTÉ POR CUARTA VEZ, NOS AHOGAMOS'

Sally Hayden: “Europa gasta una cantidad ingente de dinero para frenar la migración financiando dictaduras”

La periodista Sally Hayden, autora de 'Cuando lo intenté por cuarta vez, nos ahogamos'

Sandra Vicente

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Sally Hayden (Dublín, 1989) es una periodista ampliamente galardonada por una investigación que cambió su vida y la de decenas de personas presas en centros de detención en Libia, cuyo delito simplemente había sido intentar cruzar el Mediterráneo. Diversos años de trabajo se han concentrado en el libro 'Cuando lo intenté por cuarta vez, nos ahogamos' (Capitán Swing, 2024), un título que hace referencia a la historia de un chico somalí que perdió a la mitad de su familia en un naufragio. Lo intentó una quinta vez y, finalmente, lo consiguió. Solo y asustado, pero lo consiguió.

Hayden atendió a elDiario.es en la sede del Instituto Europeo del Mediterráneo (IEMED) de Barcelona, donde presentó su investigación, en la que da una nueva perspectiva de lo que sucede a las personas que tratan de llegar a Europa.

Todo empezó con un mensaje de Facebook. ¿Qué decía?

“Hola, hermana Sally. Necesitamos tu ayuda. Vivimos en malas condiciones en una prisión libia. Si tienes tiempo, te contaré toda la historia”. Accedí, aunque no sabía si podría ayudar, y el prisionero me contó que estaba con centenares de personas en lo que describió como una cárcel pero resultó ser un centro de detención en medio del fuego cruzado de una guerra. Necesitaban ayuda urgente.

Contacté a un periodista que estaba en Libia y le dije: “Sé que va a sonar extraño, pero ¿puede ser que haya centenares de personas migradas en este barrio, en algún tipo de prisión?”. Me lo confirmó todo y me dijo que era un centro de detención de migrantes. Aquello iba en serio, así que empecé a contactar con ONG, cualquiera que hubiera estado allí y me pudiera contar qué estaba pasando. La respuesta era siempre la misma: que mi información era correcta, pero que no podían hacer nada.

¿Y luego?

Le dije al hombre con el que estaba en comunicación que me diera más información, localizaciones de GPS, fotografías... Cualquier cosa que pudiera confirmar su historia. Ellos no paraban de pedirme que le contara al mundo lo que les pasaba, pero yo en aquel momento era freelance y puede ser muy difícil que un medio te publique un reportaje. Así que empecé a subir las fotos y las historias a Twitter: conseguí millones de reproducciones y eso hizo que mi nombre se volviera conocido. Mi número de teléfono iba circulando y acabé en contacto con decenas de personas de diferentes centros de detención. Seguí publicando y hablando con ellos. Así pasé tres años de mi vida.

Al principio del libro culpa a la Unión Europea de lo que sucede en esos centros de detención en Libia. ¿Por qué?

No diría que la culpo, simplemente es que en 2017 la UE empezó a apoyar a la guardia costera libia para que interceptara balsas de migrantes y refugiados antes de que llegaran a Europa. Es una manera de esquivar la ley internacional porque los buques europeos no pueden devolver a la gente a Libia, pero los libios, sí. La UE, básicamente, vigila y localiza los botes e informa a la guardia libia, a la que apoya con entrenamiento y equipo. En algo más de cinco años, más de 130.000 personas han sido capturadas así.

Todos fueron trasladados a centros de detención, que han sido comparados acertadamente con campos de concentración. Y todo ello es resultado directo de las políticas anti inmigración de la UE. Descubrir esto, para mí que soy europea, fue muy duro porque fue una constatación de que, aunque veíamos la migración y la tortura de refugiados como un problema lejano, es en realidad consecuencia directa de nuestras políticas.

Los europeos deberíamos preguntarnos constantemente cómo puede ser que las muertes en el Mediterráneo nos den igual

En 2014 los medios se empezaron a llenar de historias de personas que morían en el mar o de su situación de precariedad, los que consiguen llegar a Europa. ¿Cree que nos hemos insensibilizado?

Sí, de hecho escribí un artículo para el 'New York Times' sobre la normalización de la muerte masiva. Cerca de 29.000 personas han desaparecido o muerto en el Mediterráneo desde 2014. Y eso son las cifras oficiales, así que son a la baja. Cuando los gobiernos o los medios de comunicación hablan sobre la crisis migratoria, en realidad, denotan cómo los europeos se sienten lidiando con este fenómeno. Cuando te das cuenta de que todas estas personas que mueren tienen sueños y familias, los números se vuelven insoportables. Los europeos deberíamos preguntarnos constantemente cómo puede ser que las muertes en el Mediterráneo nos den igual. Deberíamos enfrentarnos a estas cifras cara a cara.

La UE aprobó en diciembre un pacto sobre migraciones y asilo más duro, sin una gran respuesta ciudadana. ¿Cómo se puede combatir esta apatía?

Cuando empecé este trabajo, realmente creía que los políticos no sabían lo que estaba ocurriendo, así que quise documentarlo para hacérselo notar. Luego resultó que sí lo sabían. Hablé con muchos y la respuesta era siempre la misma: “Sí, es horrible, pero es lo que la ciudadanía europea quiere”. Si el pueblo fuera consciente de lo que suponen estas políticas, reaccionaría. Pero la gente en el poder se asegura de usar términos deshumanizantes como “gestión migratoria”. Incluso el término “migración” es deshumanizador porque separa el acto de la persona que lo ejerce. Eso nos incapacita para ver los abusos.

¿Cree que la falta de respuesta ciudadana tiene que ver más con el racismo o con la ignorancia? La reacción ante la llegada de refugiados ucranianos fue muy diferente a la que hubo con los que vienen de África.

Hay muchísimo racismo, pero también creo, aunque no puedo hablar por todo el mundo, que hay desconocimiento sobre el papel que nuestros países juegan. Casi todas las personas que conocí en Túnez que intentaban llegar a Europa venían de una antigua colonia europea. En Senegal un pescador me dijo que los buques extranjeros, incluyendo los europeos, son la razón principal por la cual no pueden subsistir. En Somalia han sufrido una sequía que ha matado a decenas de miles de personas y muchos otros han tenido que migrar como consecuencia de un cambio climático que ellos no han provocado. Y luego les juzgamos por querer irse.

La cobertura de los medios sobre África suele ser mala, peor que la del resto del mundo, y eso lleva a la deshumanización. La gente que me escribía desde campos de detención venían de contextos muy diferentes y países distintos, pero todos han sido agrupados en el mismo saco y llamados igual: migrantes. Pero lo único que tienen en común es que no pueden financiarse un viaje a Europa en condiciones.

En esos centros de detención describe tortura, restricciones en la comida, palizas, malas condiciones sanitarias. ¿Qué pasaba ahí dentro?

Cada centro de detención era una versión diferente del infierno. Documenté inanición, negligencia médica, violencia sexual, tortura, represión, extorsión... Muchos tipos de abusos. Cada vez que pensaba que la situación no podía ser peor, algo malo pasaba. Sigo preguntándome cuánta gente muere ahí. Porque aunque los políticos europeos digan que colaboran con la guardia costera libia para interceptar balsas y salvar vidas en el mar, nadie cuenta cuántas de estas personas murieron al regresar a Libia. He preguntado esto a gente de la UE, a autoridades libias... Y nadie lo sabe.

Pero los centros de detención no son CIE. Según lo cuenta en el libro, están gestionados por criminales.

Son contrabandistas, correcto. No llegué a conocerlos a todos, pero eran personas sádicas, cada uno conocido por una particularidad. A uno le gustaba especialmente torturar a los presos, a otro abusar sexualmente de ellos y uno era conocido por su afición a las apuestas.

Ahí es donde acaban migrantes engañados por personas que les aseguran que les ayudarán a cruzar el mar y otros que ya lo han intentado y han sido interceptados. Y, una vez dentro, se les somete a extorsión. ¿Qué pasa con ese dinero?

Esa es una gran pregunta para la que no tengo respuesta. Es un círculo vicioso: se les tortura para que paguen, se envían vídeos y fotografías a sus familiares para que envíen cada vez más dinero. Cuando pagan suficiente, se les facilita un pase en una de las balsas que cruzan el mar. Las mismas que serán interceptadas por la guardia costera y cuyos pasajeros, si sobreviven, volverán al centro de detención. Y así hasta que lo consigan o naufraguen, que es lo que le pasó al chico cuyo testimonio pone nombre al libro.

He intentado saber qué pasa con el dinero que se paga a los contrabandistas, pero muchos de ellos han acabado en Dubai, donde se les pierde el rastro. Sería genial incautar el dinero y usarlo para compensar a las víctimas y sus familias.

A todo esto, ¿cuál es el rol de las ONG o instituciones como Acnur (Agencia de la ONU para los refugiados)?

Pueden llegar a trabajar en alguno de los centros de detención, pero sin mucho margen de maniobra. En el libro me centro en Acnur; muchas de mis fuentes trabajan ahí y me decían que estaban muy incómodos porque sentían que la ONU les utilizaba. No les gustaba tener que ver las barbaridades que ocurrían en los centros sin poder denunciarlo. Y es que la Acnur recibe fondos europeos y a ellos se les impedía hablar libremente sobre las consecuencias de las políticas de la UE. Así que entendí que no siempre te puedes fiar de los informes de la ONU sobre la situación de los refugiados...

He entendido que no siempre te puedes fiar de los informes de la ONU sobre la situación de los refugiados

Dedica buena parte de su investigación al proceso migratorio, pero me gustaría hablar de lo que sucede antes. Ha trabajado en diversos países en los que vivir es, dice, simplemente imposible. ¿Cómo es la vida de un joven que nace ya pensando en migrar?

Me centro mucho en Eritrea, que se ha descrito como la Corea del Norte de África. A la gente que nace allí se le exige realizar un servicio militar indefinido que, en algunos casos, no acaba nunca. Así que muchos intentan escapar del país mientras son adolescentes. La mayoría de los que conocí decían que se iban en busca de “libertad”. Es muy duro para la gente que hemos vivido en democracia entender cómo de horrible es una dictadura tan represiva, en la que siempre tienes la paranoia de que tus vecinos pueden estar delatándote, que puedes ser detenido por cualquier cosa, torturado en cualquier momento.

Que los jóvenes se presten a iniciar un viaje del que ya conocen las consecuencias da buena muestra del infierno que deben vivir en sus países de origen.

Mucha gente piensa que los migrantes hacen estas travesías sin entender el peligro. La mayoría conoce y entiende los riesgos, pero no tienen otra opción. Muchos preferirían quedarse cerca de sus familias, en Libia o Sudán, pero no pueden: las fuerzas de seguridad extorsionan y maltratan constantemente a los migrantes de Eritrea, precisamente porque conocen su desesperación. No hay nada que puedan hacer, no tienen derechos legales y corren el riesgo de ser deportados de vuelta si se quejan. Así que su única opción es seguir moviéndose. Y eso es así generación tras generación.

Su investigación ha sido citada en una comisión de la Corte Penal Internacional en la que se investiga la presunta participación de políticos y funcionarios europeos en crímenes de lesa humanidad. ¿Ha cambiado algo?

Es difícil de decir porque el sistema y la situación siguen igual. Pero hay más conciencia. Y si voy a niveles más pequeños, hay personas cuyas vidas sí han cambiado. Gente que estaba en centros de detención han conseguido llegar a Europa y han iniciado una nueva vida. Hace poco me reencontré con una pareja que ahora vive en Suiza y acaba de tener un bebé. Algunos tienen trabajos, han aprendido diversas lenguas europeas y tienen estudios.

No puedo decir que nada ha cambiado. Pero también diría que este es un momento terrible para el mundo y que la criminalización hacia los migrantes ha crecido en demasía, hasta el punto que se han convertido en el chivo expiatorio para todo. Tenemos que preguntarnos cómo hemos permitido esto y por qué cada día es más fácil desconectar de las consecuencias humanas de las políticas de nuestros gobiernos.

No la veo muy optimista de cara a las elecciones europeas de junio...

Bueno, la migración se está usando para ganar rédito político en muy poco tiempo. Y está costando una millonada. Europa está gastando una cantidad exageradamente enorme de dinero para, básicamente, intentar frenar la migración y lo que mi investigación demuestra es que eso está apuntalando y financiando dictaduras, milicias y diversos sistemas que oprimen a la población de tal manera que incrementa el número de gente que necesita migrar. Esto va a traer una desestabilización mundial enorme en unos años.

Hablaba antes de cómo ha cambiado la vida de la gente que le escribió ese mensaje de Facebook. ¿Cómo fue para usted saber que tenía, prácticamente, la vida de esas personas en sus manos?

Siempre hice lo que hice porque no había otra opción. Soy periodista, no activista ni abogada. En todo momento le dije a esas personas que no podía ayudarlas directamente, pero tenía claro que todo lo que me contaban debía hacerse público. No creo que hubiera sido capaz de mirar a otro lado desde el momento en que supe que esto estaba pasando como resultado de políticas europeas.  

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