La cola misteriosa
Un amigo me ha enviado por Whattsapp esta foto que ven arriba. “Flipa”, es el mensaje de texto que la acompañaba. Inmediatamente pensé que se trataba de la cola del paro, o de un comedor social, dado que acabamos de saber que en la Comunidad Valenciana un 25% de la población está por debajo del umbral de la pobreza. Enseguida un segundo mensaje me sacó de dudas: “Gilipollas haciendo colas desde las 6 de la mañana en Valencia para comprar un iPhone”.
No voy a decir que esta realidad me indignase más que la primera opción que yo barajaba, pero sí que me dejó mucho más perpleja. “Serán niños bien, ejecutivos…”, le respondí a mi amigo. “mucha pinta no tienen…”, me respondió, acompañando la frase con uno de esos emoticonos de caritas de descojone.
Dicen que los caminos del Señor son inescrutables, pienso yo que los que sigue la mente humana para obtener satisfacción lo son bastante más. Ya no es sólo que seguramente mi amigo tiene razón y muchos de estos que madrugan para adquirir la sexta vendida de moto de Apple no andan sobrados de pelas, ni que es más que probable que ya dispongan de uno o más artilugios tecnológicos que les permiten estar perfectamente comunicados, sino que se sienten el rey del mambo si son los primeros en presumir del nuevo iPhone.
Pero yo me resisto a quedarme en la cómoda y pasiva explicación de lo inescrutable, me obsesiona buscar causas racionales a los comportamientos en apariencia inexplicables… Así que una de las hipótesis por las que me inclino para entender el misterio de la cola es la de la adicción tecnológica. Otra es la de las reminiscencias de pavo real que podamos llevar los humanos en nuestro ADN evolutivo, que nos hace tener que lucir las plumas más bellas para atraer al otro, y claro, como algo hemos cambiado desde que fuimos ave, hemos sustituido el plumaje de colores por los aparatitos de última generación. Es como si en vez de decir “oye, que soy un ejemplar bonito y sano, aparéate conmigo”, estuviésemos diciendo: “mira, que tengo poderío económico y encima soy el primero en ir a la moda, aparéate conmigo”.
Es la única explicación científica que encuentro para que un ejemplar evolucionado gaste tanta energía vital en madrugar y permanecer horas de pie por conseguir un teléfono que puede encargar cómodamente (suponiendo que realmente lo necesite): que su conducta le sirva para reproducirse y perpetuar la especie.
Sin embargo, si doy esto por supuesto, una duda inquietante me acosa: ¿por qué estas personas no gastan la misma energía en otras conductas dirigidas no ya a la consecución de una hipotética y futura prole, sino a su propia e inmediata supervivencia, requisito sine qua non para asegurar el supuesto nacimiento de esos hijos? ¿Por qué no se desgañitan exigiendo empleo, vivienda, comida…? Si la Comunidad Valenciana tiene cinco millones de habitantes y un 25% está bajo el umbral de la pobreza, ¿por qué no vemos ese millón doscientas cincuenta mil de personas exigiendo sus derechos en la calle? Lo que es peor, ¿habrá alguna de ellas entre los colistas del iPhone?
¡O qué sé yo...! O lo mismo Darwin estaba equivocado y la evolución animal consiste en ir a peor, y tiene razón mi amigo, y nos hemos vuelto todos gilipollas.