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¿La red nos hace más arrogantes? Los peligros de internet, según el filósofo Michael Lynch
Sabemos más pero entendemos menos. Con internet, tenemos una cantidad de información que somos incapaces de comprender. En las redes sociales no compartimos información, compartimos emociones. Sobre estas premisas construye su obra y discurso el filósofo americano Michael Patrick Lynch, profesor en la University of Connecticu y colaborador en The New York Times.
En torno a una de sus últimas obras, Internet of us, traducido recientemente al valenciano por la Institució Alfons El Magnànim como Internet i nosaltres, la institución cultural organizó un debate junto al vicerrector de la Universitat de València, el sociólogo Antonio Ariño, para tratar de responder a algunas preguntas que probablemente no salen en Google. El ensayo de Lynch ubica al lector en un mundo no tan distópico en el que lleva internet en el cerebro y sirve para reflexionar sobre los comportamientos en la red y su relación con las democracias modernas.
¿Pueden las redes sociales condicionar una campaña política? ¿y el Gobierno de un país?, plantea a sus oyentes. Para el autor, se dan tres formas en las que nuestra vida digital amenaza esta democracia y la búsqueda de la verdad. “Internet ha hecho el conocimiento pasivo y personalizado”, apunta, frente a las primeras creencias que apuntaban que “democratizaría el conocimiento”. “Acceder a una información no quiere decir que esta sea precisa (...) La velocidad nos quita tiempo de reflexión”, apunta. “Hemos olvidado la diferencia entre saber una lista de hechos y entender por qué lo son”, añade, en referencia a la pasividad.
La personalización de la información, explica, es dañina para la búsqueda del saber. “Google es una experiencia personalizada por preferencia, ofrece la información que queremos. La magia de internet es darte lo que buscas. Eso está bien para comprarte unos zapatos, pero no para buscar hechos”, señala el autor, que considera que en la red cualquiera “puede confirmar cualquier creencia, hasta que la Tierra es plana”.
Así, de la personalización pasamos a la polarización y de la polarización a la arrogancia. Si todo lo que creemos nos es confirmado, si siempre tenemos razón, si por propia cuenta podemos saberlo todo... ¿Quién puede enseñarnos?. “Esta idea pone en riesgo la búsqueda de la verdad”, apunta. Y es aún más peligroso en su forma tribual, cuando apela al grupo, y convierte las ideas en convicciones. “Una convicción es un compromiso, un valor que refleja identidad”. Si atacas mis convicciones, atacas mi identidad, señala el filósofo, llegando a la conclusión lógica..
El relato sobre arrogancia, sabiduría y convicciones sirve al autor de excusa para invitar al público a repensar sus actitudes en la red. Sabe con certeza que en plataformas como Twitter los usuarios no comparten información, sino reacciones a hechos, emociones. “Las redes, la economía de internet, difunde y amplifica lo que nos atrae. En las redes no debatimos, nos expresamos a nivel emocional. Eso nos hace vulnerables. Es esencial entender el juego”.
“Las redes sociales se convierten en una máquina de convicciones, forman y refuerzan identidades. Y algunas políticas juegan a eso. Como escribió Hannah Arendt, los autoritarismos quieren que sus seguidores se sientan amenazados”, cita, alertando sobre la “información tóxica” o las fake news. Ese es el juego.
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