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La segunda vida de John Eliot Gardiner

València —

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John Eliot Gardiner, nacido en Dorset (Inglaterra) hace 82 años, es uno de los más celebres directores de orquesta del mundo. Fundador del Monteverdi Choir en 1964 y posteriormente de los London Baroque Soloists, con instrumentos originales, tiene muy importantes grabaciones barrocas, como El Mesías de Handel, las Pasiones de Bach, o las cantatas religiosas completas de este último en 56 discos compactos. En 1990 fundó la Orchestre Révolutionnaire et Romantique, destinada a interpretar especialmente el repertorio del Clasicismo y el Romanticismo. Con ella ha hecho registros tan importantes como las integrales de las sinfonías de Beethoven (Archiv) o Brahms (SDG). Ha dirigido y grabado numerosas óperas y es autor de un monumental libro titulado La música en el castillo del cielo. Un retrato de Johann Sebastian Bach, publicado en España por Acantilado.

En agosto de 2003, en el festival Berlioz de La Côte-Saint-Ándré (Francia), Gardiner, entre bastidores, abofeteó y pegó un puñetazo en la cara al bajo William Thomas, que había accedido al escenario por el lado equivocado durante una representación de Les Troyens de Berlioz. Pidió perdón públicamente y anunció su retirada, al tiempo que era repudiado por los grupos musicales que creó. No obstante, un año después decidió volver a los escenarios y fundó dos nuevos conjuntos, The Constellation Orchestra y The Constellation Choir. A sus 82 años Gardiner acaba de grabar de nuevo las sinfonías de Brahms para DGG con la Orquesta del Concergebouw de Ámsterdam y tiene una apretada agenda internacional. En esta especie de segunda vida musical de Gardiner se ha producido su debut con la orquesta residente del Palau de les Arts. Anteriormente había dirigido siete veces en Valencia, la última el 11 de marzo de 2016, con una Pasión según san Mateo de Bach, en la que el tenor Mark Padmore hizo un extraordinario Evangelista.

En el programa ofrecido en el Palau de les Arts, dos grandes sinfonías, ambas de aliento romántico y raíces nacionalistas, pese a lo alejado de sus respectivas fechas de composición: la Sexta de Antonín Dvorák (1880) y la Quinta de Sibelius (1915-1919). La sala registraba una buena entrada, aunque no estaba llena, lo que es imputable a la gran cantidad de oferta sinfónica que hay estos días en Valencia. Según la dirección de Les Arts, se vendieron 1.100 entradas de una sala con capacidad para 1.400 personas.

En la primera de las dos sinfonías, Gardiner ofreció una versión intensa, contrastada y precisa. Sorprende la excelente forma física que exhibe, pues prácticamente no deja de marcar una sola entrada. Expansivo primer movimiento, con una cuerda y unos metales brillantes. Especialmente delicada fue la interpretación del Adagio, con esa entrada escalonada en los vientos antes de que cante el tema la cuerda. Muy bellos solos de flauta, oboe y trompa. El Presto y el Finale mostraron la calidad de la orquesta en una interpretación siempre apasionada.

La Quinta Sinfonía, que se interpretó en la segunda parte, fue encargada en 1915 por el Gobierno finlandés a Sibelius con motivo de su 50º cumpleaños. Llegó a escribir tres versiones de la obra, de la que se suele interpretar la tercera, de 1919, en tres movimientos. La orquesta ofreció con Gardiner una apasionada versión del primer tiempo. El segundo puso de relieve la maestría de las cuerdas en el pizzicato. Muy redonda interpretación del tercero, con las notas repetidas de las cuerdas al inicio y el bello tema cantado por las maderas con acompañamiento de trompas y cuerdas. Los característicos seis acordes separados por silencios del final de la obra cerraron con precisión una tarde memorable en la historia del Palau de les Arts.